“Genio es Picasso, Dalí”, dice, modesto, Alejandro Urdapilleta y se encoge de hombros cuando se le recuerda que para muchos él es un actor genial. Quizás sea una forma de escaparse de la leyenda que fue formándose, a medias entre sus actos y a medias de lo que críticos y público sintieron y pensaron. Desde los tiempos del Parakultural hasta la colección de premios que adornarían cualquier vitrina pretenciosa: cuatro ACE (Hamlet, El relámpago, Almuerzo en casa de Ludwig W, Mein Kampf), el María Guerrero, el Trinidad Guevara, el Konex 2001, dos Premios Costantini, dos Martín Fierro (Sol Negro, Tumberos) y hasta el premio al mejor actor en el Festival de Mar del Plata por su trabajo en Adiós querida luna, de Fernando Spiner.
Nada de esto parece modificar al hombre que acaba de cumplir 53 años y para quien el inquebrantable dos más dos no siempre da cuatro, destruyendo la lógica ordinaria del sentido común. Es un artista y los artistas no se guían más que por la magia, la belleza y la poesía.
—Has vuelto a la escritura.
—Sí, estoy escribiendo cosas muy bellas…bueno, no sé, monstruosidades también, pero me siento muy entusiasmado con la escritura. Cada vez más difícil, más complicado porque el camino es infinito y azaroso. Te vas encontrando con los propios límites. Te repetís, ves tus taras, todo el tiempo estás dando vueltas, repitiéndote y…¿qué es lo que querés terminar de decir al fin de cuentas?. Pero lo genial es la escritura como vicio. No puedo parar. Me levanto y escribo.
—¿Escribís a mano o en computadora?
—A mano. Lo último que escribí, digamos, lo más moderno de esta producción, nació mientras estaba haciendo Lear. Se ve que era como salir del trabajo práctico que estaba haciendo en la vida y poder meterme en otro túnel.
—¿Qué palabras te gustan?
—Las más simples: pan, agua, Dios, cielo, ángel, muerte, río…santidad, Cristo, tienen todas algo que ver con la religión.
Se confiesa religioso, de hecho en la próxima Feria del Libro presenta Legión re-ligión, por más que aclara que nunca podría serlo de una manera convencional. Detesta los carnets, y recién hace muy poco que tiene el de la Asociación Argentina de Actores. Hijo de un general de brigada de caballería y una señora de clase alta con árbol genealógico que lo ubica entre los apellidos ilustres de la guía azul de la sociedad, supo quebrar con todo e inventarse de un modo diferente.
—¿Cómo fue la experiencia de volver al teatro oficial con Rey Lear?
— Fue insoportable Lear. No era la obra para el señor Lavelli. Y lo mío fue de kamikaze, necesitaba trabajar, salir al ruedo, me moría de ganas…no sabía si me iba a acordar cómo se actuaba. Hubo muchos errores, pero sobre todo del director. Errores en concepto de la obra, la puesta…no es una obra para hacer una puesta de festival, es una obra para relaciones. ¡Es Shakespeare!. Acá éramos todos personajes vestidos de blanco, con peluquitas, títeres. Una vez le dije “¿por qué no nos ponés unos hilos arriba que nos muevan los brazos?”. Era una puesta de títeres. Nos prohibió la emoción, el llanto…todo bien con Lavelli, pero creo que él fue más Lear que yo haciendo Lear.
—¿Y tu trabajo, cómo lo sentiste?
—Fue heroico hacerlo. Tuvimos problemas de todo tipo y calaña, terminé con un esguince que nunca se curó, tendinitis, actores que iban cayendo, otros cayeron y quedaron caídos e igual seguían actuando…(Se ríe, ¡y cómo!). Usábamos una ropa pesadísima, hecha con las mantas que habíamos usado en Hitler que imaginate, habíamos terminado todos con sarnilla, me salió un sarpullido en el cuello, tuve que darme inyecciones y pomadas ¡qué se yo! El San Martín es el San Martín. Creo que nunca más en mi vida voy a trabajar en ese teatro…mientras existan las autoridades que existen.
—Por lo que acabás de contar sobre Lavelli, ¿dónde te sentís con más libertad, en un teatro oficial o en un no oficial?
—Yo elijo y estoy donde estoy y hago lo que quiero. Es decir, no soy esclavo, yo no hago casting para un teatro oficial. Hago teatro, oficial o no oficial. Ahora, cuando más me divierto es cuando me produzco mis propias obras.
—¿Extrañás eso?
—Sí, pero me faltaría gente con quien hacerlo. Se perdió mucho aquello. Hoy está lleno de intermediarios. Los actores mismos son gente que va a los castings. Antes, con la energía sola lograbas hacer un lugar, después de Cromañón no podés porque tenés que tener las puertas para escapar la gente cuando viene el incendio, a la vez es un absurdo porque hay teatros que están habilitados antes de Cromañón y que no tienen puertas para salir…
—De aquellos ochenta, ¿a quiénes sentís cerca , en tu misma dirección?
—Nadie.
—¿Sentís que te has mantenido íntegro todos estos años?
—Sí, absolutamente. Pero no porque sea el Che Guevara sino porque soy eso. Una cosa son los trabajos con los directores, me gusta la experiencia de ser dirigido. Pero además quiero demostrar que puedo responder a toda una estructura de producción para que no me jodan con que aquello era improvisación y simplemente estar en pedo y tomar merca. ¿Entendés?.
—Ha quedado demostrado hace rato eso.
—Bueno claro, porque también tengo 15 años de estudio de teatro con gente académica. Soy un actor profesional, teatral. Lo cual no quiere decir que el producto sea distinto en un teatro oficial que en un baño de Constitución.
—Hablábamos de tu integridad. ¿Qué es para vos el ser íntegro?
—Y…(piensa) ser leal con el niño, con el que juega, nada más que eso. Que para mí, y para hacerlo más grande y no quedar tan ridículo, está todo en un tramo entre los 5 y los 9. Yo no pasé de los 9. Creo que a los 60, que es cuando me voy a morir o me van a matar, voy a tener once. (Se divierte).
—¿Qué te pasa cuando lo ves a Humberto Tortonese con Mariana Fabiani en televisión?
—Mmmmm…lo veo muy contento, extremadamente feliz. Y lo veo en su lugar, está haciendo lo que a él le gusta. Yo no coincido con lo que hace en televisión, para nada, como no coincido artísticamente hace muchos años, pero es lógico.
—Siempre te menciona en los reportajes. Supongo que más allá de todo se quieren muchísimo.
—Lo quiero muchísimo y no me interesa decir nada agresivo sobre él. Es más, como últimamente tengo ataques de felicidad que yo creo que son anormales, lo llamé porque no estamos peleados, pero él tiene una visión como de siameses, o sea, tenemos que ser juntos, y yo nunca fui juntos. Cuando éramos Batato, él y yo éramos separados por eso no nos pusimos el trío violetas negras…éramos Batato, Urdapilleta y Tortonese (se vuelve a reír con placer).
—En ese orden.
—En ese orden. Y Batato porque se estaba por morir, sino iba yo antes. (Risas).
—Hablábamos de televisión, ¿estás enterado del fenómeno Gran Hermano?
—¿Eh?. .. Gran Hermano –dice con absoluta ironía- me encantaría si las leyes del programa cambiaran y por ejemplo, en vez de nominarse les permitieran perseguirse con los tramontina y matarse… q ue les permitieran tirarse nafta encima e incendiarse, esteeeee, que hubiera posibilidades de asesinato, me encantaría. Creo que sería una cosa maravillosa, porque en realidad es una cosa simbólica de eso. Y nunca se pegan ni pasa nada: es el show del caretaje.
—¿Encontrás algo que te guste en televisión?
—De vez en cuando alguna perla. El otro día en el cable una película Tres cuartos de melancolía sobre los niños de Afganistán y ahí ves eso y llorás y te das cuenta que todavía estamos viviendo en un paraíso, que no nos llegó eso.
—¿Va a llegar?
—Yo creo que va a llegar. Mi mirada es que todo va a venir para peor. Algunas veces escribo sobre lo que está sucediendo ahora, la ideología como religión y la religión como ideología . Te estoy hablando de Bush y del mundo. La humanidad está peor, pero con aspecto de mejor. Por un lado Internet, la tecnología y todo eso, y por el otro explotan los ríos, los climas, somos las cucarachas del planeta.
—Volvamos al arte. Estás ensayando Atendiendo al Sr. Sloan, dirigido por Claudio Tolcachir. ¿Habrá arte en esa puesta?
—Voy a tratar. Yo confío en Tolcachir, y es una obra que me encanta. La hizo Ure en su momento, con Tato Pavlovsky y Jorge Mayor y fue muy revulsiva, parece que la gente se iba… Mirá, lo que yo quiero hacer en estos cinco años es teatro, teatro, teatro. Porque creo que hay que renovar, darle al teatro visiones vivas, que falta. Hay mucha cosa chata, intelectuoalosa, el teatro es el aburrimiento, para mí, ahora. Por eso quiero hacerlo, a lo mejor eso revive a la gente.
—¿La ves muerta a la gente?
—Para mí es el país de los fantasmas. En este momento el culo de la Salazar puede que sea más vivo que una obra de Veronese.
—¿Y televisión no vas a hacer?
—Hago solamente cosas especiales.
—Hiciste Sol Negro, Mujeres asesinas…
—De Sol Negro no me hables, porque yo detesté Sol Negro , tengo muchas cosas que decir en contra. Me prometieron mucho y no me dieron nada. Terminé trabajando con Paulita y la Orteguita. Quedé odiando. Ahí se me rompieron los ligamentos, me los cruzó el Rodriguito de la Serna con el método de la verdad. Por favor. (Todo en un tono divertido, casi actuado).
—¿Y con Mujeres asesinas quedaste bien?
—Sí, me encantó. Daniel Barone es un genio, la producción es bárbara, se trabaja muy bien. Fijate, a nivel de decirle a uno de los asistentes “esta escena la quiero hacer borracho, conseguime unas petaquitas por favor”, ese tipo de cosas hicimos. Y me gustó trabajar con la Gunda (Claudia Fontán), contar esa historia verídica, me encantó. Pero acá critican la exageración, están todos tratando de hacer cine americano, entonces, hacen las mujeres desesperadas de amor que es un bodrio que no podés creer. A mí en televisión me gusta un poco exagerar, que se pase un poco. Soy un luchador contra métodos de adaptación.
—¿Hablás de esa manera de actuar contenida, naturalista?
— ¡Ese naturalismo!.…Todos son buenos actores, ¡si no hacen nada!.Ponen la carita linda, son fotogénicos…El peor de todos es Estevanez (se ríe). Le pueden decir “acaba de morir tu madre aplastada por un tractor, esta es la pata, te la trajimos” o le decís “¿vamos a tomar un helado?”, y es lo mismo. (Más risas). Ni te digo de los grandes actores que hacen método Woody Allen, pero estamos en la Argentina, actúa boludo, boluda. ¿Entendés?
—¿Cómo te cae Jorge Telerman en la ciudad?
—Lo veo tan sonriente. Tan simpático. El otro día le daban a los viejitos un librito de 35 páginas diciéndole camine por el lado izquierdo, lleve la billetera en el bolsillo derecho, pero escuchame, si hay un dragón suelto, maten al dragón, no nos den instrucciones… creo que los políticos son todos iguales, los veo como actores, ya está tan mediatizado todo. Bush, que es un pésimo actor, tiene como muy bajo coeficiente, de talento hablo…
—Está mediatizado. Hasta Nina Pelloso va a Bailando por un sueño...
— Ella y el marido, Castells, son espantosos, pero me parecía el discurso más coherente…Por eso, es todo un espectáculo. Hugo Chávez es un gran locutor. Es mejor que el Negro Oro. Habla mejor que él.
—¿Cúal es el costo de ser Urdapilleta?
—No hay costo. ¿Cuál es el costo de ser? Nada. No existe.
—La soledad podría ser un costo.
—No tengo ningún problema con la soledad, al contrario, adoro mi soledad. En algún momento la sufrí, hoy la disfruto. Estoy en un momento bueno.
— Pese a tu mirada acerca del mundo, el país, el arte, el teatro, me llamó la atención que dijeras que tenés ataques de felicidad.
—Tengo ataques de felicidad, sí. Cuando uno se enfrenta a problemas más fuertes que lo que le puede pasar a uno…
—Estás hablando de la enfermedad de tu padre.
—Sí, cuando tenés que lidiar con la enfermedad de familiares que te hacen salir de vos, ahí no podés estar en pedo, ahí tenés que resolver, médico, operación, remedios, si se muere o no se muere, tener que ocuparme de otras personas, ahí me siento útil. Y ya no me importa. El tema es dar.
—Se te nota conforme con tu vida.
—Estoy confome con mi vida. Es más, a veces pienso que estoy tan bien que algo debe estar pasando.
—Me da la sensación , si comparo la mirada más oscura que tenías de la vida y esta actual conformidad, ¿será que le has tomado más cariño a la vida?
—Sí, le tengo más cariño a la vida. A partir del dolor de otros, de haberme ocupado y de encontrarle una utilidad.