Serán sólo los miércoles de agosto. Allí en el escenario del teatro Picadero Leonardo Sbaraglia presentará a las 20.30 El territorio del poder, donde se anticipa que entrecruza música y textos. Ya recorrió con esta propuesta casi todo el país, sólo faltan algunas provincias del sur y Misiones.
“Con mi hermano (Pablo) tenemos otro tipo de shows –reflexiona– donde él hace su música y yo interpreto los interludios o los preámbulos de cada tema. Pero esta propuesta es muy distinta y me llegó de la mano de Fernando Tarrés. Hace siete años que estudio canto primero con Susana Rossi y desde que falleció sigo con su discípulo, José Manuel Elliot. En el 2012 nos convocaron desde el Centro Cultural de la Memoria Haroldo Conti para hacer un tributo a Rodolfo Walsh. Leí parte de Operación masacre y el cuento Esa mujer. Nos dimos cuenta de que teníamos muy buena química y decidimos seguir con otros temas. Lo que hacemos es distinto, es una música arbitraria, no acompaña a lo que se dice. Son grandes músicos que improvisan no sólo Fernando (Tarrés), sino también Damián Bolotín con su violín y Jerónimo Carmona con su contrabajo”.
—¿Cómo surgió “El territorio del poder”?
—Se dio a instancias de mis conversaciones con mi suegro, el gran sociólogo Juan Carlos “Lito” Marín, quien lamentablemente falleció (2014). Fue uno de los fundadores de la carrera de sociología en la Universidad de Buenos Aires y creó el Centro de Investigaciones en Ciencias Sociales. Me hablaba de Elías Canetti (Masa y poder), Michael Foucault (Vigilar y castigar) y luego sobre el italiano Ugo Cerletti, el primer neurólogo que usó las terapias electroconvulsivas en psiquiatría (electroshock). Con todos esos documentos, textos sobre la tortura, el Mundial de 1978 y el Holocausto lo armamos. Nuestra intención es mostrar parte de la historia del hombre, la trampa en la que estamos y cómo salir de ella. Hay partes dolorosas como cuando hablamos de la Inquisición o de los campos de concentración. Hicimos ya algunas funciones, pero es la primera vez que lo pondremos en un ámbito teatral.
—¿Hay textos de políticos?
—No. Quisimos mostrar el cuerpo humano como territorio del poder de otros. Es como si no fuéramos dueños de nosotros, respondemos a otros intereses. Lo más interesante es que es esperanzador, porque proponemos salir: siendo más valientes. Hay que revelarse, como un principio de desobediencia. Existen mandatos casi legitimados, entre padres e hijos, jefes y subordinados, hay que quitarse esta carga. El hombre libre es el desobediente. Hay que inventar nuevas maneras de vincularse. Ahora estamos preparando una nueva propuesta que se llamará Hambre.
—¿No extrañás el teatro?
—El año que viene volveré al escenario más tradicional. Me encantó hacer Cook (2012), pero esto es una exploración muy personal. Recuerdo lo que hacía Alfredo Alcón en Los caminos de Federico. Estos monólogos son otros pensamientos, que me dan la posibilidad de aprender de uno mismo. Proponemos un viaje, irse a otro lado. Lucho por hacer imaginar.
—¿Recibiste algún tipo de agresión desde que está el nuevo gobierno?
—No. A veces no me dieron alguna publicidad, pero a mucha honra. No voy a dejar de pensar como pienso. Desde que tengo uso de razón digo lo mismo, soy un artista, no me alineo. Hay gente con la que me identifico: gobiernos que impulsan políticas para los que menos tienen. El ex presidente uruguayo, Pepe Mujica, dijo: “Los que comen bien, duermen bien y tienen buenas casas, posiblemente piensen que el Gobierno gasta demasiado en políticas sociales. Todo es según cómo se mire”. Coincido con él.
—¿Cómo ves nuestra cultura?
—La cultura argentina es espectacular y esto pasa desde hace muchísimos años, en todas las áreas. Ojalá que se le siga dando valor y presupuesto. Hubo una gran dinámica entre el arte y la educación. Creo que lo único que deben hacer es dejar que camine, ya que tuvimos una mezcla de culturas e inmigraciones. Vas a cualquier parte del mundo y las obras de los argentinos se destacan: tenemos un lugar. Todo funcionario debe comprender esta realidad.