Es de carne y hueso aunque parezca de plastilina; alto y delgado, hace con el cuerpo lo que se le antoja: lo pliega, lo ovilla, lo despliega. “Soy flaco, me decían el somalí”, confiesa. Está envuelto en una piel en extremo permeable a su contexto y sus circunstancias, en permanente intercambio emocional. A cara lavada, es un hombre que tiene un mimo en su corazón: usa una remera negra con la estampa de Carlitos Chaplin.
Antes de ser un “impostor” –“El impostor apasionado”, en el teatro Astral– animaba fiestas, estudiaba Comunicación Social y jugaba al tenis en el Club Los Andes de Lomas de Zamora, el barrio de sus amores. Y dedica su espectáculo “a todos los apasionados que hicieron de su sueño un camino y dejaron con su obra una fuente de inspiración permanente”.