En más de dos décadas, pasó de presentar videos musicales a conducir programas de chimentos. De allí saltó a la actualidad política, para ahora reinventarse en Telefe como animador de uno de los programas de entretenimientos más relevantes de la historia del género. En ¿Quién quiere ser millonario? Santiago Del Moro da muestras de que se puede ser versátil sin huecos sabáticos en el medio, e incluso ser lo más visto del líder, Telefe. Su clave parece estar en no parar de trabajar y nutrirse de todo lo que hace, sin negociar su sensibilidad, la misma que un año atrás a la misma hora (de lunes a viernes a las 21.15) lo invitaba a llegar corriendo al estudio desde donde salía Intratables, directamente vestido para salir al aire, y lo eyectaba no bien el ciclo terminaba. No era por problemas de puntualidad ni porque prefiriera dormir un puñado de minutos más, sino porque prefería tener el menor contacto posible con la clase política.
“Este programa toca una fibra muy íntima. Las historias que vas entablando con la gente y cómo las personas se empiezan a desarmar. Hay gente que viene a buscar la plata porque quiere viajar a Disney con la hija, pero hay otra que lo hace porque quiere reencontrase con un familiar... El otro día vino un chico que quiere volver a ver a su madre, que tiene una enfermedad terminal en Europa. Quiere hacerlo con sus hermanos, pero no tiene la plata. Esto es mucho más que gente que viene a hacer la diferencia o comprarse un superauto”, explica el también conductor de El club Del Moro, programa líder de la FM que catapultó a La 100 al número uno.
—¿Te involucrás con lo que te pasa al aire?
—Siempre lo hice. En Intratables también lo hacía. Hay cosas que no me resbalan.
—En “Intratables” casi que escapabas del estudio no bien terminabas el programa…
—Eso era por lo político. Necesitaba sacarme todo, el 90% de las cosas que emana un político. Intratables era ese momento, no había ni previa ni post. Hablaba con los productores por teléfono para preparar el programa, llegaba cinco minutos antes desde mi casa, entraba y me iba. Con mucho riesgo, un salto sin red, que a nivel conducción me dio mucha espalda… La diferencia entre eso y esto es lo genuino. Cuando algo es real, traspasa. Una persona que te mira a los ojos y se emociona es muy diferente a un político que no te sostiene la mirada y te miente. Son otros códigos. Nunca permití que este medio me deshumanice.
—“Quién quiere ser millonario” es un clásico, pero vuelve en un momento en el que hay cada vez más pobres. ¿Te invita a alguna reflexión?
—El programa pasa por otro lado, más allá de un título que tiene más de veinte años. Esto es un juego, compartir y empatizar es mucho más que una pregunta y una respuesta rígida... En este momento poder estar en televisión y poner en juego 2 millones de pesos, de lunes a viernes, y que el que menos se lleve se vaya con 70, 80 o 130 mil pesos, casi que es una obra de bien. En este momento casi que es un programa de servicio, porque se reparte mucha plata por día. Yo sueño con hacer ¿Quién quiere ser millonario? y que venga a jugar gente que represente comedores o ONGs. Estoy en eso. Ser un nexo con la gente para que pueda llevarse tanta plata de la televisión, a veces tan denostada, es genial.
—¿Cómo vivís pasar de una señal donde eras figura, pero donde no tenías la obligación de ser líder, a una donde ganar el rating es un objetivo permanente?
—Yo siempre salí a ganar. Estoy muy orgulloso del resultado de mis programas, que se ven en la cantidad de publicidad y PNT que tienen. Siempre funcionaron muy bien. Obviamente, cada canal tiene sus mínimos y máximos de rating, pero siempre salgo a hacer 50 puntos. Uno sueña con todo, pero eso no tiene que correrte del foco que es hacer el mejor programa posible, así te vean veinte personas o 50 millones. El compromiso es el mismo.
—Cuando pasaste de Pop a La 100 seguiste siendo líder y además sumaste oyentes y auspiciantes. Cambiaste y ganaste. ¿Sentís que llegar a Telefe es una especie de revalidar?
—Lo de la radio ha sido un fenómeno que creció exponencialmente. De hecho, este año agregamos una hora por la cantidad de pauta y PNT que tenemos. Todos estamos contentos y sumamos una hora de laburo, casi que estoy hablando cuatro horas sin pasar música. En la tele siempre sentí que todas las miradas estaban puestas en mí, en a ver qué pasaba cuando me tocara jugar en las ligas mayores. Creo que eso lo superé cuando fui a Intratables y marcamos historia haciendo un programa político en el prime time, de lunes a viernes. No quisiera vivir como una revalidación llegar a un canal como Telefe, que tiene estos números, porque me daría mucho vértigo. Sé que hay expectativa puesta en mí. El riesgo siempre está y yo lo tomé.
—Hace unos días, Pablo Echarri dijo que sentía culpa por tener una buena posición económica. ¿Te pasa algo parecido?
—Todo lo contrario. Lo poco o mucho que tengo me lo gané por mi trabajo. Si supieras por las cosas que pasé… He llegado al canal con el bolso en la cabeza y el agua en los hombros, cuando Juan B. Justo se inundaba, mientras mi mujer estaba por parir. Me decía: “¿Qué estoy haciendo? Me estoy volviendo loco”. Nunca falté un día, me estuviera muriendo, con 40 de fiebre o perdiendo un embarazo… El trabajo es mi religión. De todo lo que gano, que es mucho, la mitad va para que la gente viva mejor, pero eso no pasa. De todo lo que gano, el 50% se va en impuestos, y lo que me angustia es que siento que uno no ve después que ese dinero se plasme en educación, en salud o en infraestructura. Eso duele.
—Hace casi dos años entrevistaste a Macri. A la distancia, ¿creés en su palabra?
—Nunca le hice una nota a un político esperando creerle. Siempre pregunté desde el sentido común, pensando en qué quería saber la gente. Lo importante no es lo que cree el periodista, sino lo que la persona dice… Pasó mucho tiempo de esa nota y era otro país, así que es como viejo hablarlo, pero la política lo único que ha hecho fue defraudarme.
La pasión por hacer
—¿Cuántas de tus ambiciones fueron motivadas principalmente por el dinero?
—Cuando Much Music cambió de dueños y mi camino había pasado, empecé a hacer un programa a la madrugada llamado Clase X con Maju Lozano. No era por la plata, sí por la profesión. También hice uno con Mariana Fabbiani para Telemundo, donde hablaba en neutro, frente a una computadora a la que no le andaba la pantalla… No era por la plata, era por hacer. Tengo vocación por esto.
—¿Tenés algún ingreso extra además de los que te genera ser conductor?
—En mi casa siempre se tuvo que trabajar. Nosotros somos una familia de clase bien, pero siempre se nos inculcó eso. Así que si no me dedicara a esto, me ganaría la vida de otra manera, pero no sería feliz.
Por suerte, desde que empecé tuve continuidad de trabajo. Veremos qué pasa con el tiempo en un medio que permanentemente se está reinventando. Todo el mundo habla, pero nadie sabe muy bien adónde va a terminar todo esto. Ser comunicador en este momento de la historia está bueno.
—Los medios transitan la gran contradicción de pasar por lo que nombrás y a la par tener cantidad de gente sufriendo…
—Me pasa con amigos. Uno ayuda como puede todo el tiempo. Sabemos que hay una crisis mundial de los medios, en paralelo con la nuestra. La crisis excede a un mal administrador de medios o por un corrupto que compró una radio y un canal y no les pagó a los empleados. Pasa por cómo se van a adaptar a los tiempos que corren.
—Cambia el medio, cambiaste de radio y ahora cambiaste de canal. ¿Cómo vas viviendo eso?
—Uno tiene que tener poder de adaptarse. La inteligencia pasa por ahí. Cuando terminé Intratables me fui de vacaciones y cuando volví me tuve que adaptar a hacer una hora más en radio y a quedarme más tiempo en casa. Empecé a vivir cosas que había postergado y me encantan. Ahora mi vida cambia y vuelvo a adaptarme. En la era del multitasking, puedo hacer veinte cosas a la vez, pero trato de focalizar en el aquí y ahora. No me quejo. Adaptación pura.