Cuando, en la noche de los Oscar, millones de personas vimos cómo Gustavo Santaolalla besaba la legendaria estatuilla, nos emocionó no solamente su espontaneidad sino, por supuesto, ese segundo trofeo (en dos años consecutivos) para el músico argentino.
Una historia de película, diríamos si no resultara un chiste vulgar. Porque imposible olvidar aquel chico quinceañero que encabezaba una famosa banda de rock como Arco Iris. Imposible, también, omitir que Arco Iris lideró ese movimiento que en los 60 se transformó en el gran rock nacional.
Imposible, entonces, olvidar ese hombre que la otra noche, en porteño total, dedica el Oscar a: “...Alejandra, mi mujer. A mis viejos, a mis hijos Ana, Luna y Juan Manuel. Para la Argentina y para todos los latinos!”
La verdad es que la lista de sus éxitos en el cine también marca un tiempo. Amores perros, 21 gramos, Diarios de motocicleta. El primer Oscar con la banda de sonido de El secreto de la montaña en 2006. Y, hoy, con Babel las puerta más codiciadas están abiertas para él. Almodóvar es un par y Franz Waxman (Oscar 1951 y 1952 por bandas de sonido), ¡un colega que pierde un récord!
Gustavo es humilde y amable. Hace frío en Los Angeles, nos cuenta, mientras en Buenos Aires cae un diluvio de fin de verano. Acaba de terminar su clase cotidiana de gimnasia y en el living de la casa en la que vive con su familia desde hace ocho años infinidad de recuerdos se materializan en fotos, objetos y un ambiente de acogedora calidez que, como él dice, “ahora que mis hijos son más grandes nos está quedando chico."
Por supuesto que allí, todo parece también hablar de ese segundo Oscar que resultó, como bien explica Gustavo, “¡absolutamente mágico!”
—No te lo esperabas.
—No, no me lo esperaba. En realidad las chances de ganar eran mínimas. Por eso todo esto me resulta increíble porque, además de ganar dos años seguidos, soy una persona nueva en la industria del cine. Además lo que yo hago ¡no es lo que la Academia de Hollywood acostumbra premiar!
—Lo que suele verse, claro, son bandas de sonido enormes...
—Sí, mi banda es la única, entre las nominadas, que no tiene una estructura sinfónica. Además te diré que estoy muy orgulloso de haber trabajado en Babel. Es una película alucinante y también fue alucinante trabajar con ciertos elementos. Por ejemplo el “ud”, un instrumento antiquísimo, ancestro del laúd que utilicé en la secuencia de Marruecos. Los ingleses lo pronuncian “oud” pero, aún cuando de pronto esto no aparezca en el diccionario de la Real Academia, para el habla castellana su nombre es, te repito, precursor del laúd.
—Cuando componés un tema ¿lo hacés en el piano, en un sintetizador, en la guitarra...?
—Como te estaba explicando, en este caso, para el episodio de Marruecos, usé directamente el “ud”. En otros trabajos he usado la guitarra, el charango, teclados... Mezclo lo tradicional con lo inusual. ¡Justamente lo que no quería era que fuera música que sonara a National Geographic! Esta es la tercera película que hago con Alejandro González Iñárritu y completa una trilogía que tiene un paralelo entre las historias que relata. Es un estilo de narrativa que tiene que ver con un paso del tiempo, la forma en la que se cuentan las historias, que siempre están entrelazadas por algún acontecimiento muy puntual. En este caso, a diferencia de 21 gramos y de Amores perros, las historias transcurren en lugares geográficos muy distantes y diferentes. Con un colorido y una escenografía muy propia de cada lugar . Es una película de carácter global. Entonces quisimos que la música tuviera también un sabor étnico y abarcativo. Lo que absolutamente no queríamos es que la música tuviera un carácter de “postal”. En Marruecos, lo árabe. En México... En fin, te repito: buscamos lo global pero que no fuera un típico documental. Y éste es uno de los tantos desafíos de Babel.
—Debe haber sido fantástico viajar a cada lugar con el set de filmación...
—Ah, eso fue maravilloso. Yo no conocía Marruecos. Nos fuimos en auto, a través de las montañas Atlas, hasta Marrakesh y me gustó tanto que luego, en el verano, volví con mi mujer y mis hijos. Estuvimos también, claro, en Tokio y en Tijuana, a la que conozco muy bien por estar cerca de California . Viajar con Alejandro es una experiencia maravillosa. Yo lo considero uno de los grandes directores del mundo y, por otra parte, siempre me ha gustado muchísimo viajar. En este caso fue absolutamente mágico.
—Volviendo a la banda de sonido, ¿tuviste una formación musical académica? ¿Fuiste a un conservatorio cuando eras chico?
—No. Yo no sé ni leer ni escribir música. A los diez años mi profesora de guitarra le dijo a mi madre que me dejara tocar por instinto, porque se dio cuenta que ésa era mi forma de expresarme.
Sin duda la historia de Gustavo Santaolalla sale completamente de lo común. Se ha hablado incluso de una temprana vocación religiosa.
—Es verdad –admite–, cuando era chico había decidido ser sacerdote. Tenía una formación católica no conservadora y sí bastante abierta. Luego tuve mi primera gran crisis espiritual y me separé de la Iglesia, cosa que subsiste al día de hoy.
—Es un dato particularmente interesante si recordamos que, en los tiempos de Arco Iris, la banda también era parte de una comunidad yoga guiada por Danais Wynnycka.
—Bueno, parte de las bases de Arco Iris era el estudio comparativo de las religiones. Siempre me interesó mucho todo lo que tiene que ver con el conocimiento del hombre, tanto en lo físico como en lo mental y espiritual. En el caso de la comunidad yoga, a mi juicio, como a veces ocurre en esas organizaciones, se me plantearon algunos problemas ideológicos. Había ciertas cosas que no congeniaban con mi manera de ser. Después de un determinado tiempo de vivir bajo esa disciplina, yo pensé que me hacía falta otra cosa y que el partido de la vida pasaba por otro lado y que había que buscarlo. Entonces... nada. Surgieron, como te decía, discrepancias ideológicas, cosa que ocurre también en cualquier mundo donde la manera de acercarse a las cosas tiene infinitas variantes. Seguí entonces la búsqueda por las mías, de una manera más individual.
—Quizás este siglo marque el final de las religiones establecidas...
—Yo lo veo así. A mí me atraen las religiones para estudiarlas y observar cómo las considera la gente. Te diría que me interesa la escuela zen. Carece de esa cosa culpógena que tienen las religiones rituales, que terminan siendo casi mediáticas. Para mí acaban no teniendo nada que ver con las creencias que uno puede tener internamente y se convierten en una especie de caricatura de lo que fueron alguna vez. Yo no pertenezco a ninguna religión y creo que, en general, las religiones no son algo positivo para el ser humano porque acaban relegando (como lo indica la palabra) y separando.
—Justamente volviendo a algo completamente opuesto, a muchos nos conmovió esa cosa tan porteña con que, en la noche de los Oscar, gritaste casi: ¡Esto es para mi familia, para mis viejos!
—Lo que pasa es que yo perdí a mi viejo cuando tenía 19 años y para mí era muy, muy importante. El año pasado tuve la oportunidad de dedicarle el Oscar a mi vieja que está, por suerte, súper viva, floreciente y hermosa. Y este año todo está resultando tan mágico... Hasta me imagino que, desde algún lugar, mi viejo se debe estar cagando de risa! Y... nada. Se lo quise dedicar a él porque yo me siento muy identificado con mi padre.
— ¿Tus padres eran músicos?
—No. En realidad mi mamá tenía un gran oído musical. Yo me daba cuenta de eso al oírla cantar en casa y, al mismo tiempo, sentía una gran inclinación por la guitarra. A ella le hubiera gustado mucho aprender a tocarla, pero nunca lo pudo hacer y realmente puso un gran empeño en que yo aprendiera. “Por lo menos durante la hora que viene la profesora!”, me decía cuando yo no me preocupaba demasiado. La verdad es que se lo agradezco muchísimo porque después, en la adolescencia, con todo esto de los Beatles, la guitarra fue un refugio para mí. Yo volvía de la escuela, hacía mi tarea y después me quedaba tocando todos los días durante horas.
—Y ahora ¿cómo es tu ritmo de trabajo?
—Es un ritmo muy enloquecido porque tengo muchos, muchos proyectos. Es como actuar simultáneamente en varios frentes. Tengo un sello discográfico, una editora de libros, produzco discos también para afuera, hago música de películas y tengo, aparte, un grupo, Bajo Fondo, en el cual también toco. Trabajo, como te decía, simultáneamente en todos estos emprendimientos. En este momento, por ejemplo, está el disco de Bajo Fondo y otro con Juanes y estoy haciendo la música para la película que dirige Sean Penn y otra con Benicio del Toro. Aparte pienso ir al Festival de Mar del Plata, en abril de gira por Inglaterra, Holanda y Bélgica y en mayo a Brasil con Bajo Fondo. También en el verano del hemisferio Norte voy a hacer una gira con Bajo Fondo por Europa. También quiero pasar por Mendoza donde tengo unas hectáreas de viña. Simplemente una finca. No tengo ni casa ni departamento en Buenos Aires. ¡A veces, en Argentina, piensan que las películas te dejan millones y no es así!
—Mencionabas a Sean Penn y yo recuerdo que hace aproximadamente un mes él participó, en medio de un frío terrible, de una marcha en Washington contra la política de Bush en Irak...
—Yo estuve en su casa el día anterior a la marcha, a la cual no pude concurrir pero pienso como él. Los que residimos en los Estados Unidos estamos viviendo bajo uno de los peores gobiernos de la historia de la humanidad. Felizmente no todos apoyan a Bush. Por el contrario, son cada vez más numerosos los que se oponen a su política. Por fin, este año, con la pérdida de escaños en el Congreso (tanto de senadores como de diputados) que sufrieron los republicanos, quedó demostrado que hasta la gente que los apoyaba se ha dado cuenta de lo que son realmente estas personas. Y no sólo es Bush, también Dick Cheney, Condoleeza Rice, esa gente que lo rodea, ¡son lo peor de la historia del mundo!
—Son gente belicista, son halcones que quieren la guerra...
—Claro, porque ellos ven la guerra como negocio. No hay que olvidarse que Cheney es uno de los principales accionistas de Halliburton, una empresa que supuestamente, entre comillas, reconstruye los lugares que ellos destrozan. Recordemos la Guerra del Golfo. Aquí en Los Angeles, formamos parte de un grupo muy grande de gente que, de alguna manera, ofrecemos resistencia a esas políticas. Desde nuestros lugares cada uno lucha de la mejor manera posible...
—¿Cómo?
—Bueno, cuando me eligieron como uno de los veinticinco latinos más influyentes, hablar públicamente de estos temas fue una de las cosas que hice. Ahora aprovecho esta oportunidad, este Oscar, para usarlo como plataforma para decirle a la gente muchas cosas que no sabe. Por ejemplo, las actividades de los Estados Unidos fuera de sus fronteras, las atrocidades que han cometido en montones de países. Lo interesante también es que, como te decía, hay un gran núcleo de gente que a veces no se conoce desde afuera pero que, desde el arte y la creatividad, están contra estas políticas norteamericanas. Tienen la esperanza de que esto cambie. Justamente la marcha del mes pasado en Washington tenía como objetivo este planteo. Yo sigo lamentando no haber podido asistir porque tenía una grabación aquí en California, pero éste es, sin duda, un movimiento por la paz que terminará por imponerse.