A Ernesto Acher, el humor y la música lo acompañan en su múltiple trayectoria, en la que, además, combinó su formación y práctica en arquitectura. Recorrió gran parte de Latinoamérica y otras ciudades del mundo junto a agrupaciones que integró, como Les Luthiers y La Banda Elástica. Los últimos 15 años vivió en Chile, adonde lo llevaron el azar, razones personales y trabajos. Pero en octubre de 2016 volvió a la Argentina, donde disfruta de su hija y nietos. Y no se detiene: prepara tangos con Esteban Morgado, escribe una obra de teatro, se organiza para componer y para dirigir la Banda Sinfónica de la Ciudad de Buenos Aires y quizás haga un programa en radio Nacional: “El motor son los proyectos. El gran peligro es no tenerlos. No me puedo imaginar mi vida sin proyectos”. Asimismo, presenta un espectáculo los sábados 14 y 21 de enero, en Bebop Club (Moreno 364), Humor a la carta, donde los espectadores podrán elegir qué temas y formatos pedirle a la carta del gran repertorio de Acher, enriquecido por el don de la improvisación: “No hay límites. La gente pide cuentos, anécdotas, historias, pregunta cosas”.
—¿Cómo ves Buenos Aires?
—Fantástica y caótica. La potencia de su movida cultural es única en el mundo. De lo caótico, lo impulsivo y desordenado salen cosas mágicas. Las políticas culturales, tal como yo las viví en Chile, son mucho más limitadas, más cortas, con miradas de menos vuelo. En la Argentina, si las políticas oficiales vienen a favor, va fenómeno. Si vienen en contra, no importa, porque les pasamos por encima. Los motores culturales, por lo menos en Buenos Aires, nacieron en plena dictadura. Confío y disfruto mucho la movida de la Argentina. Ojalá pueda reintegrarme a ella.
—¿Sabés que hay un grupo de Facebook que se llama “Para que Ernesto Acher Vuelva a Tocar con Les Luthiers”? ¿Tienen esperanza en su anhelo? ¿Cómo recordás tu tiempo con Les Luthiers (1971-1986)?
—(Risas) No, no sabía. Es una fantasía; no me parece posible. No está en mis planes. Con Les Luthiers aprendí mucho del escenario y de música, me divertí mucho, gané buen dinero, viajé. Actuamos en España, Venezuela, Colombia, Brasil, Cuba, Chile, Uruguay, Perú, Israel, una vez en Nueva York… La primera salida fue a Venezuela, en Caracas, en el 73. Y para sorpresa nuestra, ya nos conocían, a través de discos y casetes.
—¿Cómo te impactó la muerte de Daniel Rabinovich?
—Lo lamenté mucho. Estábamos distanciados por el tiempo, pero su muerte me evocó viejos tiempos de mucha diversión y mucha creatividad. El tema de la muerte está ahí, a la vuelta de la esquina [lo dice en relación con sus 77 años de edad]. No me engaño. Seguiré activo hasta cuando me llamen, y si me llaman, partiré.
—¿Cómo describirías el humor que hacés?
—A mí no me gusta reírme “de”; a mí me gusta reírme “con”. A veces me han criticado el humor blanco; para mí, en todo caso, es un elogio. No me gusta el humor agresivo o grosero. Me parece fácil y barato. Me gusta el humor inteligente, sutil.