Oprah Winfrey sostiene que ve en Dwayne Johnson algo de ella. Oprah, para quienes no lo reconocen de inmediato, es una especie de mezcla entre Susana Giménez, Rocky y la Madre Teresa de Calcuta: la perfecta fórmula a la hora del entretenimiento popular que nació en el lugar más improbable y contra todo, y el sistema, devino ícono y redefinió, por supuesto, dicho sistema. Es una forma de presentar a Dwayne Johnson, quien, con sus ganancias en el cine, es básicamente la estrella más grande de Hollywood. Pero Johnson, famoso por sus roles en la saga Rápidos y furiosos, los films nuevos de Jumanji, y así la lista que lo ha configurado en el gran héroe de acción (con sonrisa) del mundo, es más que una estrella: su nombre, cada vez que se puede, es candidateado para ser presidente de los Estados Unidos, es un empresario (con inversiones en la NFL, en su propia marca de tequila) y es, y lo sabe, la representación más improbable pero tenaz del derruido sueño americano. Y todo eso, lo es, mientras tiene la segunda cuenta más popular en todo Instagram (con más de 200 millones de seguidores) y transmite su pelea, su cómo llegar de su peor momento, desde tener siete dólares y no saber cómo seguir en su adolescencia, a ser un empresario, una estrella y una usina de buena onda (y, como bien siempre remarca, sacrificio). No por nada, aquel peor momento fundó el nombre de su productora: Seven Bucks.
Dwayne Johnson es una forma extraña de cine: quizá sea la más popular pero, como él mismo ha dicho, busca generar “un cine feliz”. Cada paso de The Rock, su sobrenombre cuando luchador y que ahora abrazó (no niega nada de su pasado), es meditado y sabio, lúcido: cuando defiende el cine feliz, no lo hace a expensas de generar una farsa, una pelea contra otro cine. Él ha filmado con todos (en sus comienzos hizo películas como Southland Tales y Be Cool, dos formas distintas de Hollywood y autorales, además de The Scorpion King, una explotation de su propio personaje en la lucha libre), y hoy juega a esto, a ser parte de la producción más cara de la historia de Netflix, junto a Gal Gadot y Ryan Reynolds. Mañana, ¿quién sabe?
—¿Cuál dirías que es tu primer instante de reconocer el arte de contar y de sentir que hay algo ahí, algo que quizá pueda definir tu vida?
—Mi respuesta puede sorprender a mucha gente: me enamoré de la idea de contar una historia al crecer dentro del mundo de la lucha libre profesional. En ese mundo salvaje, de locura, también predecible y al mismo tiempo inesperado, crecí con mis ídolos, que iban a pelear en vivo. Las peleas en ese momento duraban de 30 a 40 minutos, no cinco como duran hoy. Miraba a estos gladiadores, algunos tenían mi sangre: mi papá y mi abuelo estaban ahí. Ellos peleaban. Y eran parte de esta construcción en vivo del bien versus el mal. Obviamente, para mí, ese es el lugar donde me enamoré del arte de contar. Ahí empieza entonces mi calidez con la idea de contar en el cine, en un ring, en donde sea. Pero a la hora de pensar en el núcleo de eso, me enamoré de eso: de la historia contada dentro de un ring. De hecho, cuando comencé a contar mis historias, tuve el honor de que mis primeros pasos fueran en un ring.
—Desde el ring a tus primeros pasos en el cine, donde trabajabas con nombres como Richard Kelly (“Southland Tales”) o Barry Sonnenfeld (“Be Cool”), hasta este presente, en la producción más cara de la historia de Netflix, ¿qué buscas en tus personajes? ¿Hay un hilo, además del laboral, que los conecta?
—Creo que me gusta que se vea todo lo que he hecho, todo. Estoy muy orgulloso de lo que representaron, de lo que me hicieron. Es un trabajo, seguro. Pero me gusta esa idea del cine, que los personajes comienzan de una forma y mutan a otra, que cambian y que en ese cambio logran irradiar eso al resto de su mundo. Que logran galvanizar en su cambio los cambios posibles en su núcleo. Hay algo en eso que me conmueve y que creo existe en todas las formas de cine.
—Más allá de que trabajás siempre en sagas grandes, ¿cómo te presenta alguien “el film más grande en la historia de Netflix”?
—Estábamos cenando con nuestros productores, Hiram García y Beau Flynn, y Rawson Marshall Thunder, el director, en general no es un tipo nervioso. Luego me di cuenta: iba a empezar a presentar su idea. La presentación duró entre unos 45 minutos y una hora, y al final, cuando reveló un pequeño giro, me levanté con calma (llevaba una gorra de béisbol) y tiré mi gorra al otro lado de la habitación, contra la pared, y me senté y le dije: “Maldito, cuenta conmigo”. Me gustó la idea de hacer un film vieja escuela, de “capa y espada”. Lo que motiva a mi personaje, el agente John Hartley, es atrapar al ladrón. Es genial en lo que hace. Siento que si han seguido mi carrera en el cine a lo largo de los años, habrán notado que he interpretado algunos personajes en el pasado de esta manera. Muy buenos en lo que hacen: rastrear personas, aprehender a los malos y llevarlos ante la Justicia. Y ese es John Hartley. Todos pueden tener secretos o no. Puede , incluso, que tenga o no un secreto. O dos.
—Tenías un vínculo tanto con Gal Gadot (por la saga “Rápidos y furiosos”) como con Ryan Reynolds, que es tu amigo. La película juega mucho con los personajes, los íconos, creados por cada uno de ustedes en el cine, pero también aparece ahí la improvisación, o al menos así se siente. Es decir, aparece la comedia. ¿Cómo se trabajó eso?
—Personalmente, tengo una regla general: si acepto un guion página por página, palabra por palabra, te prometo que voy a decir en pantalla tal cual está en la página. Primero lo hago hasta tenerlo, hasta que esté filmado, y luego podemos jugar e improvisar. La película que verán es prácticamente todo lo que había escrito Rawson, pero siempre nos dio espacio para jugar, y me encanta hacerlo e improvisar. Vengo de un mundo de presentaciones en vivo en el salvaje contexto de la lucha libre profesional. Pero en particular para Ryan Reynolds, es decir, es básicamente su pan de cada día. Es un tipo brillante, en especial cuando se trata de pensar sobre la marcha.
Bailar con la maravilla
—La dupla con Gal Gadot es particular, pero entre los muchos homenajes al cine de ladrones elegantes y con estrellas hay una escena de baile entre ustedes. ¿Cómo se dio ese instante?
—Gal es una gran bailarina. Su forma de moverse es realmente hermosa, elegante, y creo que es muy consciente de sus líneas, y de cómo hacerlas muy atractivas en estas escenas. El objetivo que teníamos Gal, el director Rawson y yo era coreografiar la escena de baile entre los dos personajes para que fuera sexy y acalorada. Si podemos crear tensión sexual real entre el Alfil y el hombre que está tratando de llevarla ante la Justicia, es posible crear algo muy atractivo para muchas personas que se sentirán cautivadas cuando comenzamos a bailar.
—La película busca intencionalmente ser un film familiar disfrazado de una película de acción: hay algo de una forma de cine popular que cada vez parece atraerte más (más allá de que se viene tu Black Adam, un personaje violento en el mundo de los superhéroes). ¿Cómo vivís ese vínculo, especialmente después de que varias familias tuvieron que estar separadas durante mucho tiempo?
—Donde se ha exhibido la película Alerta roja, en estos tiempos, el público se ríe a carcajadas y eso dice algo sobre una película que se filmó durante la pandemia de covid-19. Entiendo que otros actores quieran hacer otras películas, que quieran explorar su oficio. Pero al menos hoy para mí todo lo que está en el cine que hago es lo que necesito. Amo la idea del cine como un evento popular. Con estrellas, con historias enormes. Tengo la suerte de que este sea mi trabajo todos los días de mi vida.