Juan Manuel Domínguez
El dato de color solía ser es que es el nieto de Herman Melville. Hoy hay muchos más. El más inmediato es su disco Reprise. Pero Moby es un artista de muchas facetas, de muchos pecados y de muchas certezas. Polémicas públicas con Natalie Portman e insultos en público a Donald Trump viven de la mano con la calma que transmite al hablar. Reprise lo muestra en ese lugar donde vive ahora: su calma, claro, y también la posibilidad de tocar con Kris Kristofferson y de que en Moby Doc, el documental que cuenta su vida aparezca alguien como David Lynch. Moby es activista por los derechos de los animales y también alguien que ha vivido excesos que solo trae la fama mundial.
—¿Qué es lo que todavía amás de la música después de todo? Después de la fama, de la fama todavía más grande, de las compañías, de salir de eso. ¿Qué dirías que define tu amor por la música?
—Es una pregunta interesante. En mi vida, ya que escucho música desde los 3 años y estoy tocando desde los 9 años, pasaron muchas cosas. Había un momento donde quería ser un profesional, donde quería fama desde la música, donde quería meterme en la industria. Ese momento llegó. Genero muchas puertas, pero no todas me hicieron bien. En un momento también quería los aspectos, digámoslo así, no musicales de una buena carrera en el medio. Lo que todavía me sorprende, después de todo, es cuánto una buena pieza musical puede conmoverte en cualquier momento, el cómo esas moléculas empujadas de una forma distinta a través del aire generan algo. Cómo las canciones te hacen llorar seas una superestrella, o seas una de los miles de personas viendo a esa superestrella. Y todo lo demás en el medio. La forma en que una canción te mueve, en que te pide salir de tu cerebro, incluso en tus peores momentos o los mejores, realmente me conmueve.
—¿Qué más pensás que fue importante en tu camino para convertirte en un artista a la hora de considerar todo aquello que no tiene que ver con la música?
—Pensé que iba a ser un profesor de filosofía, ya que ésa era mi carrera en la universidad. Desde siempre me he interesado por muchas disciplinas, y han crecido conmigo de la mano de mi música. Amo pensar sobre cosas, y siempre he sido curioso en ese sentido: astrofísica, formas de reciclaje que cambien el mundo, teoría musical. Todo me genera una fascinación que creo se refleja en la música. Inspirar el pensamiento, leer sobre todo, vivir cosas diferentes, son cosas que siempre podemos generar en nuestras vidas. En cualquier momento. Es algo que siempre puede salvarnos. Lao Tsé me cambió la vida con el Tao Te Ching.
—¿Cómo definirías tu presente? El documental, el disco, todo lo demás.
—El documental Moby Doc es surreal. Es autobiográfico, pero experimental. Cuando trabajo en la música, siempre se trata de un acto de amor, de un evento creativo, casi una práctica espiritual (aunque suene como un cliché). Lo que busco con el documental es entender mi experiencia rara con la condición humana, y ver qué sienten otros al respecto de eso.
—¿Hubo un momento donde no disfrutaste del acto de crear?
—Hubo un momento en los años 2000, 2000 y 2003, donde quería más fama. Tomaba mucho, me drogaba mucho. Quería más fama. Me metía al estudio y me volvía loco intentando escribir hits. Tan solo quería escribir hits para ser más famoso. Por suerte, fracasé. Entiendo que alguien quiera ser exitoso en la música, pero también entendí que buscarlo, casi intentar cazarlo es un error. Por más maquinaria que haya, eso depende del azar. Lo segundo, la fama, es algo que puede pasar, pero es suerte y, no tanto talento. O no, la mayoría de las veces.
—¿Qué sería entonces después de todo eso para vos ser un músico exitoso?
—La música como algo que el mundo escucha. Quiero decir, el hecho que alguien quiera escuchar lo que hago, que se siente, que intente conectar con ella, y que eso se multiplique de a miles en el mundo, me parece hoy lo más cercano al éxito. Diría que eso es ser un músico exitoso.
—¿Por qué sentís esa necesidad de conectar?
—Parte de esa búsqueda es pura antropología. Si ves a otros primates, necesitan conectar, necesitan andar juntos. Estamos armados desde nuestra concepción para conectarnos entre nosotros, casi a un nivel genético. Entonces, en mí eso existe también, sin dudas. Hay animales como los leones de la montaña que casi no necesitan de otros animales. Pero en nosotros está el componente que implica intentar entender qué es realmente ser hoy un humano, para qué estamos acá desde siempre. Eso solo podemos descubrirlo viendo las reacciones de los demás a aquello que creemos que implica ser humano: el arte es una de las formas de mostrar eso. Considerando que estamos destruyendo el planeta, también diría que una base de mis ganas de conectar es generar una conciencia sobre eso.
—¿Qué pasa cuando presenciás la prueba física de esa creación, es decir, cuando tocás en vivo y ves a miles de personas bailando, cuando sale de la teoría y pasa al instante en vivo?
—Desde mi perspectiva, te da humildad. Por supuesto, te da humildad una vez que pasaste por determinados lugares y te da cierta responsabilidad. Le debés algo a la atención que te están prestando y, por ende, ese sentido de la deuda aparece de inmediato. Hay dos formas que le dan vida a la música: la experiencia privada y la pública. Yo tengo una experiencia privada, claro. Es crucial para mí, para mi forma de existir. Pero la pública a veces, cuando genera esa comunidad, puede ser un momento muy profundo y trascendental.
—¿Qué puede hacer la música por nosotros en este momento?
—La música en general puede recordarnos lo que somos. Quiénes somos. Cuáles son nuestras mejores virtudes. Hay mucho en la cultura popular que exalta la superficie, el miedo, lo miserable. Pero somos más complejos: tenemos también emociones sanas como el amor o la creatividad. Un noticiero te deja asustado, encerrado, limitado, dominado y enojado con quienes no piensan como vos. La música genera sensaciones hermosas en quienes permiten que tengan lugar, genera un sentido de comunidad.
—¿Cómo ha sido tu proceso creativo durante estos meses de cuarentena?
—Mi vida en la pandemia ha sido casi idéntica a la vida anterior. Soy un tipo que quiere crear, que hace música, que escribe, que hace arte y defiende los derechos de los animales. La verdad es que soy un aburrido que tiene la suerte de poder quedarse en casa. Creo que de una forma extraña la pandemia dentro de 10 a 15 años será un recuerdo, porque el cambio climático y la derecha va a hacer su presencia como nunca antes. Es hora de unirnos.
El amor a las canciones
—¿Hay alguna canción que nunca hayas soltado y que te haya acompañado desde pequeño?
—Hay muchas canciones de las que me enamoré. Atmosphere de Joy Divison es una de ellas. La escuché cuando tenía 15 años. Escuché mucho ambient, mucha música experimental. Pero ésa fue la primera vez que escuché algo que hacía algo que solo esa canción lograba. Esa canción, sus componentes, todo realmente conectó conmigo.
—¿Cuál era la base del documental que cuenta tu vida?
—Cuando empezamos a hablar del documental, la primera parte del mismo era muy convencional. Fue jurado de cine en Tribeca, y he visto mucho cine documental. Pensamos junto al director cómo contar esta historia haciéndola diferente a todo lo que hemos visto. Tengo estudios académicos vinculados al surrealismo, entonces la narración no lineal es algo que me fascina. El sinsentido. Por algo David Lynch está en la película. Entiendo que muchas veces la estructura importa, la estructura narrativa, digo. Por ejemplo, si estás viendo Star Wars. Animarte a ser surrealista es un derecho que cualquier artista debería aprovechar.
—¿Qué ibas a contar y qué no ibas a contar en el documental?
—Siempre ha sido muy fácil y honesto para mí mostrar mi lado oscuro, mis torpezas. Nunca quiero lastimar a otros, atacarlos. La única excepción es mi crítica a Donald Trump. Pero ése es mi único límite.