Hace unos años, desde estas mismas páginas, hablábamos del “secreto mejor guardado” de la industria musical, en referencia a la sorpresiva aparición de la cumbia cheta o pop tropical. Ocurrió en pleno surgimiento del fenómeno Spotify, cuando toda la industria hacía ingentes esfuerzos para conseguir que sus artistas establecidos ingresaran en los rankings de la flamante plataforma de streaming.
En esos momentos se produjo la inesperada aparición de una cantidad de artistas que no estaban en el radar de ningún sello discográfico. Nombres como Rombai, Agapornis, Márama y Los Totora, por nombrar algunos, pasaron a dominar la escena sin pertenecer a ninguna compañía disquera. Productos atípicos de una movida casi subterránea, solo reconocida en circuitos de fiestas y boliches, sin sonar en las radios y sin videos en la tele, tuvieron su momento y sorprendieron. Por supuesto, pronto pasaron a engrosar las filas de las discográficas y las agencias de representación que manejan todos los shows.
Hoy, el streaming se ha convertido en el sistema que monopoliza el consumo de los productos de entretenimiento, en imagen y sonido. Son tiempos de Spotify, Apple, Deezer, YouTube, Amazon… plataformas que cambiaron definitivamente la forma de acceder a los productos culturales. Esta revolución tecnológica avanza constantemente y sin darnos respiro sorprende con sus revelaciones. Porque nuevamente, enseñoreados en la cima de los rankings, aparecieron nombres desconocidos, con ritmos nuevos ajenos a los que se escuchan en las radios.
Este ejército invisible se movió en las redes sociales y cobró una visibilidad viral en las plataformas de streaming. De pronto, nos enteramos de que el artista argentino más escuchado en el mundo se llama Paulo Londra, y que su video de la canción Adán y Eva tiene más de 450 millones de vistas en YouTube. Con la misma velocidad que hoy imponen las redes sociales, empezamos a familiarizarnos con nombres como Duki, Cazzu, Ecko, Khea, La Joaqui. Y también supimos que trap es el nombre de esa movida musical que copó masivamente las redes y las tiendas digitales, superando a cualquiera de las estrellas locales e internacionales consagradas.
El trap es un género que surgió apoyado en el éxito global del rap y el reggaeton. Sus orígenes pueden rastrearse en los 90, en el sur de los Estados Unidos. Trap (en castellano trampa) se refiere al tráfico de drogas, y reconoce sus raíces en el hip-hop y el rap. Como estos géneros, el trap reconoce su construcción en la marginalidad, el submundo de las drogas y la descripción de las duras condiciones sociales de vida. Como el pop y el rock, el trap tiene sus drogas características: la codeína, un opiáceo que se toma mezclado con refrescos y que se encuentra en los jarabes para la tos, y el molly, que es una nueva variante del éxtasis.
Las canciones del trap tienen atmósferas lentas, oscuras y brumosas donde fluctúan ritmos sincopados y una estructura musical basada en tresillos. Los tresillos (grupo de tres notas que se tocan durante la duración de otra nota, es una parte musical que se divide rítmicamente en tres partes iguales) son la característica principal de la métrica del trap. La otra es el uso del Autotune, un software que fue creado originalmente para corregir errores de afinación en los cantantes. En cambio, en el trap se lo utiliza notoriamente para deformar el sonido de la voz, creando un efecto que es marca registrada del género.
Con gran cantidad de programas disponibles para grabar y todos los avances de la electrónica, los traperos no necesitan más que una computadora con buena memoria para sus creaciones. Así elaboran su música fuera del sistema, lanzan sus canciones en las plataformas de streaming y las promocionan en YouTube y las redes sociales, despreciando el tradicional recurso de la difusión radial.
Los exponentes argentinos del género surgieron de la escena del rap y la electrónica, rapeando en las riñas de gallos, en las plazas y hasta en los subtes. Eligieron el camino independiente y artesanal y pretenden destacarse en el ascendiente movimiento del trap latino, que reconoce en el portorriqueño Bad Bunny a su máxima figura. El trap se ha convertido en un fenómeno musical que ya alcanzó al re-ggaeton y lo está impregnando con sus ritmos cansinos y sus letras descarnadas. Figuras consagradas del reggaeton como el portorriqueño Anuel AA y la colombiana Karol G también incursionan con gran suceso en el género.
El año pasado, este movimiento implosionó con la fuerza de sus hits demoledores, sus exponentes empezaron a tener cara y extraños nombres que al comienzo eran difíciles de retener. El Duki, Neo Pistéa, Ysy A, Ecko, Cazzu y #ModoDiablo empezaron a sonar familiares y palabras como “skere” se colaron en el lenguaje de los pibes del barrio hasta llegar al universo Tinelli. Temas con nombres como Messi, Ferrari, Medusa y Tumbando el club salen de los auriculares de los teléfonos celulares.
Todo esto conformó el universo del trap nacional, un género que tiene su cultura, sus ídolos y una estructura –todavía frágil– que pretende mantenerse por fuera de la industria musical. Su meca son las plataformas de streaming y sus voceros, las redes sociales. El trap es un signo de los tiempos, producto de las nuevas tecnologías y la cultura que estas van construyendo. El tiempo dirá si logra permanecer en una época de fenómenos tan efímeros.
*Periodista especializado en música.