Es la casa más famosa de Barrio Parque. Enfrente a la embajada de Indonesia, cuyo embajador, Sunten Zephryrimus Manurugn, buen vecino de Susana, se va hoy del país y no podrá verla cuando la estrella arranque su temporada 23 en televisión, a las 21.30 por Telefe. La diva le mandó un regalo de despedida a través de Marcelo, uno de los seis guardias de seguridad que ocupan la casilla de la Policía Federal (servicio adicional que pagan los vecinos) en la esquina de Dardo Rocha y Mariscal Ramón Castilla.
Viernes, cerca de las 19. Sale Deolinda, la ama de llaves de confianza, con uniforme azul y vivos blancos y deja, prolija, la bolsa negra de plástico y cajas de cartón. Minutos después, timbre y desde adentro nos abren la puerta a la mansión Giménez. Baja con anteojos negros, jogging y sandalias doradas, a tono con la decoración del living donde abundan ramos de rosas y resalta un plasma de 42 (¿o 50?) pulgadas.
Su secretaria, Dolores Mayol, se va después de que le traen a Susana jugo orgánico de kiwi. Y es que por estos días, antes del debut, se abstiene de tomar alcohol. La espera, hoy, el primer programa, con Ricardo Darín, Enrique Iglesias, los reggaetoneros Wissin and Yandel, el musical de La bella y la bestia y el toque espectacular que no puede adelantar. Pero es una bomba.
—¿Vas a ir al Mundial?
—Sí. Hago el programa desde ahí porque me agarra el primer partido, después me vuelvo. La verdad, me encanta. A mí no me importa el fútbol nacional para nada, pero empieza el Mundial y me pongo la bandera.
—Marcelo Tinelli habló muy bien de vos, dijo que el Martín Fierro de Platino te lo tenías muy merecido...
—Ah, bueno, menos mal. Está bien, tiene razón.
—¿Qué sentiste cuando te lo dieron?
—A mí me encanta porque me lo dio la gente, y fue de la gente que me siguió estos veintitrés años.