Este sábado se cumple una excepcional jornada para la danza clásica: no sólo por realizarse la V Gala Internacional de Ballet a cargo del Grupo Ars en el Teatro Coliseo, sino porque dentro de ella se presenta –junto con Cory Stearns, haciendo el pas de deux de Cascanueces– la bailarina argentina Luciana Paris. Para muchos connacionales, esta artista exquisita es una desconocida. Sucede que, desde 2001, cuando fue contratada por el American Ballet Theater de Nueva York, no volvió a bailar en nuestro país, excepto unas funciones en 2013, en la provincia de Misiones. Paris, quien fue la niña mimada del Ballet Argentino de Julio Bocca, precisamente con la intercesión de él, llegó a la prestigiosa compañía norteamericana. Renovó anualmente su contrato y hace dos años obtuvo la ciudadanía norteamericana, sin resignar la argentina. Acumuló experiencias en teatros como el Liceo de Barcelona, el Partenón, el Palais Garnier, el Bolshoi. Pero recién hace dos meses, a sus 33 años de edad y después de mucho esfuerzo y espera, fue ascendida a la categoría de solista. En este contexto de circunstancias excepcionales, cuenta a PERFIL.
—¿Qué vínculos mantenés con la Argentina?
—Toda mi familia está en la Argentina: mis padres, mi hermano, mi cuñada, mis sobrinos, mis primos. El único que está conmigo en Nueva York es mi marido, Claudio [Asprea], él es bailarín y profesor de tango.
—¿Tuviste que resignar algo para seguir con tu carrera?
—Extrañé a la Argentina mucho al principio. Ahora me pasa algo muy armonioso: estoy allá, disfruto mucho de mi carrera. Cuando vengo acá, disfruto de la familia. Encontré un equilibrio. Pero en realidad, yo creo que no resigné nada, sino que hice muchas elecciones, y con cada una de ellas gané. Vivo mi carrera como un aprendizaje constante.
—¿Cómo es la modalidad de trabajo en el American Ballet?
—El American me da muchas posibilidades y me expone a muchos estilos, y coreógrafos diferentes. Además, tenemos vacaciones largas por lo menos dos veces al año, lo que me permite trabajar afuera de la compañía. Tenemos contratos anuales, según el rendimiento del año transcurrido, pero esa evaluación sucede más que nada los primeros años. Después, el tema del contrato anual es más bien burocrático. No es que cada año se echa a cierta cantidad de personas. Es como una estabilidad. También el tenemos seguro social y la jubilación, para tomarla cuando uno lo decida.
—Desde 2001, cuando ingresaste al cuerpo de baile, nunca recibiste un ascenso de categoría. ¿A qué lo adjudicás?
—Desde que entré a la compañía, hago roles de solista y de principal. Entonces, extrañó bastante que haya tomado tanto tiempo… Son cosas políticas de las compañías… Allá en Estados Unidos se maneja mucho todo por sponsors. Hay gente que tiene mucho dinero y decide sponsorear a determinado bailarín. En una compañía como el American, se maneja todo así, pero ése nunca fue mi estilo.
—¿Cómo es el público que va a ver al American? ¿Cuánto cuestan las entradas?
—Hay muchos turistas que van a ver una obra al Metropolitan, que no saben muy bien lo que van a ver. Están los balletómanos, que siguen a la compañía donde vaya: Hubo quienes viajaron a Cuba hace unos años, cuando nos presentamos allí, lo cual fue todo un evento. Una platea, la más cara, sale 150 dólares, y la más barata, arriba, unos veinte dólares.
—¿Cómo describirías el estado del ballet en el mundo en este momento?
—Se está llegando a algo muy atlético en el ballet. Por el entrenamiento, se quiebran récords que años atrás eran impensables. Esta evolución puede ser positiva y negativa. Para mi gusto, se está perdiendo la parte más artística. Estamos muy pendientes de lo técnico: cuán alto se salta, cuántas piruetas se pueden hacer. El objetivo tendría que ser usar la técnica, pero de un modo más expresivo.