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Revista Semanario

Pablo Ramírez, de jurado maldito a buen pastor

El ex jurado malo de Operación Triunfo lleva su palabra a enfermos terminales. No le gusta que le digan "pastor". Un santo.

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| Cedoc

Muy lejos de la altanería, la soberbia y el maltrato a los participantes de “Operación Triunfo”, el ex jurado Pablo Ramírez tiene un costado humanitario, para casi todos absolutamente desconocido. El productor musical que presidió el tribunal del reality de canto de Telefe durante dos temporadas suele recorrer varias clínicas, algunas de las cuales él mismo pidió no mencionar, para acompañar a los pacientes y llevarles un mensaje de aliento. Una faceta totalmente oculta y muy diferente a la imagen de “verdugo” que guardan los medios de él, y que el mismo ex jurado prefería no divulgar. Sin embargo, una vez descubierto por Semanario, aceptó la nota.

Ramírez, de 59 años, ocupa gran parte de sus fines de semana en visitar a personas internadas con enfermedades terminales como esclerosis múltiple y cáncer. En las más de las veces, la suya será la única visita que reciban los enfermos hasta la semana siguiente.

“Yo soy voluntario en Hospice San Camilo, una casa de Olivos en la que atendemos a pacientes terminales sin límite de edad y a los que buscamos darles calidad de vida en los días que les quedan. Cuando los médicos dicen el triste ´no hay nada más que hacer`, ahí entramos nosotros, porque en realidad hay miles de cosas por hacer”, explica Ramírez a Semanario en plena visita a una clínica.

El ex jurado de “la academia” y los demás voluntarios de San Camilo basan su práctica humanitaria en la certeza profunda de que la persona que va a morir sigue siendo una persona viva hasta el final.

“Esta tarea la hago desde hace muchos años y todos los días. Voy a la Clínica Basilea y a otras más. Me pasó que un día sentí como un mensaje. Estaba yendo a los estudios de Telefe, en Martínez, como saliendo de la cancha de River… Miré el horizonte y me dije: ´qué abandonados que estamos´”, revela el creador de Mambrú y Bandana. Y detalla: “Una señora me pidió que fuera a ver a un familiar, y fui. Y así empecé con esto. No es que yo voy a una clínica determinada: voy a donde vaya el paciente. Y así se van abriendo más puertas y formando una red, porque la gente se acerca para pedirme onda. Y en muchos casos, los pacientes se transforman en amigos. Pero es una tarea muy fuerte, porque muchos se van y a uno se le arruga el corazón”, agrega el feliz padre de Mariano, Guadalupe y Lucía, de 29, 27 y 22 años respectivamente.

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