Hasta el 3 de julio, de jueves a domingo en el Teatro 25 de Mayo (Av. Triunvirato 4444), el Ballet Contemporáneo del Teatro San Martín presenta un nuevo programa integrado por el estreno de Temperamental, de Silvina Grinberg, y dos reposiciones: Infima constante, de Anabella Tuliano, y Bolero, de Ana María Stekelman. La ocasión es oportuna para hablar con quien fundara la compañía en 1977. Stekelman tiene hoy 71 años, una importante trayectoria y una aguda mirada sobre este conjunto de bailarines, que este año cambió de director. Después de un primer período, de 1982 a 1986, Mauricio Wainrot había vuelto a asumir de forma continua desde 1999. En 2016 ha sido reemplazado por Andrea Chinetti (quien fuera su asistente), en el marco de las instalaciones del Teatro San Martín cerradas por reformas.
—¿Qué te significa la reposición de “Bolero”?
—Cuando uno crea una obra, uno está inspirado. Luego, si la obra no se repone, es como si se desmayara. Cuando es repuesta, revive en otros cuerpos. En los próximos meses repondré Concierto para bongó, con el Grupo de Danza de la Unsam, y Bésame, con el Ballet del Teatro Argentino de La Plata. Ahora, Bolero, obra originaria de mi compañía Tangokinesis, ya se vio con el Ballet del San Martín en 2014. En el San Martín, cuando uno da una obra, queda dos años como cautiva, así que yo no cobro por esta reposición. No es una satisfacción económica; en la danza hay pocas satisfacciones económicas. Esto es un error de nuestra cultura. La cultura argentina está un poco desdeñada; no se le da la importancia que realmente tiene. Y eso después influye en nuestro futuro y en los derechos de los artistas. Fellini decía: “La obra, yo la empiezo cuando firmo el contrato, y, sobre todo, cuando me dan el anticipo”. Eso acá no existe.
—¿Cómo es tu realidad económica después de tantos años de trabajo?
—Yo soy ciudadana ilustre, pero no te pagan por eso. Tengo una jubilación básica. No me creo recompensada por lo que yo le di a la gente. Yo creé el segundo Ballet del San Martín –el primero lo creó mi maestro, Oscar Araiz–, que es el que existe hasta el día de hoy, pero no cobro por eso. Cobro como un ama de casa, el valor mínimo, habiendo aportado. [En cambio] las amas de casa no aportan, si bien me parece muy bien que les paguen. Acá [en la Argentina] hay muchos errores culturales. Uno de ellos es que todos los puestos son como calesitas, como giratorios: la gente está en el gobierno; cambia el gobierno, y la gente pasa de un lugar a otro; da lo mismo que una persona sea de turismo, de cultura, de transporte…. No hay verdaderos cambios. El arte en la Argentina está detenido. La culpa la tenemos nosotros, no la política.
Es nuestro interior lo que falla, es nuestra poca necesidad de avanzar. Lo más importante es que haya cambios en el interior del artista. Por supuesto, cuando hay más dinero hay más posibilidad de representar lo bello. Pero igual no depende del dinero lo que vos crees. El artista progresa o no progresa, y no se le puede echar la culpa a nadie.