Casi todo lo que José María Muscari emprende (como intérprete, autor, director, conductor) es evaluado por él mismo como logro, éxito. Se jacta, como en Muy Muscari en el Canal Ciudad Abierta, de fagocitarlo todo, de mezclar lo aparentemente imposible: toman juntas el té Esmeralda Mitre y Karina la Princesita; Silvia Süller y Eugenia de Chikoff. Con el mismo desparpajo, Muscari montó La casa de Bernarda Alba, de Federico García Lorca, con transformaciones de su preferencia. El público se complace y lo aplaude, al igual que en Los Grimaldi, producida por Nazarena Vélez, donde este personaje muy inteligente, tan verborrágico como inclasificable, tiene rol de actor, y que hoy debutará en la versión televisiva por Canal 9.
—Según vos, ¿cómo es tu versión de Bernarda Alba?
—Mi adaptación es una mirada sensible, respetuosa y amorosa hacia el material. No busqué corroer o destruir la obra. Sí saqué todo lo que fuera secundario; quedó la pasteurización de los personajes y de la historia, a la que atemporicé, porque es un clásico escrito ayer, pero que habla de hoy. No me importa que se traten de “tú” –se pueden tratar de “vos” porque la obra trasciende el tiempo verbal (sic)–, ni que sea la España del franquismo. Desde esta visión me tomé licencias. Pero el humor que aparece no es un agregado mío, sino que está latente en la obra. Como lamentablemente siempre fue condenada a ser representada en el establishment cultural de teatro oficiales o en grupos alternativos que quieren hacer teatro de calidad, todas esas versiones tuvieron miedo de iluminar el humor latente. La situación es tan tensa, tan dramática, que es desopilante. Es la primera vez que este espectáculo se hace en el teatro comercial. El productor apoyó mi idea de no hacer una versión críptica, sino un clásico para todos, con actrices populares.
—¿Cómo es trabajar con Nazarena Vélez?
—Está buenísimo y tiene que ver mi decisión de combatir los propios y ajenos prejuicios. Yo la tenía como un personaje de la tele, divertido, mediático, no como productora ni creadora. Ella hizo un gran cambio con Los Grimaldi, una obra de actores. Yo tenía que arriesgarme y darle un sí a esta mina. Hoy Los Grimaldi es más que un éxito, es un fenómeno que trasciende ser una obra de verano o haber hecho una gira: ahora viene a la calle Corrientes, se transforma en un programa de televisión, habrá una segunda parte, que voy a integrar, y también habrá una temporada paralela en Mar del Plata mientras nosotros actuamos en Carlos Paz… Estoy totalmente conforme de pertenecer a ese elenco. Tengo 36 años, trabajo desde los 18, he dirigido más de 35 obras de teatro, soy muy beneficiado por el apoyo del público. En cambio, he visto actores que en toda su vida no les ha tocado un éxito.
—¿Hay algún trabajo que no te haya salido tan bien?
—Desangradas en glamour: actuaban seis actrices geniales (Flor Peña, Ana Acosta, Carola Reyna, Marta Bianchi, Julieta Ortega y Sandra Ballesteros). Yo tenía 22 años, hacía mi primer espectáculo comercial y mi primera dirección de figuras: artísticamente me salió para el orto; la obra está llena de desaciertos. Diferente fue Tres mitades, con Moria Casán, Sofía Gala y Mario Pasik, uno de mis mejores espectáculos como autor y director, pero la crítica se dedicó a ver si estaba bien o mal que una madre y una hija se besaran y eso hizo que no fuera elegida por el público.
—¿Sólo te volcás al circuito comercial o volverías al off?
—El año pasado hice el unipersonal En Crudo con Mariela Asencio, a la gorra, en el Teatro de la Comedia. Cuanto más entro y salgo del circuito comercial y del off, cuanto más dirijo en el San Martín, voy a bailar a ShowMatch y participo en un debate con Osvaldo Quiroga sobre el lugar de la cultura, más yo puedo ser. Puedo ser Muy Muscari almorzando con Mirtha Legrand, leyendo Nietzsche los domingos en mi casa y yendo a Intratables.
—¿Cuál es tu límite?
—Yo no voy a programas donde quieren mi nombre para que hable del tape del día o del problema de actualidad, de la separación de Lanata, de si Flavio se peleó con Nazarena, o de si Tinelli vuelve o no vuelve. No soy un opinólogo de la televisión; soy un creador que hace obras de teatro y que usufructúa los medios de comunicación para contarle al público sobre el espectáculo que estoy haciendo. Distingo muy bien la cotidianidad de la intimidad. Yo publico en el Twitter lo que como, a dónde voy; mi blog es de divulgación cotidiana de mi vida. Pero nadie sabe con quién me acuesto o de quién me enamoro. Hay personajes de la tele demasiado desesperados que no tienen prurito en exponer hasta la última miseria privada para permanecer cinco minutos en cámara. En 18 años de carrera, sólo se supo que una persona que salió conmigo me robó mis ahorros: cinco cámaras vinieron a la puerta de mi casa respetuosamente; me pareció muy choto tomar la actitud de divo de decir “No, sobre esto no quiero declarar” y les dije lo mismo que había declarado en la policía. Por lo demás, me siento muy seguro de poder prescindir de la televisión para exponer mi intimidad.
—¿Vélez es un personaje que expone su vida?
—Ella juega más con su intimidad, muestra sus sentimientos. Yo la he visto llorar en tele, contar las penurias que pasa con sus hijos. Sabe manejar ese juego. No me siento con su capacidad para entrar y salir de ese juego de contar algo de mi vida en un programa y luego salir a vender un espectáculo.