Al mal tiempo, buena cara. Lidia Borda postergó planes, cumplió estrictamente con la cuarentena y sufrió, como muchísimos de sus colegas, zozobras en su economía personal durante un año fatal –un 2020, del que será difícil olvidarse–, pero ya tiene una agenda de actividades muy interesante para este 2021 que recién arranca y sobre todo el deseo lógico de regresar a su propia “normalidad”. Además de continuar con su labor docente, esta notable artista de 54 años que ya ganó tres premios Gardel, dos diplomas al mérito de la Fundación Konex y es desde 2019 Ciudadana Ilustre de la Ciudad de Buenos Aires prepara un disco nuevo directamente relacionado con su proyecto “Caramelos surtidos”, un ciclo de conciertos en los que interpretó temas de Luis Alberto Spinetta, Chico Buarque, Carlos Gardel, Los Carabajal, el Tata Cedrón y Charly García, y planifica trabajar acompañada por una gran orquesta y pisar bastante más los escenarios que en la atípica temporada que acaba de terminar. “El disco está bastante avanzado –asegura la cantante, una admiradora confesa de Aníbal Troilo, una figura muy presente en su entorno familiar–. Lo grabamos en el estudio de Lito Vitale con Daniel Godfrid y Sebastián Espósito, entre otros músicos con los que suelo trabajar. Tiene un abanico de estilos bien amplio. Pero lo que me gustaría de verdad, al margen de ese nuevo álbum, es poder cantar en vivo lo antes y lo más que se pueda”.
—¿Le das la misma importancia a grabar discos?
—Sí, también me encanta. Si fuera por mí haría uno por año, pero eso no está a mi alcance por los costos y porque cada disco merece un proceso que, si estás haciendo otras cosas, se hace muy cuesta arriba. Yo no vivo solamente de hacer shows y grabar discos.
—Y ésta es una época especialmente difícil, además.
—¡Uf...! Para mí fue un año muy malo porque al principio de la pandemia se murió mi hermano Alejandro. Ocurrió durante la cuarentena más estricta y no pudimos ni siquiera velarlo. En un momento dejé de tener conciertos, dejé de tener las clases presenciales y empecé a sentir una angustia enorme. Sobreviví con mis ahorros y después se fue armando lo de las clases a distancia. Primero me negaba, pero después me adapté bien, y ahora tengo unos veinte alumnos, más que lo habitual incluso. Porque hay gente de Córdoba o de provincias del sur de la Argentina... También me pregunté algunas veces para qué hacer lo que hago en este contexto, pero después entendí que no hay que preguntárselo más. Si no hacés algo, te extinguís. Así de simple.
—En “Caramelos surtidos” habrá versiones de canciones de Charly García como “Total interferencia”, “Adela en el carroussel”, “De mí” y “Necesito” (de la etapa con Sui Generis). ¿Te ponés otro chip para cantarlas o es lo mismo que hacer tangos?
—No, no es lo mismo. Efectivamente, me pongo otro chip. Yo vengo pensando mucho en lo que significa meterse a cantar un género diferente al que estoy más acostumbrada, que es el tango. La interpretación de la obra de un artista como Charly, por citar ese caso específico, merece un compromiso muy grande. Cuando abordás un género seriamente, tenés que respetar sus códigos, entenderlos, pasarlos por el cuerpo, reconstruirlos y hasta reformularlos. A mí me cuestan un montón el rock y el pop. Es raro, porque yo me crié escuchando esa música, así que no me resulta para nada ajena. Pero hay que conocer esos códigos, si no, es como usar una ropa que te puede gustar mucho de antemano, pero cuando te la ves puesta sentís que te queda mal. Técnicamente, cantar tango y cantar temas de rock o de pop es muy diferente: cómo se coloca la voz, dónde vas a resonar, si vas a hacer o no vibrato. Yo tengo una tendencia a blusear cuando canto rock, es algo que tengo que controlar porque no siempre es lo mejor para la canción que elijo. Y eso implica un esfuerzo. Los códigos del tango son más fáciles para mí, ya los tengo completamente naturalizados.
Juntos toda la vida
—¿Cómo nació el vínculo estrecho que tenés con el tango?
—Desde que nací, el tango siempre estuvo presente. A los adolescentes de hoy, salvo excepciones, probablemente el tango no les interese de la misma manera que a la gente más grande. Yo dirimí ese conflicto, bastante lógico, transformándome en una intérprete de tango. Mi vieja vivió de joven la época de oro del tango y eso tuvo mucho peso para mí, también tenía un tío que cantaba con la orquesta de José Basso y al que íbamos mucho a verlo en clubes de barrio con mi mamá y mi abuela. Los pasos fueron esos: una relación estrecha de muy chica, un conflicto y finalmente una aceptación. El tango igual me genera conflictos hoy, pero a mí me enoja que señalen con tanta insistencia al tango como machista, primero que nada porque no todo el género lo es, hay un enorme abanico ideológico. Sí es verdad que el mundo del tango se construye en un mundo muy masculino porque en la época en la que nació y tuvo su mayor desarrollo eso pasaba en todos los estratos sociales. A mí el trap me parece mucho más machista porque se genera justo en un momento donde el machismo está severamente cuestionado, entonces es mucho peor. Igual, creo que las nuevas generaciones ven las cosas con una mirada más fresca, sin prejuicios con respecto al tango. El mundo masculino que rodea el tango que yo habito a mí no me interesa, siempre me mantuve al margen. Y eso me ayudó a no contaminarme con sus clichés.