Calificación: Mala.
En la era de franquicia, de la propiedad intelectual, es difícil no juzgar desde la versión original. Claro que esa oración no busca esa sentencia aburrida de: “¡Uh, otra vez los Hombres de Negro, ese FBI intergaláctico con base en Manhattan que repetían la rutina del novato y el experto que se aman/odian!”. Pero en esta nueva vida de la franquicia de los años 90, cuesta no sentir cierto óxido, al menos para aquellos que disfrutaron los primeros tres films, dirigidos por Barry Sonnenfeld. Allá, apenas usando el cómic original como primeras baldosas donde pisar, las películas mezclaban intenciones y cariños: Son-nenfeld adora contar, y adora contar con objetos, tiene una dedicación que oscila entre el fan, el orfebre, el oficinista y el victoriano, todo eso nunca sufriendo sus pasiones como grillete sino como posibilidad.
Aquí, salen Will Smith y Tommy Lee Jones y Nueva York, y entran Londres, Te-ssa Thompson, y Chris Hemsworth, el Thor de Marvel. La dupla ya había mostrado su timming y química, precisamente, en la tercera Thor. Allí se perdía el tono Shakespeare en el parque y se ganaba en el absurdo, en la comedia de aventuras que sabía ecualizar ambas potencias del relato. Aquí todo parece un remedo de aquello que fue. En lo inmediato, Hemsworth hace rato demostró ser un Adonis no solo presencia invencible en pantalla sino con la capacidad de reírse de sí mismo, de jugar con estereotipos y ser el objeto de adoración, el bobo, el sinsentido que hace publicidades para Gucci. Acá vuelve a ese rol, con poca innovación (tampoco se le pedía a Will Smith, cuando venía a ser el tipo de las calles divertido y de color que entraba a la agencia). Thomson juega más, pero la película decide minimizar su radiactividad con frases hechas sobre la igualdad entre los sexos y una apenas visitado sentido de la maravilla, de sorpresa, que debería definir a una MIB. Si hace 15 años ver determinadas cosas sorprendía, hoy esa sorpresa necesita ser más salvaje, menos cuadrado, más fascinado por el detalle que por la frase hecha. Y aquí la acción abollada, el CGI que poco impresiona, la sorpresa taquigrafiada solo agiganta, para los que tuvieron el lujo, el cariño de aquellos primeros films.