ESPECTACULOS
jonas kaufmann

Un tenor que conmovió al público del Colón

En una noche memorable, el concierto tuvo siete bises. El público, de pie; el alemán, de rodillas.

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Ovacionado. En el escenario del Teatro Colón, la visita del gran cantante Kaufmann junto al pianista Helmut Deutsch. | Gza. Arnaldo Colamba
En el concierto de Jonas Kaufmann del 14 de agosto en el Teatro Colón hubo dos espectáculos: uno, el que brindó el excelso tenor alemán; otro, la reacción del público. Cuando –a las 19.42– ya se habían apagado las luces del escenario, seguían sonando aplausos y alaridos: “¡Kaufmaaaaaaann!”. Entonces, con la función terminada –había empezado 17.10–, el cantante apareció una vez más, detrás de las bambalinas, casi como una picardía fuera del protocolo, sucumbiendo a la seducción de los gritos enfervorizados. Antes, frente a uno de los muchos raptos de ovación, incluido un osito de peluche de regalo, Kaufmann se había hincado de rodillas, con un inequívoco rostro de incredulidad ante la exaltación colectiva, justificable, claro, por la impecable voz del artista, pero también por la alegría de que el Colón reciba figuras internacionales y pueda soñar con tener una cartelera similar a la de polos culturales de Europa, Estados Unidos, Japón y China. Es posible imaginar que Kaufmann –que ha conquistado todos los premios, y en estos meses anda por la Philarmonie de Berlín, la Opéra Bastille de París, y ciudades como Osaka, Tokyo y Omiya– no se topa a menudo con expresiones desbordadas como la que encontró el domingo pasado, y que lo llevaron a hacer no uno ni dos, sino siete bises. En uno de los más festejados, el Nessun dorma de Turandot, de Puccini, la gente musitó el coro y apenas si pudo esperar a vitorear cuando Kaufmann lanzó “Vincerò, vincerò”.

Los bises incluyeron una selección operística –de Carmen y de Aída, entre otras obras– que contrastó con el programa dedicado a los lieder, canciones compuestas sobre poemas, para solista y acompañamiento. Aquí, la noción de personaje y el dramatismo propios de la ópera ceden paso a exquisiteces, detalles, sutilezas apoyadas en lo verbal y en el desempeño del cantante. Kaufmann se entregó a un repertorio dominado por el espíritu romántico y el simbolismo. Compositores como Franz Schubert, Robert Schumann, Henri Duparc y Franz Liszt musicalizaron poemas de Goethe, de Justinus Kerner, Baudelaire y de Leconte de Lisle. Lamentos de amor; exultación de la naturaleza –bosques, montañas, pájaros y cielos–; claroscuros de luz-oscuridad, calma-tormenta y estados de ensoñación predominaron en esta selección, que se completó con sonetos de Francesco Petrarca, en la melodiosa y sensible interpretación del tenor.

La suavidad de Kaufmann fue especialmente desplegada en el repertorio en italiano y francés, en tanto las consonantes finales del alemán dieron pie para una vocalización marcada, enfática, como en Wozu noch, Mädchen (“De qué sirve, doncella”), de Adolf Friedrich, Graf von Schack. En todo esto, el pianista Helmut Deutsch fue una compañía fundamental. El dúo de cantante e instrumentista, en una performance de contenida e impecable elegancia, sostuvo la primera parte del evento con gestos medidos, hasta que el vendaval sanguíneo llegó con aquellos bises que completaron el programa, en el que el melancólico refinamiento de los lieder parecía necesitar un sacudón de emotividad operística.