Pocas figuras de la política argentina encierran tantos enigmas como María Estela Martínez de Perón. “Isabelita” protagonizó una etapa oscura de la historia del país a mediados de los 70, estuvo un tiempo presa y luego se recluyó voluntariamente en España para mantener un largo silencio que aún persiste. Por eso la aparición de una película como Una casa sin cortinas generó repercusión en los medios luego de su exhibición en Bafici. El documental de Julián Troksberg –director argentino que actualmente vive en el Harlem neoyorquino– despertó discusiones y recibió muchos elogios. Se puede ver en Cablevisión Flow desde hace unos días. Desde Nueva York, Troksberg charló con PERFIL sobre sus motivaciones..
—¿Por qué decidiste hacer este documental?
—Cuando se cumplieron cuarenta años del Golpe noté con toda claridad que la figura de Isabel estaba totalmente borrada de esa historia. Siempre las fechas redondas funcionan bien para los recordatorios, las revisiones, la memoria crítica... Y yo pensé en eso, en lo raro que era que ella misma no tuviera nada para decir. Y al mismo tiempo pensé que si ella no dice nada y nadie quiere decir nada de ella es porque seguramente lo que saliera a flote podría ser incómodo. Pero teniendo en cuenta que no deja de ser la presidenta que se comió el último Golpe de Estado, me llamó la atención esa ausencia. Hay muy poca producción en torno a la figura de Isabel: un libro de la historiadora María Sáenz Quesada, la novela Una pálida historia de amor, que no es de las mejores de Fogwill, y un libro más reciente de un historiador de la derecha peronista. Es muy poco teniendo en cuenta el arco narrativo espectacular de la historia del personaje: una bailarina de cabaret que llega a la presidencia de un país. Es la primera mujer presidenta del mundo, además. Es como una Cenicienta de Hollywood.
—¿Cambiaron tus ideas sobre ella después de terminar esta película?
—En lo político te diría que no. Mi viejo fue secuestrado y desaparecido durante la última dictadura y yo crecí en una casa donde Isabel era sinónimo del “rodrigazo” y los inicios de la represión ilegal. Para mi vieja Isabel era un personaje tenebroso. En ese sentido, partí de una visión política muy oscura. Pero lo que me terminó de enganchar del personaje fueron sus contradicciones. Isabel abrió las puertas a la represión cuando firmó los decretos para que las Fuerzas Armadas pudieran operar en todo el país con ese objetivo, pero después pasó cinco años presa. No fue tan leve el costo para ella... Fue la primera presidenta femenina –aunque hubo antes primeras ministras en India e Israel–, pero no defendía los derechos de las mujeres: vetó la ley de patria potestad compartida, cortó las políticas públicas de salud reproductiva en los hospitales.
—¿Qué dicen esas contradicciones?
—Todas esas contradicciones me parecieron interesantes para la película. Sigo pensando que el de ella fue un gobierno terrorífico, pero contar su historia me permitió acercarme a lo humano. Lo digo al final de la película y no es una estrategia narrativa: me acuerdo de que cuando leí Los detectives salvajes de Roberto Bolaño, hace como quince años, yo avanzaba y veía más difusos a los personajes principales, en lugar de verlos más claros. Bueno, con Isabel me pasó lo mismo. Es más fácil pensarla como una marioneta, pero su perfil es más complejo: era alguien con ambiciones políticas, y es difícil entender por qué se borró de la manera en que lo hizo. Es como si la carga de la historia se le hubiera hecho muy pesada, entonces terminó eligiendo una reclusión monástica en España. Es muy interesante la tragedia del personaje.
Lo que quedo en el tintero
Luego de la larga investigación que llevó a cabo para producir Una casa sin cortinas –título que refiere a una anécdota sucedida durante el encierro de Isabelita en San Vicente en el período de la dictadura militar comandada por Jorge Rafael Videla–, Julián Troksberg se quedó con algunas cuentas pendientes que de todos modos, razona hoy, no empañaron los resultados que refleja la película. ”Por un lado yo fui naif y pensé que íbamos a llegar a Isabel porque habíamos tenido contacto con gente cercana a ella –explica el director–. Pensé que esa gente podía abrirnos la puerta para una entrevista mano a mano. Pero si hablaba ella la película iba a ser otra, seguramente hubiera estado dedicada por entero a esa charla, y la verdad es que a mí me interesaba mucho la memoria de los que tuvieron alguna relación, lo que recuerdan de ese vínculo y esa época. En ese sentido, me quedé con ganas de entrevistar a alguna gente. Otto Vargas, un dirigente del Partido Comunista Revolucionario que murió en 2019, por ejemplo. El PCR era un partido maoísta que en el 75 apoyaba a Isabel y a la democracia. También quise hablar con el fallecido Duilio Brunello, un personaje importantísimo del peronismo en los años 70, alguien de la mesa chica. De hecho, él aparece en algunas fotos con Perón e Isabel. Después de rastrearlo un tiempo llegamos a contactarlo y a combinar un encuentro, pero fuimos a su oficina y no estaba. Tampoco nos dejaron ingresar en base de la Marina de Azul donde estuvo detenida Isabel. La película es un buen acercamiento a un personaje importante de la historia argentina del que se ha hablado muy poco.