De perfil bajo pero siempre irreemplazable, Julio Bocca, allí donde pasa, deja huella y no es fácil encontrarle un sustituto. Desde que, en 2007, abandonó los escenarios, ningún otro bailarín ha logrado el éxito y el afecto con el que él convocó a multitudes para su despedida al pie del Obelisco. Cuando ya no protagonizó ni se ocupó, su Ballet Argentino se esfumó. Cuando, ahora, en septiembre pasado, dio a conocer que renunciaría a su puesto de director del Ballet Nacional Sodre (BNS), no se ha podido encontrar un sustituto. Desde 2010 había dirigido la compañía uruguaya, a la que dio calidad y proyección internacional. Pese a las diferencias que había manifestado, pese a períodos de licencia y respectivos regresos, siempre había intentado mantenerse en su rol, al que sostendrá, sí, pero hasta el último día de este 2017.
Y como espera que su partida no sea con un portazo, sino a través de una transición, viene a la Argentina a presentar una gira del BNS, durante noviembre: 8 y 9 en Córdoba, 11 y 12 en Tucumán, 14 en Rosario, 16 en Santa Fe, 18 en Mar del Plata, 20 en La Plata, 22 en Lomas de Zamora. En Capital Federal, están previstas dos funciones: 21 en el Teatro Gran Rivadavia y 23 en el Teatro Auditorio del barrio de Belgrano.
Acaso de aquí a entonces se resuelva el enigma del nombre de quien vaya a tomar la dirección del BNS. Por ahora, se barajaron tres nombres. El bailarín español Igor Yebra, por cuestiones de agenda, no parece, por el momento, poder aceptar el compromiso. La bailarina uruguaya María Noel Riccetto ha declarado requerir condiciones que el Ministerio de Educación y Cultura de Uruguay aún no le concede, por lo que no se ha confirmado su “sí”. Y también espera su oportunidad la actual codirectora del Ballet, Sofía Sajac. Por ahora, sólo especulaciones, y la sonrisa relajada de Julio Bocca:
—¿Por qué decidiste irte?
—Paso a ser como maestro [de la compañía]. A ver si puedo lograr ciertas cosas que, siendo director, no podía. Y la verdad, me cansé. Era un trabajo bastante difícil y duro. No tenía el tiempo de poder estar en el estudio, trabajando, ensayando, corrigiendo… Necesitaba un tiempo para mí.
—¿Cómo lo comunicaste?
—Hablé con la ministra [María Julia Muñoz], le avisé con tiempo que el año que viene no quería seguir como director, pero sí, por supuesto, seguir aportando, estar como maestro y seguir viviendo en Uruguay.
—¿Indicaste sucesores?
—No es que recomendé, sino que di una opinión de alguien que podía llegar a interesarle estar en Uruguay: Igor Yebra. Pero también María Noel Riccetto, y la codirectora Sofía Sajac se postularon. Quizá me preguntarán, pero no quiero estar dentro de ese proceso. Es una decisión de ellos, más que una decisión mía.
—¿Cómo sería tu rutina el año que viene? ¿Qué actividades planeás?
—Estar todos los días en el Sodre, en un horario normal. Pero también el año que viene tengo algunas cosas afuera, como maestro y como jurado de concursos. Además, estoy yendo al American Ballet, para dar clases a chicos de la escuela y, en la compañía, dar clases de partenaire con Alessandra Ferri, para montar Romeo y Julieta. En el Sodre, tengo ganas de estar un poquito más en la cosa cotidiana de los bailarines, incentivarlos más y que disfruten más de todo lo que tienen. [Ahora] estoy un poco cansado, como agotado, sin la inspiración; a veces me trabo, me pongo mal, y no quiero eso.
—¿Por qué te quedás en Uruguay?
—Porque tengo una pareja, [con quien] voy a cumplir diez años. Eso es lo principal.
—En esta etapa, ¿la vida privada define la profesional?
—Sí, sí, ahora sí. Totalmente diferente a la vez anterior. Ahora sí, viviendo ahí. Estoy bien, contento viviendo en Uruguay, aunque cada vez hay menos vuelos; se complica, pero son cosas menores.
—¿Dirigirías un teatro?
—Me fui de la dirección porque uno está cansado de tener que estar gritando para que salgan las cosas. [Además] a veces, hay que ser duro y decir: “No podés seguir más; no se te renueva [el contrato]”. Eso cansa y estresa, sobre todo cuando el ser humano es buena persona. Para tener un teatro, tenés que tener, como quien dice, unas pelotas, para poder soportar el manejo de tanta gente.
—¿Hay intercambios con el Teatro Colón? ¿Podrías dirigirlo?
—Estamos cada vez hablando más, pero igual, no ahora. Paso a otra etapa de mi carrera y quiero aprovecharla. Este año voy a Hong Kong tres semanas a montar Corsario; el año que viene vengo a montarlo al Teatro Colón. Hacemos un intercambio con Paloma: una maestra del equipo y yo venimos a montar Corsario en febrero-marzo de 2018, y maestros del equipo de ella van a montar Bella durmiente [en Uruguay], que nosotros hacemos el año que viene. Empezamos a tener esa relación en la que dijimos: “Todos podemos intercambiar…”. Con el Colón podremos tener problemas, pero el Colón para mí también es mi casa.
—¿Cuándo hablaste con ella? ¿Qué plantearon?
—La vi hace poco en una función; también nos encontramos en Chile, en una gala a la que nos invitaron. Ella está pasando el mismo proceso que uno pasó al comienzo de la dirección: el proceso de que está ahí el cien por cien, y las peleas, y las cosas que puedan pasar cotidianamente. Es lindo escuchar a otro ahora (risas), estando del otro lado, cuando ya pasó, y decirle: “Tranquila, porque todo se va a ir calmando”.
—¿Ves nuevos talentos en la danza?
—Sí, tenés talento, pero yo creo que lo que falta todavía es hambre de más, es algo que falta, que es parte de un cambio global. Quizá ya tengo esa cosa de viejo choto, que dice “en mi época… era así…”. Creo que [los bailarines] tienen todo más fácil… Quizás es parte de a lo que uno tiene que acostumbrarse. Pero sí, talentos hay.
—¿Estos tiempos de trabajo diferentes para el año que viene te permiten pensar en la paternidad?
—Voy a poder hacer esas cosas que quiera, entonces lo de la paternidad es algo que está. [Pero] a mí me gustaría más adoptar, y mi pareja quiere más que sea…
—… ¿por subrogación de vientre?
—Exactamente. Entonces, también está esa definición. Pero no es algo que se descarte.
Misha y Julio
En septiembre pasado, Julio Bocca pasó por Buenos Aires y vio una de las funciones de Letter to a Man, el espectáculo protagonizado por Mikhail Baryshnikov, quien tuvo un importante rol en la vida de Bocca, especialmente durante los años en que el ruso estuvo al frente del American Ballet, entre 1980 y 1989, mientras el argentino era bailarín principal. De esa reciente velada compartida, muestra, feliz durante esta entrevista, una foto que se sacaron juntos. Está orgulloso de ella, porque allí Misha sonríe –gesto que le es poco habitual– junto a él. Esa imagen se la reserva para su arcón personal; asegura que no la pondría en redes sociales, medio que ni siquiera usa.
—¿Qué sentiste al verlo bailar?
—Uno, como lo conoce, veía un montón de historia ahí adentro, hasta por la forma en que movía un ojo. Admiro que, a la edad que tiene, siga estando arriba de un escenario y siempre buscando más. Del espectáculo en sí, me pareció increíble la estética, la iluminación. Pero lo que más rescato es la cena que tuve después con él y su mujer. Fue maravilloso encontrarnos, con una cerveza, hablar de la vieja época, de los proyectos nuevos. El ya se había enterado de que yo me había ido y me dijo: “Te entiendo, son edades y épocas”. Los dos estamos en otra posición ahora. Estos últimos diez años, y los siete años de haber dirigido una compañía, me hicieron un poco más fuerte, más seguro… Antes, me encontraba con él y todo bien, pero todavía había una diferencia… La distancia la ponía yo, porque es Misha [lo dice remarcándolo, de manera solemne]. Ahora fue todo muy casual, muy relajado. Fue una noche mágica. Me largué, me relajé más… Sentí de par a par, respeto mutuo, un poco más de confianza.
—Baryshnikov, próximo a cumplir 70 años, está bailando. Y vos, ¿cómo te imaginás a los 70, 80 años?
—Yo qué sé. Primero llegar ahí. Ya a los 60, me veo disfrutando más en casa, quizá con la adopción. Para los 60 no falta mucho [acaba de cumplir 50]. Pero, para empezar, tenés que tener un estado físico para poder disfrutar las cosas.