Mau Mau fue un local nocturno emblemático de la noche porteña. Yo soy del interior. Mi recuerdo de Mau Mau está asociado con las historietas de Isidoro Cañones, con algunas fotos en las revistas de mis tías, como lugar de adultos, de gente poderosa y con brillos.
El grupo Acido Carmín está formado por el director Juan Parodi y las actrices Eugenia Alonso y Gaby Ferrero. Ellos estaban investigando sobre Mau Mau y soñaban con una obra que diera cuenta de aquel lugar. Tenían una imagen difusa del hecho histórico y de la obra. Juan Parodi me propuso escribir para ese nuevo espectáculo.
Me conmueve que sean trabajadores férreos del teatro: vienen peleando desde hace años, son amigos, los une un deseo profundo de hacer. Han madurado a partir de la experiencia compartida.
Los escuché. Muchos proyectos nacen del escuchar. De pensar qué puede haber en el deseo del otro que detone la escritura de un mundo. Escuchar a otros hace que se vuelva menos solitario mi trabajo. Es un simulacro de compañía. No están sentados a mi lado cuando escribo, pero puedo tenerlos en mente y dialogar con ellos de manera imaginaria. Es como tener un faro al cual volver cuando la cosa se pone brumosa.
El imaginario de Mau Mau al principio me parecía fascinante, pero no me provocaba teatralidad. No quería hacer una suerte de documental teatral, de biopic teatral. No me interesa ese subgénero de vidas o de espacios que se cuentan.
Leía los materiales que me habían pasado Juan, Eugenia y Gaby. Los releía, pero nada detonaba en ellos. Pasaron los meses y encontré tiempo y deseo de traicionarlos. Los dejé como sedimento y ahondé en el imaginario ramplón de la clase media, en la cual crecí y de la cual formé y formo parte.
Entonces, les propuse a los Acido Carmín la imagen de dos mujeres de la noche que, por un enigmático designio, no pueden parar de bailar durante los treinta años que dura la historia del lugar.
Me acordé de una película que vi en televisión, cuando era chico: allí había un concurso de baile que duraba hasta que muriesen los participantes. Una condena. Como el cuento de las zapatillas rojas que hace bailar sin parar a la princesa encantada. La condena de bailar hasta el agotamiento.
Sobre aquella imagen de las dos mujeres, pensé y sumé la idea de que ese baile fuera la máquina que hiciera pasar los años. Una suerte de cabalgata histórica. Pensaba en Pinti y su Salsa criolla: el repaso acelerado de los años. A mí, que me cuesta la Gran Historia, me atraía contar de manera pequeña, sesgada, algunos de los acontecimientos colectivos; plantear personajes desde sus miradas estrechas y con su imposibilidad de análisis. Pero sin juzgarlos ni burlarlos.
Así, Rita y Mecha sólo están hechas para bailar hasta el final. Si puedo hablar de ellas, es porque mucho de lo que narran lo he vivido. Tal vez de otra manera, pero lo viví. De chico agité banderitas en bochornosos actos públicos, salí a la calle a festejar el mundial con mis padres, vi cómo llegaban electrodomésticos y televisores desde lugares lejanos, vi el empobrecimiento cultural de los 90: el gesto cínico se repetía y más. Fui parte y espectador, como todos. Como Rita y Mecha, no he dejado de bailar. Lo doloroso, lo abyecto, lo aborrecible no ha detenido el baile. Durante toda la obra, salvo breves silencios, ellas están condenadas a que la palabra las defina. La clase media cómplice, algo tilinga, está presente. También los vínculos verdaderos que unen a la gente. Si esos dos personajes se vuelven queribles, es porque son amigas, fieles y nobles. Eugenia y Gaby son dos actrices enormes y amigas desde hace años. Mau Mau o la tercera parte de la noche da cuenta de ese vínculo. Es una obra sobre la madurez y el viaje; sobre la Historia que duele y que salva.
Cuando, después de una larga y decadente agonía, se cerró definitivamente Mau Mau, la boite, un diario publicó en tapa “Cerró Mau Mau, ha muerto la noche porteña”.
No se ha ido toda la noche. Aún quedan sus sombras. La que se ha ido es la noche mítica: el lujo, el sueño de un país que quiso parecerse a otro y que se descubrió desnudo y desamparado. Se terminó el glamour; quedan las colillas de cigarrillos y los vasos en el piso. Se acabó la fiesta; quedan los fantasmas.
Mau Mau o la tercera parte de la noche invita a acompañar a dos detestables y adorables fantasmas para volver a soñar con el fulgor opaco de aquellas noches.
*Dramaturgo y director. Autor de Mau Mau o la tercera parte de la noche (los lunes a las 20.30 en El Extranjero Teatro).