No se hunde ni se olvida. Aunque muchos no lo crean, Titanic es una obra maestra absoluta. Es un relato dentro del relato que se va construyendo ante nuestros ojos, y al mismo tiempo la quintaescencia absoluta del melodrama de Hollywood llevado al extremo. El amor entre Jack y Rose es el del chico pobre y la chica rica, del artista con la aventurera, del tímido y la intrépida. A James Cameron siempre le gustaron los personajes femeninos fuertes, pero aquí todo está equilibrado: aunque todo parece (parece, a no dejarse engañar) puro lugar común, Jack y Rose se enamoran porque reconocen algo de cada uno en el otro. En un pequeño plano, Cameron encima muestra que los vigías no ven el iceberg fatal porque se distraen viéndolos besarse. Todo en Titanic es al mismo tiempo tan artificial y dinámico, que cuesta recordar que lo que vemos es lo que una anciana señora nos relata (¿y quién nos dice que no inventó también a Jack, el hombre más noble, bello y perfecto de la historia del cine romántico?). Un amor así, sobre todo si es pura creación, no se hunde ni se olvida.
Siempre habrá un mañana. ¿Amor? ¿Hay amor en Lo que el viento se llevó o es el amor, justamente, lo que se lleva el viento? Melodrama extremo donde la idea romántica del amor –lo que vive la Scarlett de Vivien Leigh–choca con las necesidades del amor –el sexo, lo que busca y sólo obtiene por la fuerza el Rhett Butler de Clark Gable–, mantiene en vilo al espectador desde el beso desaforado a contraluz hasta la despedida final, demoledora, que deja la cuestión abierta: el amor no muere y mañana, siempre, será otro día.
Chet Baker y su "Funny Valentine". La letra, y acaso también la música, de My Funny Valentine , uno de los standards más famosos y transitados de la historia del jazz, es nada. Una melodía serena con las secciones tradicionales de la canción popular, la invocación de la amada como obra de arte imposible de fotografiar y la declaración de que todos los días son el Día de San Valentín. Poca cosa, a menos, claro, que el tema lo toque la trompeta de Miles Davis o que lo cante Chet Baker. La versión incluida en el disco Chet Baker Sings (1954) se escucha ahora como una elegía que se desentiende de las palabras y de la música. El relato amoroso –lo dicho, lo nunca dicho y lo intuido– está sostenido únicamente por la voz de Baker. En un sentido, no es otra cosa que la voz de Baker.
Viaje al corazón de Bob Dylan. En Blood on the Tracks, grabado en 1975, Bob Dylan armó un viaje al fondo de la experiencia del amor con paradas en cada una de las estaciones: la euforia, la ira, el arrepentimiento, el insulto, la memoria. La excusa fue la separación de su mujer y, visto en términos biográficos, el disco no fue sino una tentativa de reconciliación. Escuchado ahora, queda claro que cada canción arma, en contraste con las demás, el mapa de una relación amorosa. Artista de las máscaras, la voz multiforme de Dylan planea sobre una instrumentación ascética, exquisita, y la armónica funciona como una segunda voz o como el coro griego. Como escribió el propio Dylan alguna vez: “Detrás de toda belleza hay siempre algún dolor”.
La bella y el profesor. Una fantasía: enamorarse del profesor. En Mi bella dama se hace realidad con canciones, bailes y humor. Pero lo más interesante es que Eliza se enamora del profesor Higgins –un misógino vencido por la belleza– en una manifestación clara de que ni las clases sociales ni las diferencias de edad se interponen entre dos personas cuando surge esa cosa inasible e inexplicable llamada amor. Demostración clarísima de que, a la hora de quererse, dos personas deben dejar de lado parte de sí y entregarse sin pensarlo demasiado.
Un gran romance. Según pasan los años, Casablanca sigue siendo un hito en el amor en el cine. Hay varios sromances en la película: uno es el que todos gozamos y sufrimos, el de Rick e Ilse (Bogart y la Bergman, como nunca un romance adulto y glamouroso). Otro, el de Ilse por Víctor Laszlo, el luchador. Otro, el de un pueblo por su patria. Y todo es romántico. El mundo separa a los enamorados y elllos, porque se amana de verdad lo aceptan porque , saben, siempre tendran París.
Algo para recordar. Deborah Kerr, postrada. Cary Grant, despechado. Se habían conocido en un barco, se enamoraron y ella faltó a la cita. Un cuadro lo dice todo y, contra toda adversidad, estos dos personajes mundanos y maduros (qué pocas historias de amor maduras hay hoy en el cine) se reencuentran en uno de los finales que mayor cantidad de lágrimas ha generado en la historia del cine. Lo que lograba el milagro era que los personajes no eran puro edulcorante sino dos personas inteligentes y graciosas que se enamoraban. Leo McCarey filmó dos versiones del film, pero el más recordado es éste, en pantalla ancha, a todo color y con el Empire State como nunca.
Bella y Bestia o cuando el amor embellece. Cuando en 1990 Disney estrenó La Bella y la Bestia, suponía que muchos adultos irían a verla. Y no se equivocó: el film no es sólo el cuento de hadas clásico, sino un musical brillante y una comedia alocada sobre una pareja despareja que (como en las películas de Cary Grant y Katharine Hepburn) se encuentran y se aman tras un combate de frases filosas, inteligencia y chanzas.
En el momento del baile, no sólo vemos ese espacio enorme conquistado por un sentimiento que todavía no dice su nombre, sino también, y con mucha gracia, cómo para conquistar el amor hacen falta cómplices (un candelabro, un servicio de mesa, un reloj, aunque aquí hablen).
Momento brillante y romántico si los hay, el vals es también el preludio del drama (¿qué romance no lo incluye?). Este amor, por lo demás, aislado de la chusma rugiente y bruta, permanece en el castillo lejos de todo, donde todavía se puede seguir bailando y donde se puede amar en una enorme biblioteca.
Acertijos chinos. Turandot es una ópera enigmática. En el núcleo de la trama está implicada la resolución de un acertijo: aquel pretendiente que quiera conquistar a la princesa china Turandot deberá responder correctamente, a riesgo de morir, tres preguntas.
Luego de una noche de incertezas, Calaf acierta y gana el amor de la princesa. Sólo opaca la felicidad de la boda el sacrificio de la esclava Liù, personaje al que Puccini, acaso en compensación, le dedica dos de sus mejores melodías Signore, ascolta! y Tanto amore segreto.
Casi sin darse cuenta. Billy Crystal y Meg Ryan en Cuando Harry conoció a Sally son gente como nosotros. Sabemos que se aman desde el principio, y lo gracioso es que ellos no. Su amistad, poco a poco, desacraliza y tira por la borda eso de que amarse es puro sexo (la escena del orgasmo es fundamental), o de que amarse es entrega. Son dos personas bastante neuróticas (miren cómo pide ella la comida) que descubren que la felicidad es compartir esa locura cotidiana bajo un mismo techo.
Reir, pensar, amar. Algunos piensan que con Dos extraños amantes Woody Allen quería quebrar todo lugar común del romance en la pantalla. Parece que lo logra –después de todo, Annie y Alvy no terminan juntos–, pero en realidad hace otra cosa: le da al amor el sesgo de lo urbano, de lo moderno, de las presiones de ser un intelectual, del chiste compartido, de la complicidad como modo de vida.
A lo largo de todo el film, Diane Keaton y Woody tiene, quizá, las mejores frases de su carrera, en una película que no se sometía nunca al cuento lineal. El amor en sociedad, digamos, con la sociedad (ésa, intelectual y demasiado histérica y urbana) como telón de fondo y de frente.
La espera del amor. Si bien se probó en las formas grandes, Schumann fue un músico de miniaturas. Dichterliebe op. 48 (Amor de poeta) y Liederkreis op.24 (Ciclo de canciones) llevan textos de Heine. La primera canción de la segunda serie es un modelo de la inquietud de una promesa cerrada sobre sí misma: la espera.
Billie Holiday, autobiografía sentimental. Aun en las épocas en que su voz estaba en franca declinación, Billie Holiday conservó la pericia para cantar y contar una historia de amor en la breve cárcel de una canción. Tal vez por eso muchos temas del repertorio jazzístico fueron su coto de vedado. Billie’s Blues, My Man o I get a kick out of you resultan memorables porque Holiday hizo de cada una de esas canciones un variedad de su autobiografía sentimental. Fine and Mellow ocupa un lugar un poco aparte gracias a una grabación de sus últimos años con músicos de primer orden. La letra, escrita por la propia cantante, dice: “El amor te hace beber y apostar/ por el amor estás toda la noche fuera de tu casa/ El amor te hace hacer cosas que sabes que están mal”.
La mujer, al acecho. Muchas de las arias más perfectas de Mozart abordan el tema amoroso. El aria de Tamino en La flauta mágica (1791) es una de las más bellas del repertorio alemán. Se enamora de Pamina (a la que conquistará después de varias pruebas) al ver su imagen en un retrato. Experto en seducción, Mozart compone una música cuya libertad formal prefigura la canción romántica y reproduce la vacilación de Tamino frente a una mujer que lo toma por asalto.