Mads Mikkelsen, como ningún otro actor del mundo, vive en dos polos que suelen considerarse opuestos. En breve, el 24 de noviembre, será Kaecilius, el villano de la nueva película de Marvel, Doctor Strange, donde comparte cartel junto a Benedict Cumberbatch, y en diciembre será parte, con un papel secundario, de Rogue One, la nueva película del universo Star Wars. Más grande en Hollywood, imposible. Pero este mismo año el danés fue jurado de Cannes, el festival donde ganó el premio a mejor actor en 2012 gracias al film The Hunt. Y, claro, no vale olvidar su bendito paso por el mundo de las series siendo el icónico Hannibal Lecter en Hannibal, programa que devino de culto al mismo tiempo que fue cancelada.
—En una entrevista dijiste que todavía estabas buscando tu identidad a la hora de trabajar en inglés. ¿Todavía te sentís de esa forma?
—No, no. Creo que la he encontrado. O me la han encontrado. Me siento muy cómodo hablando en inglés, pero es algo que ocurrió película a película. No nací con este idioma, entonces no es lo mismo, de verdad. Son dos identidades diferentes cuando actúo, por un lado danés y por otro americano. Además, me han surgido una serie de personajes en Estados Unidos que son realmente estrafalarios, divertidos de interpretar. Siempre se me asocia al villano, pero eso ya no es un problema. Me divierte de hecho.
—¿Cuál es la parte divertida de hacer esos villanos?
—Creo que los villanos son como los héroes, al menos cuando importan: son diferentes unos de otros. Mi villano de la última de James Bond, por ejemplo, es menos nihilista: sólo quería dinero, y si lo dejás en paz, te deja en paz. Hannibal Lecter es alguien que encuentra la belleza en cosas que nos parecen atroces. Y este villano, en Doctor Strange, es un hombre que quiere crear un mundo mejor, sin dolor, sin muerte, sin sufrimiento. ¿Quién no quiere eso? El problema es la forma de llegar a ese lugar.
—Fuiste parte de “Hannibal”, un show distinto y querido, ¿cuál creés que es la distancia hoy entre el cine y la TV?
—La televisión se ha convertido en el lugar donde las series, o los productos, tienen que ser más radicales, más salvajes, tener más filo. La gente hoy busca en la televisión nuevos relatos y no le piden lo mismo al cine. No es que el cine no pueda generar relatos, es simplemente que no tienen la misma resonancia a nivel popularidad. Además, las películas se han convertido en algo tan grande que necesitan 200 millones de espectadores para funcionar económicamente. Las series no necesitan tanto, apenas una fracción de esa cantidad de seguidores. Por esa razón, pueden animarse a ser más radicales. Claro, insisto, el cine siempre puede ser radical, sólo que hoy es un valor comercial serlo en la TV.
—¿Qué viste entonces en “Doctor Strange”?
—Amé la historia. Tenés por un lado a esta persona que es arrogante, muy egoísta, y que no ve el mundo a su alrededor. Y su viaje implica no sólo poderes sino conectar con los demás. Es un viaje muy humano, que no había visto en ninguna de las otras películas de superhéroes. En ese camino, no me siento tan diferente de un personaje así. Aunque tengo que ser sincero: otra de las razones es que me dejaron hacer mucho kung fu por el aire.
—¿Cuán distinto es filmar una película gigante en Hollywood y una como actor en Dinamarca?
—Creo que siempre se busca generar un aura de intimidad en el set. Podrá haber 500 personas en un set de Hollywood y teinta en uno de Dinamarca, pero ningún director quiere que su película no se sienta, en el set, como algo cercano a todos lo que allí trabajan. En Estados Unidos a veces las cosas no son tan directas, a veces se siente que perdés mucho tiempo.
—Estás a punto de estrenar “Doctor Strange” y en diciembre “Rogue One”, spin-off de “Star Wars”. ¿Qué se siente al saber que tu rostro estará en una figura articulada que se va a vender masivamente?
—Ya era hora (risas). Más allá de la broma, es un poco abrumador, pero no deja de ser una parte divertida de una idea base: al trabajar en productos tan populares, te convertís, o tu imagen, en parte de universos realmente fantásticos, tanto por tema como por lo que generan. Tener tu muñeco de acción causa gracia, y lo querés ver.
Amar al cine con inteligencia
—¿Qué tiene que tener una película para enamorarte?
—¡Oh!, pueden ser un montón de cosas. Las películas siempre, sean lo que sean, sean Taxi Driver o sean Cantando bajo la lluvia, necesitan envolverte, sentir que estás allí y no están en ningún otro lado. Por eso son tristes a veces los límites de algunos espectadores. El cine es tanto y de tantas formas que ninguna experiencia vale la pena no ser vivida. Las películas son algo donde lo humano aparece mucho. Aparecen otros artes, aparece lo humano de otra forma, por ejemplo, en los primeros planos. Aparecen formas de lo humano que sólo el arte puede crear.
—Hablabas de tu kung fu aéreo ¿alguna historia al respecto?
—Bastantes. Tengo una escena de pelea grande con Benedict Cumberbatch y yo debía atravesar una estructura con vidrios y estaba a punto de cortarle la cabeza con una espada. Tenía en la mano una espada muy pesada, y tenía que tener infinito cuidado, ya que tenía que frenar un golpe muy cerca de su cabeza. No podía asesinar al actor principal. Apenas la hicimos me frené. Normalmente uno sigue cuatro o cinco segundos, pero la alegría de haber hecho esa toma tan complicada me fue inmediata. No pude no frenarme. Me di vuelta y todos me dijeron que tenía una sonrisa enorme. Y dije: “Esto es muy divertido. Muy”.