Voy al médico y el médico me habla de El marginal; me tomo un taxi y el taxista me habla de El marginal; estaciono el auto y el trapito que te acomoda el auto me dice: ‘Quiero que me metan preso, para que seas mi asistente social’”. Así sintetiza Martina Gusmán el éxito de la serie producida por Sebastián Ortega y Pablo Culell, en el que, en la tercera temporada, ella vuelve a ser el personaje de Emma Molinari, y que este martes 27 se despide en la TV Pública.
—¿Cómo evaluás el desarrollo de la serie?
—Siempre me pareció súper interesante hacer un proyecto de Underground Producciones, y por el elenco y los libros. Después ya fue una cadena de sorpresas: por el rodaje, por cómo quedaron los capítulos y esto medio inexplicable del fenómeno con la gente. [Se trata de] lo cinematográfico llevado a la tele, mezcla de realismo y comic; una Emma más realista y otros personajes más extremos. El marginal me llevó a una gran popularidad. Con la tele, te metés en la casa de las personas y uno se transforma en objeto, parte de lo que la persona está consumiendo. Entiendo que me ven y no me ven a mí, Martina, sino al producto; es raro, es fuerte, pero la gente siempre se acerca con amorosidad.
—¿Por qué la gente acompaña proyectos que despliegan la violencia?
—Hay algo entre los mundos desconocidos que genera un poquito de morbo. El espectador ve, como Emma, todo con asombro y crudeza, y con algo cómico por momentos, una cosa grotesca que hace que la crudeza sea transitable.
—¿“El marginal” refleja una parte de la sociedad?
—Un poco sí, un poco no. No deja de ser una ficción, obviamente. Yo hice una investigación en penales hace diez años para hacer Leonera. Pero diez años es mucho tiempo. Además, no tiene nada que ver un penal como Olmos o Los Hornos con un penal como la Unidad 18-Gorina, más modelo, o el penal de Ezeiza. Hay algunos donde sí hay mucho hacinamiento, donde quizás no está la villa ficcionada como en El marginal, pero sí las estructuras de poder, de supervivencia dentro de un penal, los roles de quién maneja un pabellón. Hay cosas de El marginal que pueden ser así, después están llevadas a una cosa más fellinesca.
—A partir de tus experiencias, ¿cómo se distribuyen roles entre autores, directores y productores en la televisión y el cine argentinos?
—Depende del proyecto. En El marginal, hay una impronta de Sebas Ortega, que es muy potente. Hay un equipo de autores, pero la bajada creativa es de Sebas, que está desde los libros y hasta en los cortes finales, y algunos días, además, va al rodaje. Es el que tiene la decisión creativa. A mí me gusta mucho cuando la mirada del director o del productor está plasmada en todo el recorrido. Pablo Trapero tiene una forma de escribir que es súper sensorial y después lo ves en sus películas que podés transitar con los cinco sentidos. Otros proyectos funcionan de modo diferente. Con Sebastián Schindel, hice El hijo; él es muy minucioso, puntilloso; me discutía cada palabra, porque para él cada una, hacía referencia y alusión a algo. [En cambio], otros [autores] hacen como un mapa, tipo “tiro ésta, pero es para que después vayamos buceando y puedas modificar en la lectura previa mientras construís el personaje. Cada autor y director tiene su impronta de trabajo; es el desafío de la actriz ver cómo llevar eso adelante.
—Tu trabajo de actriz te lleva a menudo a participar y exponerte en eventos con mucha producción de vestuario, peinado, maquillaje. ¿Cómo te llevás con esa parte de tu profesión?
—La parte de exposición y la prensa es la que disfruto menos de todo el proceso de la actuación. Lo que más disfruto es la investigación en un mundo distinto, para construir un personaje. Para Leonera, estuve un año entrevistándome con mujeres en penales. En Elefante blanco, con trabajadoras sociales. Para El marginal, con personal del sistema penitenciario. En Carancho, estuve seis meses haciendo guardias médicas. Sumergirme y vivir un montón de vidas, de situaciones que por ahí nunca atravesaría si no tuviese que hacer [los personajes]. Cuando llego al set ya está, ya me siento el personaje. Lo otro tiene que ver con comunicar lo que uno hace y soy súper agradecida, pero es la parte que menos disfruto: en mi vida cotidiana, soy jean y zapatillas. Cuando me peinan, me maquillan, me eligen la ropa y las joyas para ponerme en la red carpet, es como un personaje más, un juego.
—Sos actriz y sos productora. ¿Cómo evaluás el estado de la financiación del cine nacional en la Argentina?
—Es muy difícil hablar de la financiación del cine en la Argentina cuando estamos en un momento complicado del país. Está todo parado. En octubre son las elecciones. Entonces, de lo que se habla, se dice: “Bueno, en marzo del año que viene, vemos, hablamos, se ve qué se hace”. El resto está en stand by. Los proyectos que van son los que van por cuenta propia, sin apoyo del Incaa. Es un momento de mucha expectativa, de pausa, y ver qué se acomoda y qué no.
—¿Cómo te sentiste el domingo 11 y el lunes 12?
—Lamentablemente, no muy distinta el domingo del lunes. Yo no estoy de acuerdo con las políticas actuales; tampoco estaba de acuerdo con las políticas anteriores. Voto a los grupos de izquierda, que tenemos como máximo el 2,8% y siento que son los que me representan con una ilusión y una utopía bastante parecidas a las de Emma. Siempre me resistí al voto para que no gane uno o el otro. Estoy muy enojada con la política como algo partidario. Sí hago muchas cuestiones vinculadas a lo político, porque soy voluntaria de la Fundación Sí, donde participo de uno de los proyectos de acompañamiento a personas en situación de calle, y recientemente di un taller en la Unidad 18 de Ezeiza, a hombres que están en el último tramo de la condena. Eso es hacer política. Creo más en eso: en ponerle el cuerpo, comprometerse y, bueno: “¿Vos qué hacés dentro de lo que está a tu alcance?”. Intento alejarme de la pelea y la discusión, sacar la bandera de adelante de la acción y ver qué podemos hacer entre todos para que las cosas sean un poquito diferentes.
En octubre, su tesis de psicologIa
Martina Gusmán está en pareja desde 2000 con el director Pablo Trapero; son padres de Mateo, de 17 años, y de Lucero, de 3. Juntos dieron forma a la productora Matanza Cine. En Nacido y criado, Elefante blanco, Carancho, Leonera, La quietud, él la dirigió.
—¿Cómo evolucionó el vínculo de amor y trabajo?
—Hay una misma forma que tiene que ver con acompañarse en el proyecto de vida del otro y en los caminos que va armando. Hay más espacios individuales, no estamos súper simbiotizados, y eso alimenta lo que hacemos juntos como La quietud.
—¿Qué te significa ser nombrada, a veces, la musa de Pablo Trapero?
—La palabra musa me parece hermosa. Pablo es un director que yo admiro muchísimo. Más allá de que sea mi pareja, es uno de los directores argentinos y latinoamericanos más grandes. Ser su musa o su compañera para su creatividad, para esa cabeza, es un orgullo, un honor, es hermoso, es parte del amor. El también es mi muso; me ayuda a crear y crecer. Todos deberíamos ser musas o musos de nuestros compañeros en la vida.
—El iba a hacer “Patria”, un proyecto con HBO, que no siguió. ¿En qué otros proyectos está?
—El de HBO no funcionó. Sí siguió con el proyecto para Amazon [ZeroZeroZero, sobre el narcotráfico] que sí funcionó. Y con muchos proyectos para hacer afuera, decidiendo cuál hacer dependiendo del cásting y de dónde se filmen.
—¿Y vos?
—Se van a estrenar Quemar las naves, un policial de Rodolfo Carnevale, y Lucía, de Juan Pablo Martínez. Haremos otra temporada de El mundo de Mateo [de Mariano Huete], que ahora está en Flow; la segunda, y filmaremos El marginal, se viene la cuarta. Tengo para hacer una peli española y otra mexicana. Mientras, en octubre entrego la tesis para terminar mi carrera de Psicología. Estimo ejercer, no en clínica sino en intervenciones concretas dentro de la psicología comunitaria, que descubrí a través de la Fundación Sí.