Es de los actores que se ponen el saco para las fotos. Su voz y su presencia son las de un
protagonista y cuesta imaginarlo en algún papel secundario.
Está entusiasmado ante este nuevo desafío profesional:
Cremona de Armando Discépolo. También siente un profundo placer por volver al
Teatro Nacional Cervantes. En abril se conocerá, en versión de
Roberto Cossa y con dirección de
Helena Tritek. Escrita en Italia,
Cremona fue estrenada en 1932 y
Roberto Durán la dirigió en 1972, con escenografía y vestuario de
Saulo Benavente, a quien se le rendirá homenaje al reproducir su trabajo.
—¿Conoció a Armando Discépolo (1887-1971)?
—Me dirigió en 1962, en
Tres hermanas de Chéjov. Interpreté a Solioni. Discépolo era difícil, exigente, siempre
pedía más... y está muy bien. Daba indicaciones usando colores. Te decía “más azul, más
azul”... pero sabiendo el valor de la coloratura no resultaba tan complejo seguirlo. Cuando
me conoció, me invitó a tomar el té y me confesó: “¿Se da cuenta de que usted es muy joven
para ese papel?”. Después estuvo muy conforme y hasta me tomó cariño.
—¿Por qué después de varios personajes históricos como Rosas en “El sable” de
Pacho O’Donnell y Willy Brandt en “Democracia” acepta “Cremona”?
—No se le puede decir que no. Está alejado de lo que es uno, por eso el desafío vale la
pena. Hace poco dije que me gustaría hacer un Valle Inclán y este texto de Discépolo es un sainete
de esperpentos.
—¿Les habla a los argentinos en este 2007?
—Cremona rescata valores fundamentales de la vida del hombre. Dice: “Dejá todo lo
que no te pertenece, lo tuyo tiene que ser poco, porque uno es poco”. O cuando señala:
“Dios me dio ojos para cuidar sólo una canasta, para cuidar dos tiene que ayudar el
diablo”.
—¿Cómo es la adaptación de Roberto Cossa?
—Muy buena... salvo la armónica (se ríe ). El protagonista tocaba la guitarra, pero a
Cossa le pareció mejor la armónica. Estoy con profesor todos los días, antes del ensayo... por
suerte
Cremona no toca bien...
—¿Por qué no vuelve a la televisión?
—Siempre me ofrecen tiras, pero eso lleva mucho tiempo. Adrián (Suar) siempre me
llama... pobre... pero nunca
coincidimos... Hay muy buenas novelas, como
Montecristo. Me llamaron para hacer
Botines y
Mujeres asesinas. Pero la verdad, no extraño la televisión, al teatro sí lo extrañaría...
—¿Cómo es su relación con el público?
—Me sigue reconociendo por la calle. Soy de la época en que la familia compartía el
televisor. No como ahora, que cada uno lo tiene en su habitación. No hay que olvidar que debuté el
17 de mayo de 1965 con
El amor tiene cara de mujer. Por seguir a la tira
Malevo se paraban cumpleaños.
—¿Continúa sin aceptar premios?
—¡Qué más premios que estar más de cuarenta años con mi gente!. Quedé mal en muchos
casos, pero no es desprecio. Hay gente que se queja de quienes dan los premios, pero cuando los
reciben los agradecen.
—¿Nunca un cargo político?
—No. No tengo una vocación política, ni tolerancia, ni mucha sapiencia. Recuerdo
que después que terminé de hacer
El candidato, de Hugo Moser, me habían propuesto ser intendente de Morón y en boca de urna
ganaba... pero los vecinos se ofendieron porque no acepté... Tampoco me tentó ser presidente de la
Asociación Argentina de Actores. Como dice
Cremona: “Hay veces que mucha luz no te deja ver claro”.
—¿Cómo recuerda a Alicia Bruzzo?
—(Se quiebra) La conocí cuando estaba haciendo
Cuatro hombres para Eva, era una niña hermosa, que paraba el tránsito. Hicimos juntos la
primera miniserie argentina:
Cumbres borrascosas. Como actriz tenía un talento descomunal y natural, espontánea,
instintiva, intuitiva y deslumbrante. Tan rigurosa que cuando hacíamos
Missery no se perdonaba nada. Nos peleábamos mucho, siempre por trabajo, pero sin
mezquindades. Fue maravilloso trabajar con ella y una experiencia enorme compartir escenario. En
estos últimos tiempos he andado tan cerca de la muerte... Mi padre falleció en noviembre del año
pasado. Miguel era una entidad, cualquier duda que tenía te aconsejaba. Se van y uno lo lamenta.
Nos dejan ese doloroso recuerdo.