“¿Me acomodo como si fuera Victoria Ocampo?”, propone mientras se sienta en una silla naranja a la que el mar le carcomió, casi por partes iguales, la madera y el glamour.
Cuando el sol pega fuerte, guarda unos grandes lentes oscuros dentro de su sombrero de cuero, se pone un bikini blanco con lunares azules, celestes y fucsias y se zambulle en el agua con determinación. Lejos de los sofisticados veranos que la mostraban en la movida esteña, la ex modelo que se luce como actriz en Ella en mi cabeza, la obra teatral que se presenta en el teatro Auditórium y que fue escrita y dirigida por el actor Oscar Martínez y protagonizada por Juan Leyrado y Darío Grandinetti, disfruta de las mañanas en la playa con su hijo Inti (quiere decir sol en quechua) y su esposo Pablo, quien además de surfear da clases de yoga.
“Mi hijo me curó. Es bueno, simpático y se porta muy bien, aunque trato de ponerle límites porque no me gusta que sea caprichoso. Me encantan los bebés, pero por ahora no voy a tener otro porque no podría trabajar”, le dice Natalia a Perfil. Todas las mañanas, poco después de las 9, toma sol en el balneario El Taino, una playa del sur ubicada a unos 15 kilómetros del centro de Mar del Plata.
—¿Te sentís consolidada como actriz?
—Me siento feliz con este presente. Me costó mucho trabajo demostrar que podía ser actriz. Pero la gran inseguridad partía de mí porque tenía miedo de no ser lo capaz que yo me creía. Hasta en las clases de teatro me daba vergüenza pasar al frente. Era muy tímida. Encima cargué con los prejuicios que dicen: “Las modelos no pueden actuar”. Algunas artistas se hacen las intelectuales y serias y se creen grandes actrices. Como si las lindas con buena onda no pudieran actuar.
—¿Te arrepentís de haber sido modelo?
—No. De lo que me arrepiento es de haber aceptado el coprotagónico en la tira La mujer del Presidente , con Ricardo Darín. No estuve a la altura de las circunstancias.
Antes de subir a escena para ser Laura, una mujer inteligente y avasallante que discute con su marido (interpretado por Grandinetti), Natalia se pone un botón en la boca y ensaya los trabalenguas que le enseñó su amigo y ex compañero Julio Chávez. “El arzobispo de Constantinopla está constantinopolizado, ¿quién lo desconstantinopolizará?”, repite tres veces con notable práctica. Su presente pareciera ser la antítesis de la exposición que logró por su matrimonio con Alan Faena.
—¿Volviste a hablar con Faena?
— Nunca más lo vi. Decidí bajarme del barco porque no era la vida que quería. Seguimos caminos muy distintos. El jet set ya fue para mí. Pero el glamour lo disfruté. A él lo quise un montón. A Punta del Este no volvería más. Me quedo con las playas marplatenses. Esta es la vida que quiero.
—¿Seguís sintiéndote una mujer sexy?
—Nunca dejé de serlo, aunque mi arma de seducción no pasaba por mi cuerpo sino por mi simpatía. En el fondo sigo siendo fashion y cuidando mi cuerpo. Voy al gimnasio tres veces por semana y como sano.
—¿Fuiste deseada tanto por hombres como por mujeres?
—Puede ser. Pero por los hombres mucho más. Hasta el día de hoy me siguen diciendo cosas por la calle. Algunos me gritan: “¡Mamita, qué linda que sos!”. No me molesta. El día que no me digan nada, iré a mirarme al espejo.
Cambios en el elenco
“En la obra, Oscar Martínez demostró que además de su talento como actor es un gran dramaturgo. En teatro lo fui a ver en Art unas tres veces y me dejó sin palabras”, afirma Natalia Lobo, quien debutó en Ella en mi cabeza en abril de 2006, en reemplazo de Soledad Villamil.
“ La despedida de Julio Chávez fue como un duelo. Él fue mi maestro y es mi amigo. En el estreno nos mandó flores y nosotros le devolvimos el gesto cuando estrenó él en Buenos Aires. Y con Juan (Leyrado) formábamos un equipo con mucho amor. Que lo haya reemplazado Darío (Grandinetti) fue una tranquilidad. Es un gran actor y una excelente persona”, opina.