José Cura, el gran tenor argentino radicado en España desde 1991, que es figura en el universo operístico internacional, está en Buenos Aires. El público tendrá ocasión de disfrutar de él por partida doble. Interpretará Otelo, la tragedia de Shakespeare con música de Verdi, un rol que le ha dado un sinnúmero de satisfacciones. Además, él mismo será el director de escena y escenógrafo de esta experiencia. Será del 18 al 31 de julio en el Teatro Colón, allí donde se formó desde 1983, y a donde está de regreso con plena satisfacción, según declara. Cura es un artista polifacético para los melómanos, algunos de los cuales no le perdonan –y otros se fascinan con– su capacidad para realizar varias tareas a la vez: cantante, régisseur, director de orquesta, productor de espectáculos. “En el teatro se da mucho esto, en el cine también. La gente se sorprende que lo haga en la ópera. Se requiere gran capacidad de sacrificio y de absorber la fatiga, porque el trabajo se multiplica por mil”, dice.
—¿Qué podrías adelantar sobre este “Otelo”?
—Lo más importante de la puesta es la continuidad casi cinematográfica de las acciones, del gesto escénico. En general, en el teatro de Shakespeare, los personajes entran y salen sin solución de continuidad, algo que en el teatro de ópera es complicado de hacer, porque baja el telón, se cambia de escena. Pero el Colón tiene un disco giratorio gigante, creo que el más grande en el mundo, por lo menos en teatros de tradición. Mide veinte metros de diámetro, prácticamente el escenario entero de muchos teatros europeos. Aprovechando este disco, no tenemos que detenernos para cambiar de escena y no se pierde el hilo conductor. La escenografía es un teatro épico brechtiano, un poco atenuado: lo que sucede dentro del disco tiene visos de realidad; pero alrededor, la gente puede ver que es parte de un teatro; quiero que se vean las máquinas, las luces. Es una declarada intención de hacer teatro dentro del teatro.
—¿Esto podría montarse fuera del Colón?
—Te voy a confesar una cosa: cuatro o cinco teatros del mundo ya me han pedido hacer esta puesta; a todos los que les he mandado los planos me han dicho que esto no les entra. No todos los teatros tienen un giratorio e incluso los que lo tienen es un giratorio modesto, normalito, de unos diez metros.
—¿Cómo has percibido al Colón en este regreso?
—Tuve una fuerte sensación de viaje en el tiempo, pero no al año ’83, sino a 1908, cuando se abrió por primera vez. Encontré un teatro cuya cara prácticamente desconocía, con un brillo, color, belleza, presencia… La limpieza y restauración que se han hecho son impresionantes. Respecto de paros o críticas al remozamiento, son cosas que leí en los periódicos, y no me voy a atrever a hacer un comentario porque estaría hablando por boca de otro.
—¿Cómo ves esta Argentina respecto de aquellos años 80? ¿Y cómo ves España hoy?
—No se puede comparar épocas tan abismalmente distintas. El año ’83 era el primer año de nuestra renovada democracia. Ahora llevamos treinta años de democracia: más o menos apaleada, dependiendo desde el punto en que uno la mira, pero esto es democracia. Por más que acá están mis raíces, mis amores, no dejo de ser un extranjero en mi propia patria, no vivo la realidad cotidiana. Y sobre España, está la crisis mundial. Lamentablemente, este es un mundo globalizado. Pero el asunto es que la crisis económica, desde mi punto de vista, es el resultado y no la causa. La causa es una crisis de moral y de valores.