ESPECTACULOS
Betiana Blum

Un clásico de la escena nacional

La actriz evita decir cuántos años tiene y prefiere no ser cosificada. Actúa en la calle Corrientes y ya tiene posibles planes de trabajo para el verano.

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Irónica. La veterana artista reconoce que el público se asombra cuando la ve en un escenario a su edad. | marcelo silvestro

De miércoles a domingo, Betiana Blum, junto a Julieta Cayetina, Felipe Colombo y Diego Reinhold, hace No a la guita, obra de la dramaturga francesa Flavia Coste, dirigida por Lía Jelín en el Multitabarís. Semanas atrás, debió cancelar algunas funciones por un desequilibrio en la presión arterial. Pero está de regreso.

La información sobre la vida y obra de Blum indica que ya ha cumplido 80 años, pero ella descree de rótulos, inclusive de los que clasifican a las personas según su edad. Sea el número que fuere, lo cierto es que la actriz continúa desarrollando su tarea, y el público se admira:

“Cuando entro al escenario, la gente dice “¡Aaaahhh!”. Le llama la atención. Uno no tiene conciencia de su propia vida. [No tengo conciencia], de lo que hice. He trabajado durante tantos años. La gente me tiene incorporada a su vida, a su familia, a su casa”. Además de cultivar vitalidad e histrionismo, Blum se reconoce coqueta: “Muy coqueta, enferma de coquetería. Lo que te vas a poner; después el maquillaje, el peinado; todo junto es un combo”. Con todo ese combo, se gana los aplausos en No a la guita.

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—¿Cómo es tu personaje y cómo participa del conflicto de la obra?

—Hay cuatro personajes: el hijo, la madre (que soy yo), el amigo y la mujer. El hijo se saca la lotería, pero no la quiere cobrar, aunque no es un tipo millonario; la madre lo ayuda; el socio lo banca. Mi personaje es una madre viuda que no se ha resignado. Está tratando de conseguir algo, entonces hace todas las cosas modernas que hay ahora. En la obra, nadie puede aceptar que el hijo no quiera cobrar. Es muy gracioso. La gente habla en la platea. Ayer una señora gritó: “¡Pero, qué pelotudo!”. Se puso como loca, era mortal, no podía aguantarse. ¡Ja, ja!.

—¿Imaginás que alguien pueda negarse al dinero?

—Tendría que haber alguna razón que no conozco. Obviamente, hay gente de mucho dinero que no se ve muy bien, pero no todo el mundo que tiene plata se tortura, se droga y se va a la miércoles. De última, ¡hacé beneficencia!

—Trabajás casi sin parar. Ahora en Buenos Aires. ¿También lo harás en el verano, quizás en Carlos Paz?

—Hay conversaciones, pero no puedo decir nada. Hay que ser muy cauteloso. [Antes], este año tengo que parar en algún momento, porque el cuerpo lo registra. Yo pensaba que, cuando terminaba Mentiras inteligentes, iba a tomarme 20 días, pero justo aparece esto y fue como pasarme de un avión a otro. Fue un gran esfuerzo. La exigencia se paga con el cuerpo. Pero lo agradezco. Ahora debo descansar un poco antes de hacer el pase.

—¿Qué te genera decir tu edad?

—Desde que fui al último almuerzo con Mirtha Legrand [en junio] y me preguntó mi edad… [pienso] ¿qué diferencia puede haber? A partir de ese momento, me miran como si fuera una extraterrestre. Estoy excelentemente bien. Tu identidad es la vida; no, si sos linda, flaca, gorda, millonaria, talentosa o si sos una chota. Eso es externo. Lo real es que yo soy un ser vivo, y después tengo la edad que tengo, la experiencia que tengo.

 

Una trayectoria con algunas malas palabras

Betiana Blum repasa algunos de los momentos más destacados de su carrera: “Arranqué haciendo Nuestra galleguita, de Abel Santa Cruz. Eramos Los Beatles. Íbamos a Uruguay, salíamos al balcón y estaba toda la gente saludando. Santa Cruz me dio mi primer perso-naje de continuidad, no un bolo, haciendo de la mala Elvira. Después, hice Rosa de lejos y tanto más. La gente se acuerda de Esperando la carroza. Esa película fue un milagro, pero no una casualidad, porque el libro de [Jacobo] Langsner y por la mirada de [Alejandro] Doria, que le dio locura al planteo”.

También recuerda ciclos dramáticos de los que participó, como Atreverse: “Era algo comprometido por los temas. Lo que pasaba en esa época es que no había otros [espacios]. No había tantas denuncias de prostitución, de robo de personas. Hoy está todo planteado; en esa época, no. Situación límite también era una joya. Los libros de ambos dan para una obra de teatro”.

En muchas de las participaciones de Betiana Blum, sus personajes exclaman insultos intensos. Ella, como actriz, lo sabe: “Yo puteo muy bien. Hay que animarse a putear. La mayoría de la gente no se anima. De pronto, dicen: “¡Ay, la puta madre!”[Blum musita afec-tadamente], pero a putear no se animan. Yo, si tengo que putear, puteo; no le corro el cuerpo. Hace mucho, cuando hacía con Susana [Giménez] los sketches que escribía Sofovich, había puteadas. Susana, aunque muy inhibida no es, se sorprendía cuando yo puteaba. Pero es así: cada cosa tiene que tener la energía que tiene que tener. Si vas a putear, puteá”.