La edición 21 del Buenos Aires Festival Internacional de Cine Independiente llega con mudanza: se abandona como base el Village Recoleta (los nuevos dueños de las salas no parecen interesados en la propuesta cinéfila del Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires) y el nuevo epicentro serán las salas del Multiplex Belgrano. A esa mudanza, la tercera en los veinte años de vida del festival, se suman otras 36 sedes, donde se busca un suceso similar al que se dio con FIBA el pasado verano: lograr que la cultura esté presente en las calles y convoque a los vecinos. Por ello, uno de los puntos fuertes será el corte de Cabildo y Juramento para generar Maratón Bafici, la salida a la vía pública del festival con proyecciones, para chicos y adultos, y programación musical en vivo.
Pero como cualquiera sabe (y sí, conviene entenderlo pronto), el alma de un festival es salas adentro. Es respetar la felicidad de poder ver en el lugar al que está destinado aquello que se nos niega durante el resto del año, o que se convierte en una mera ventanita lanzada al voleo de ese apropiador cultural (antes que una gran Alexandria) que es Netflix. Un festival de cine que ha reducido su cantidad de películas y proyecciones, signo de los tiempos (los internos y externos), no deja de ser un evento clave: en un mundo donde cada vez la diversidad cultural es menor, al menos en términos de experiencia social, enojarse o adorar una película que no fue diseñada genéticamente para hipnotizarnos es un hecho importante. Somos quienes somos por aquello que el cine, entre otras artes, nos permite descubrir del mundo.
Por eso, festivales como Bafici, del 3 al 14 de abril, o Mar del Plata, no son un lujo: son la expresión saludable de un mundo que necesita ser posible para entender formas de otras culturas, de otros cines, de definirnos en la experiencia social del cine.
En ese sentido, Bafici presenta su habitual menú: una apertura nacional con carisma y comedia (Claudia, de Sebastián de Caro) y una clausura con un nombre enorme, que aquí aparece en Nanni Moretti y su Santiago, Italia, documental esencial sobre las conexiones entre Italia y la dictadura chilena, cargado de decencia, inteligencia y todo eso que Moretti representa en el mundo. De los 316 títulos del festival (fueron 366 en 2018), hay una serie de recorridos posibles entre competencias, focos y secciones clásicas como Música o la sección para niños y adolescentes que es Baficito.
El nuevo Bafici posee mucha música. La tendrá en la calle y la tiene en un invitado que vuelve: el inglés Julien Temple. El director de La gran estafa del rock ’n’ roll vuelve a mostrar todo lo que no mostró y creó desde su visita anterior al festival: desde la posibilidad de ver a David Bowie en pantalla (en Absolute Begginers, musical maldito y adorado por Martin Scorsese) a entrevistas a Keith Richards (Keith Richards: Origins of the Species), pasando por perlas sobre The Kinks (Imaginary Man y Kinkdom Come), además de una charla pública. En la veta musical local se suma Juansebastián, documental de Diego Levy sobre Juanse y su figura, la rockera y la creyente,
que se anota en un santiamén entre los mejores docs nacionales sobre leyendas de nuestra música.
Entre toda la programación, hay perlas posibles (bueno ¿qué película no lo es?). En Baficito, la sección infantil, podrá verse Mirai, la última película de Mamoru Hosoda, uno de los grandes nombres de la animación japonesa y que cualquier fan de Studio Ghibli debería ver (además, la sección ofrece otro animé, Okko’s Inn, y el estreno del segundo film de la saga Minúsculos). Entre los films grandes y esperados está Gloria Bell, del ganador del Oscar Sebastián Leilo, y que anticipa su estreno local. Gloria Bell es la versión Hollywood, con Julianne Moore, de Gloria, una preciosa película del director de Una mujer fantástica. Loro, de Paolo Sorrentino, una gema italiana barroca y cargada (de cine y de enojo) sobre la política bajo la grasa de Berlusconi que cuenta la vida del empresario y mandatario.
Entre lo inusual está Swing Kids, musical de guerra industrial surcoreano (con pasos de tap y, otra vez, Bowie) y Fly Rocket Fly, un documental único sobre la avanzada espacial antes de Elon Musk. ¿La obligada? What She Said: the Art of Pauline Kael, donde una de las mejores pensadoras del siglo XX (desde la crítica de cine) habla desde el archivo y otra vez ilumina esos rincones que otros creen oscuros y son pura humanidad. Un poco lo que es un festival de cine y en este caso el 21 Bafici.
El cine en foco
Muriel Box fue un nombre que todos los que pisaron la última edición de San Sebastián celebraron. Hoy aquel foco de una directora adelantada a su época, por sus ideas y su cine, está en parte en Buenos Aires y es cita obligada de cinéfilos o cualquier persona que busque entender el presente de forma sensata. Otro de los focos está dedicado a Friedl vom Gröller, realizadora experimental austríaca que es el carozo fílmico del festival: treinta cortos en material fílmico hacen a su presencia en la Sala Lugones en esta edición del festival. Otro foco y visita es Isabel Ruth, actriz que trabajó en gran parte con el director Paulo Rocha, y a cuya obra en común se le dedica una parte grande del festival. Para aquellos que adoran el pop exagerado, llega Christina Lindberg, la actriz sueca de culto que es un referente (y hablamos de escala Tarantino de referencias en el cine: un personaje de Kill Bill lleva más de una marca de Lindberg) y viene a celebrar el lado B del cine adorado. A todos esos nombres de mujeres, se suma una película que será la alegría de cualquiera ya cansado de ideas vetustas sobre el patriarcado y que debería ver todo aquel que busque entender cómo la religión pisa demasiado en ideas ya formadas: Seder-Masochism, la película de Nina Paley que no es otra cosa que un musical bíblico feminista.