Reconozco que prefiero hacer películas que podrían clasificarse como melodramáticas y, por lo tanto, primero resulta necesario definir el término. Traten ustedes de definirlo y verán lo difícil que es.
Lo que para uno es drama, para el otro es melodrama.
En el teatro victoriano solo existían dos divisiones: melodrama y comedia. Y entonces se impuso el esnobismo. Lo que se presentaba en Drury Lane era drama. En el Lyceum era melodrama. La diferencia radicaba en el precio de la entrada.
La gente sofisticada empezó a utilizar el término “melodrama” para hacer referencia a obras o historias ingenuas, en las que se exageran todas las situaciones y se subrayan todas las emociones.
Pero, aun así, la definición no es universal. El melodrama del West End es el drama del interior. Hasta cierto punto, parece que depende del cristal con que se mire… y piense.
En la vida real, que nos tilden de “melodramáticos” es una crítica. La palabra alude a comportamientos histéricos y afectados.
Una mujer puede reaccionar ante la noticia de la muerte de su esposo llevándose las manos a la cabeza y gritando, o puede quedarse quieta sin decir nada. La primera opción es melodramática. Pero bien podría ocurrir en la vida real. En el cine, el melodrama se basa en una serie de sucesos sensacionales. Así que hay que reconocer que ha sido y es la columna vertebral y el alma de la gran pantalla.
Recurro al melodrama porque mi gran deseo es que el cine sea sutil. Cuando una situación dramática posee tanta sutileza que se le puede llamar melodramática es posible alcanzar naturalismo y realismo y, a la vez, tener en cuenta las demandas de entretenimiento de la gran pantalla, que, en primer lugar, exige que la historia sea ágil.
Si analizamos más de cerca qué era popular en el teatro provinciano antes de la llegada del cine, hallaremos que lo esencial era que la obra tuviera mucha “sustancia”. Y es a ese público, multiplicado incontables veces, al que debemos complacer con nuestras películas. Pero –y es un “pero” complicado– se le ha enseñado a ese mismo público a esperar un tratamiento moderno y naturalista de los dramas “sustanciosos” que le gustan. La pantalla creó una expectativa de realismo que nunca se le pidió al teatro.
Pues bien, el realismo en el cine es imposible. Salvo por momentos excepcionales (como cuando se comete un crimen), la vida cotidiana es aburrida. El realismo, representado fielmente, sería irreal, porque el público, ya sea del cine o del teatro, tiene incorporado lo que yo llamaría la “costumbre del drama”. Esta costumbre hace que los espectadores prefieran ver en la pantalla aquellas situaciones que no viven diariamente.
Así que tenemos un problema: cómo combinar el color, la acción, el naturalismo y la apariencia de realidad con situaciones que resulten fascinantes y desconocidas para la mayoría del público. Se deben mezclar todos estos factores.
Mi mayor deseo es ser realista. Por lo tanto, hago uso de aquello que se denomina melodrama, pero que bien podría llamarse ultrarrealismo. Después de pensarlo mucho, he llegado a la conclusión de que es el único camino al realismo cinematográfico que todavía podría considerarse entretenimiento.
Quizás la crítica más rara con la que me topo es que a veces muestro en la pantalla cosas altamente improbables, irrealidades grotescas, cuando los hechos criticados se basan en su totalidad en la vida real. El motivo de esto es que las extrañas anomalías de la vida real –lo ilógico de la naturaleza humana– parecen inverosímiles.
Por otro lado, si son en efecto reales, pueden asemejarse demasiado a la experiencia del espectador, que no asiste al cine para ver de cerca sus propios problemas.
Hoy en día, los hombres que mejor entienden la psicología del público son los editores de periódicos exitosos y populares. Se ocupan en gran medida del melodrama. El tratamiento moderno de las noticias, con sus enunciados sencillos que hacen que el lector “viva” la historia, resulta brillante en su análisis de la mente del público.
Si los cineastas entendieran al público como lo hacen los diarios, quizás podrían dar en el clavo más a menudo.
* Cineasta (1899-1980). Publicado por la editorial El Cuenco de Plata en Hitchcock. Escritos y entrevistas 2. A su vez, el texto Why I Make Melodramas se publicó originalmente en Stars and Films of 1937, Daily Express Publications.