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Crítica cine

Toy Story 4: El final de los juguetes de Pixar con corazón

La película de Disney cumple, pero no deja de ser una simple repetición de las tres anteriores.

Toy Story 4 20190621
La franquicia fundacional del cine digital concluye. | Disney

Calificación: Buena.

Allá por 1995, Toy Story fue la carta de presentación de Pixar, quienes hasta ser comprados hace algunos años por Disney, habían logrado que la fórmula sagrada de Hollywood volviera a circular: un relato industrial, sentido y nuevo (por sus imágenes nuevas, pero también por ser un grupo de autores enamorados de la animación tomando decisiones que hacía rato no se tomaban con amor). Así las cosas, Pixar devino imperio y versión desinflada de sus propios logros. Si por un lado nunca se frenó el avance tecnológico, la potencia de sus relatos comenzó a oscilar. En parte por una lógica cruel (que implica la disección de la gallina de los huevos de oro) y en otra parte porque ahora todos quieren hacer “una de Pixar” (aunque se busque replicar modos, o sensibilidades, lo cierto es que Pixar fue la última gran revolución animada de Occidente y cambió para siempre la animación, desterrando involuntariamente el 2D del mismo Disney). 
Toy Story comenzó como un coqueteo con el diseño. Ahora veíamos el mundo desde los juguetes, y la tecnología permitía lo hiciéramos de forma realista. Pixar se encargó de mezclar aventura y la melancolía inherente a muñecos que desconocen la vida útil de un juguete a la perfección allá en 1995. Subió la apuesta en una secuela donde la tristeza aparecía fuerte, y desde esa secuela llegó Toy Story 3, que sin subir la apuesta grande (la de la secuela) ahondaba el surco del paso del tiempo, de determinadas tristezas inherentes a separarse, crecer, perder lo lúdico o creer en ello a pesar de lo que nos rodea. Esta cuarta y final Toy Story posee aquello que ha hecho a la saga más sentimental que aventurera (un movimiento a veces irritante: la felicidad en TS tenía que ver con alterar al mundo y no simplemente resistir sus embates). Hay aventura, rescate, una misión imposible, hay un mundo visto desde el suelo y jueguitos con diseños, hay personajes bien definidos. Pero no hay, y quizás no tendría porqué haberlo, nada nuevo: Toy Story decidió volcarse al sentimentalismo más grande que la vida y nada la ha movido de ese curso que, y esto quizás duele, podría haber sido más salvaje y menos plástico en este cierre.