Martin Scorsese y sus mafiosos rejuvenecidos versus Marvel y sus Avengers versus DC y su Guasón, o algo así. Esa muy sensacionalista línea les ha generado una forma rápida para definir el estado del cine y de cómo se viven las alteraciones de los modelos de distribución y producción de cine a nivel global.
Establezcamos participantes: por un lado, Marvel. Un compendio de personajes que andan dando vueltas desde los 60 convertido en el más exitoso modelo económico de la historia de Hollywood. Desde 2008, desde Iron Man, hasta Avengers: Endgame (la película más taquillera de la historia con sus más de US$ 2.700 millones ), Marvel generó US$ 22 mil millones de recaudación global con 23 películas y una nominación al Oscar a Mejor Película. DC Comics, subsidiaria de Warner, es la contra de Marvel, y dueña de Batman y superamigos, que venían pisando el cine desde hace décadas (a veces con paso firme y otras con ojotas). Al comenzar la conquista de Marvel, de la franquicia que le ganó incluso a Star Wars en ganancias históricas (y en menos de diez años), DC quiso replicar esa idea de universo, calcada de los cómics, donde todas las historias se conectan y hacen a un entramado con modos de serial, pero costos de tanque de cine. Pero DC buscó hacerlo basada en el éxito que dio el tono serio y cuasirrealista (y ganador de un Oscar) que Christopher Nolan le imprimió a Batman y al Joker. Pero le salió torpe. 2019 fue su año: la sorpresa fueron Aquaman, una película en cueros que llegó a la anhelada marca de los mil millones de ganancias, y Guasón, un éxito sin precedentes para una película calificada como no apta para menores de 18 años y que basada en el famoso bativillano, acaba de superar la barrera de los mil millones, se convirtió en un signo de época del hastío social y hasta igualó a Endgame en el porcentaje de ganancias, (casi 464 millones habiendo costado 70 millones). Al final de este ring imaginario, Martin Scorsese, leyenda en vida del medio, parte de la camada que redefinió que podía hacer el Hollywood mainstream en los años 70 y que se ha convertido en un centinela de la historia del cine.
En el reciente tour de promoción de El irlandés, que acaba de estrenarse con cincuenta copias en Argentina y una sola en Capital, y que sale a la luz por streaming gracias a Netflix, su productora y quien puso los 160 millones que costaba el film, el 27 de noviembre, Scorsese declaró que las películas de Marvel las vivía como algo cercano a “parques temáticos”. Habló de ausencia de riesgo, del permanente testeo de mercado, la falta de una firma del artista individual, que no eran cine, y desde ahí, varios nombres salieron a apoyarlo con creces (nombres hoy longevos del cine: Francis Ford Coppola, Paul Schrader y así la lista) y quedaron del otro lado, actores, CEO’s y directores vinculados con la vida pop que ofrecen las películas Marvel como experiencia comunal. Scorsese clarificó sus palabras en un texto de The New York Times, pero hay un punto que se destacaba: “En muchos lugares de Estados Unidos y alrededor del mundo, las franquicias son la opción primera a la hora de ver algo en el cine. Es un tiempo peligroso para la exhibición de cine y hay menos teatros independientes que nunca. La ecuación se dio vuelta y ahora el streaming se ha convertido en la forma principal de distribución del cine.”
La vieja pelea de siempre entonces es “arte vs. entretenimiento”. El consenso suele adorar demonios varios (Netflix mata cine, Marvel mata cine, cine de autor mata cine popular, Hollywood mata voces autorales, originalidad mata llegada a los cines). Scorsese tiene razón. Y no. Tiene razón sobre el cambio del modelo en pos de los superhéroes: se puede patalear, defender y querer, pero cuatro de las diez películas más vistas del año son films súper (y el resto franquicias, propiedades intelectuales). Este año ha visto fracasar como nunca antes a apuestas grandes de Hollywood: Hellboy, El jilguero, Doctor Sueño, Los ángeles de Charlie, X-Men: Dark Phoenix, Gemini Man y así la lista.
¿Dónde no tiene razón Scorsese? Netflix. Si bien Netflix permitió a Scorsese un dinero que una película de época hoy no puede conseguir (y el fracaso de Huérfanos de Brooklyn lo confirma) también le sirve al gigante para lucirse, para inflar su pecho de “defender a los autores” (algo que ya hizo con Roma; cuando el mismo modelo creado por ellos es lo que ha desarmado el jenga que hacía a la distribución global). El cine necesita eventos, necesita la fidelidad que las franquicias pueden generar (y que Marvel ha logrado y DC ahora sí es una “alternativa” al pop y adulta de juguetería de Marvel). La fidelidad que las series despiertan el cine la vive en los superhéroes. Es, como dijo Scorsese, un “huevo y la gallina” (entre exhibición y contenidos) pero quizás es, como dijo Eric Kohn, tan simple como entender que Marvel ya esta aquí, y eso es un hecho. Netflix tampoco se irá a ninguna parte. Y entre Marvel, DC y Netflix se definen, en una falsa guerra, los contenidos que la mayoría de quienes adoran el cine, sea en calzas o en trajes de época, puede ver en una sala. Los superhéroes y sus variaciones se llevan la taquilla, sí, pero aunque haya planes de cine súper hasta 2022 y más se sabe que eso no será eterno. El archivillano aquí, si es que hay tal cosa, es el cambio de paradigma, con sus crueldades, nuevas posibilidades y gestos de obsesiva dominación global.
La suerte del Irlandes
“El cine es una forma de arte que trae lo inesperado. En las películas de superhéroes no hay riesgo” dijo Scorsese. Y todos gritaron. Gritaron aquellos a los que Hollywood deja afuera (sean los que quieren ver películas distintas o los que quieren filmarlas) o aquellos que frenaron su consumo de cada noticia de superhéroes, franquicias o merchandising online (sean plenamente conscientes de los límites de ese cine, o lo defiendan a gritos trogloditas). La generación que ha vivido con videojuegos que tienen el mismo costo de producción que una película o creció en redes sociales puede entender que la narración ha mutado, que tiene nuevas cepas. Eso nunca debería implicar la muerte de formas narrativas, y tampoco es una cuestión generacional las espaldas a películas como El irlandés tienen que ver con un modelo que ya no contempla cine adulto de ese costo. Lo cierto es que el mercado ha complicado las aspiraciones gigantes de cualquier proyecto que no sea redituable como franquicia. En ese sentido, hay sí limitaciones claras. Marvel puede generar comunidad y Scorsese puede ignorar ese sentido de humanidad –que el pop produce en quienes se pueden dar el lujo de olvidar– qué implica a nivel exhibición en salas (Guasón salió con cuatrocientas salas en Argentina). Es una guerra donde siempre ganan los mismos, donde la aglomeración (Disney comprando Fox) crea un sentido único de lectura de lo posible a la hora de crear (algo similar hace Scorsese con su mandato, pero éticamente no tiene los animos invasivos de los gigantes del entretenimiento Netflix, Disney o Warner). Estamos en la guerra de contenidos, de salas, y Scorsese es para Netflix un misil más para abollar la Estrella de la Muerte de Disney. Los relatos que tienen esos panales puede tener fans o gente que los odia, pero es el momento de entender, de pelear, por todos los cines que se quieren ver, sea Scorsese, Iron Man o cualquier exponente de la diversidad que necesita cualquier forma de arte para entender qué hace, qué puede hacer y borrar esas ridículas líneas en la arena.