Joan Manuel Serrat no para. Hace apenas dos años (a fines de 2004) fue sorprendido por una mala
noticia: el diagnóstico de
un cáncer
de vejiga que lo obligó a someterse a una operación y a
detener transitoriamente la gira “Serrat Sinfónico”, en el marco de la cual ya había
dado unos 80 conciertos a lo largo de un año. Pero
la capacidad de recuperación del
catalán, que tiene hoy 63 años, fue
realmente notable. Y un tiempo después estaba otra vez en
carrera, en contacto con su público de siempre.
En 2005 dio recitales en
España, Colombia, México, Chile, Uruguay y la Argentina, un
país con el que tiene una relación de larga data y muy especial: “Me cuesta explicar algo que
es tan natural. Está suficientemente claro, creo. Son muchos años de relación, muchos años en los
que hicimos cosas juntos y hemos creado un vínculo de gran consistencia e intimidad.
No sólo no me siento extranjero en Argentina: me siento tan
querido y respetado como para considerarme parte de esta comunidad”, dice un Serrat
distendido y muy atento en su entrevista con
Perfil, el día posterior a su excelente primer show en
Buenos Aires, parte de la gira “100 x 100 Serrat” que continuará por Mar del Plata,
Puerto Madryn, Neuquén, Córdoba, Santa Fe, La Plata, Olavarría, Asunción, Montevideo y Lima (en
febrero, además, habrá otros cuatro conciertos en el Gran Rex porteño). La nota durará sólo media
hora, unos minutos más de lo pautado originalmente (en este paso por Buenos Aires, Serrat prefirió
dar pocas entrevistas y dedicarse a descansar y visitar amigos), pero el clima será de extrema
cordialidad y hasta habrá lugar para algunas humoradas.
El repertorio elegido para las presentaciones del tour incluye algunos temas de su último
disco, Mo (cantados en catalán, son realmente muy bonitos), pero se hace fuerte con la aparición de
los clásicos inoxidables del Nano: Penélope, Lucía, Cantares, Pueblo blanco, Para la libertad,
interpretados con un acompañamiento sencillo, de piano (gran labor de Ricardo Miralles) y guitarra
(el propio Serrat). “Tenía que acercar las canciones de Mo a la gente, explicarle de qué se
trata cada una, porque si alguien escucha un idioma que no entiende, puede sentir una distancia muy
grande. Esto implicó un gran trabajo, que no tiene por qué notarse, pero que está hecho. Es más,
creo que la gente no lo nota porque está bien hecho”, señala Serrat.
–
Es un momento político especial en España, luego del resurgimiento
de la violencia de la ETA.
¿En ese marco, la reafirmación de su identidad catalana cobra
algún sentido especial?
–Grabar en catalán es un gesto personal, claro.
Grabar para un mercado de seis millones cuando se puede llegar a
uno de cuatrocientos, el del idioma español, es una decisión. Sobre todo si se graba un
disco con los mismos costos y con la misma intensidad. Evidentemente, hay una razón de peso. Y esa
razón es simple: que
soy catalán. Por pequeño que sea mi mercado, por poca
difusión que pueda tener,
mi obligación es trabajar igual que todos los que nos sentimos
parte de esta colectividad para mantenerla viva.
Creo que el autonomismo es una consecuencia del derecho histórico
del pueblo catalán a su autodeterminación. No necesariamente uno graba en catalán porque se
esté debatiendo un estatuto de autonomía nuevo. El estatuto que está en vigencia seguramente
cambiará en breve, porque hay temas pendientes. Pero cuando todo esto esté superado, aunque no haya
que discutir más estatutos, la gente seguirá escribiendo en catalán. Y si los colores tuvieran
idiomas, habría gente que pintaría en catalán. Para nosotros es tan natural como el crecimiento de
las uñas.
—¿Qué opina hoy del problema vasco?
—Es un gran problema, sobre todo para los vascos, que viven una situación muy
complicada porque hay violencia, muertos... Es una situación grave que ha pasado por un momento de
relativa calma, pero ETA ha dinamitado este camino. Y lo hizo no sólo en contra de la opinión
mayoritaria de españoles, castellanos, catalanes, gallegos y andaluces, sino en contra de su propia
clientela.
Había mucha gente ilusionada con el fin de la violencia, que es el
único camino lógico.
—¿Se siente más cómodo con Zapatero que con Aznar?
—Me siento más partícipe.
Estoy más cerca de un gobierno que legaliza el aborto y el
matrimonio homosexual, que mejora las condiciones de la sanidad, que trata anualmente de
mejorar las condiciones de vida de los menos favorecidos, que no está a favor de la guerra en Irak,
que no cree en un invento como la guerra preventiva, que cuida el medio ambiente y que tiene un
visión más a mediano plazo de la historia. Podría darte más argumentos, pero la gente tiene derecho
a tomarse un descanso los domingos, y este diario sale los domingos (risas).
—Hablemos, de todos modos, algo más de política: ¿cómo cree
que será la Cuba post Fidel Castro?
—Fidel es una figura muy fuerte y su sombra es alargada. No creo que haya dos Cubas,
una fidelista y otra no fidelista. Creo que hay un espectro muy amplio y que a fin de cuentas ese
espectro muy amplio de cubanos tiene mucho que decir. Hay un país consolidado en algunas cosas que
podría aprovecharse y un país nuevo que surgirá a medida que entre dinero allí.
Un país que puede progresar civilmente, democráticamente, donde la
pluralidad sea respetada y donde la revancha esté abolida. Cada cubano hablará de una forma
distinta, claro. Lo que me parece evidente es que Cuba tuvo distintas épocas y que no es posible
equiparar a la Cuba revolucionaria, la que cambia la estructura social del país, la que promueve la
enseñanza y la medicina, con la Cuba dependiente de la Unión Soviética y con la Cuba que más tarde
empieza a abrirse al turismo y que vislumbra otra forma de sustento económico.
Cuba puede salvarse por
los cubanos, hombres de mucho orgullo por su tierra. Confío
en que ellos encuentren un camino en común. Sería bueno que lo puedan hacer con la menor cantidad
de interferencias posible, que los poderosos se quedaran en sus casas y dejaran a la gente de a pie
entenderse. Pero hay demasiado azúcar allí como para que las cosas vayan como sería deseable.
—
Por último, algo más personal. ¿Se siente totalmente recuperado
luego de la dificultad de salud que tuvo?
—No tuve una dificultad, tuve un
cáncer en la vejiga, no tomo prevenciones para decirlo. Una
dificultad de salud es un resfriado. Cuando me lo dijeron,
tardé unos segundos en darme cuenta de que esto es un accidente de
la vida que puede ocurrirle a cualquiera. Uno no es un desgraciado porque le pasen estas
cosas,
cada quien lleva sus historias a cuestas y lo único importante en
estos casos no es la
gravedad de lo que tienes, sino cómo lo enfrentas. Lo
tienes que hacer tú, pero teniendo en cuenta lo que tienes alrededor. Para que tu mujer, tus hijos
y tus amigos te respondan, tienes que llevarlo de la manera menos dolorosa para ellos, jodiéndolos
lo menos posible, porque así ellos te devuelven alivio.
Los años de un seductor
Serrat no escapó a ningún tema durante la entrevista con
Perfil, realizada en una coqueta sala del hotel céntrico
donde se hospedó durante su estadía porteña. Pero prefirió apelar al humor cuando tuvo que
responder por la notoria pasión que genera en la platea femenina, algo evidente cada vez que se
presenta en un escenario argentino, al menos.
—¿Se considera un seductor?
—¿Un qué? La verdad es que yo... (sonríe).
—Ya no está para esos trotes...
—Hombre... Hago poco y discreto, digamos (más risas). Es un tema en el que prefiero no
ahondar.
—¿Le trae problemas?
—Puede haber malas interpretaciones. Uno dice algo por coquetería y es interpretado al
pie de la letra, y eso puede traer problemas.
—¿De joven fue un picaflor?
—Bueno, diría que es un tema que siempre me interesó mucho, lo que me ha llevado a
investigar.
—¿Y obtuvo respuestas?
—A veces fueron algo contradictorias, eh. Pero ese es el encanto. No hay un manual: el
mundo de las sensaciones y las relaciones está lleno de imprevistos.