ESPECTACULOS
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Una historia ligada a la alta cultura

El gran coliseo argentino festeja 110 años de la inauguración de su actual edificio. Directores, escenógrafos y cantantes celebran su prestigio y señalan asignaturas pendientes.

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Historia. El teatro surgió como sociedad privada y luego pasó a manos del Estado en 1908. | cedoc

La idea de Teatro Colón remite a, al menos, cuatro aspectos; uno de ellos, el edificio emplazado frente a Tribunales. Otro, la antecesora institución privada que funcionó en un lateral de Plaza de Mayo entre 1857 y 1888. Otro, la institución pública, sostenida por la Ciudad de Buenos Aires, que se consolidó a partir de la creación, en 1925, de los cuerpos estables (de música, canto y danza) y talleres de producción. Otro, un inmenso conjunto de recursos humanos, mayormente casi anónimos, que ha aportado y transmitido generacionalmente saberes reconocidos a nivel internacional.

En mayo de 2018 se celebra uno de esos aspectos: los 110 años de la inauguración del actual edificio. El 25 de mayo de 1908 se realizó la primera función en el elegante recinto que ocupa la manzana rodeada por Libertad, Lavalle, Cerrito y Viamonte, en el que intervinieron los arquitectos Francesco Tamburini, Vittorio Meano y Jules Dormal. Fue con una versión de Aída, de Verdi, a cargo de la orquesta Gran Compañía Lírica Italiana, dirigida por Luigi Mancinelli, con Amedeo Bassi y Lucía Crestani en los roles principales.

Se trata de la misma ópera con que se festeja este aniversario, entre el domingo 27 de mayo y el martes 5 de junio. La puesta en escena va cargada de historia y emotividad. Roberto Oswald (1933-2013), de profusa y premiada trayectoria, hizo el planteo escénico y la escenografía de Aída en 1996; en una suerte de homenaje, su compañero de vida y trabajo, el vestuarista Aníbal Lápiz, recupera aquellas creaciones para esta reposición, que tendrá tres elencos: el internacional (Latonia Moore y Riccardo Massi) y dos nacionales (Mónica Ferracani y Enrique Folger, y Haydee Dabusti y Fernando Chalabe). Carlos Vieu dirigirá la Orquesta Estable; Miguel Martínez el Coro; y el Ballet Estable, dirigido por Paloma Herrera, hará la coreografía de Alejandro Cervera. Con confesado orgullo, Lápiz resume así la propuesta: “Es una Aída espectacular, a lo grande. No es una ópera intimista: tenemos 100 figurantes, 110 coristas, más los solistas. Es una puesta que tiene treinta años; es una Aída un poco a la antigua. En Europa también se está volviendo a esto, el público quiere este tipo de puestas, está cansado de esas cosas absurdas”.

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Balances. Un cumpleaños invita a hacer un balance de lo pasado y a imaginar expectativas del porvenir. El tenor Enrique Folger reflexiona sobre la evolución del Colón, en la que los ladrillos, el mármol de Carrara y los acabados dorados son solo un aspecto: “El Teatro Colón estaba manejado por una compañía extranjera. Me da orgullo pensar que hoy representa nuestro acervo cultural. Esta ciudad es fruto de la inmigración; la energía de esos seres humanos que vinieron desde otras partes del mundo es la cultura argentina y se refleja en el Colón. Pero también vivimos una crisis en la sociedad argentina, fundamentalmente, por la dirigencia. Sería interesante que las autoridades quieran representar un teatro de excelencia, ponerse al frente de reclamos por mejor presupuesto, por darle a la gente del teatro todas las herramientas para desarrollarse. Más allá de lo edilicio, [los artistas] somos parte de una tradición. Hay una fraternidad con todo el personal que está en el teatro. Uno depende de los acomodadores, los maquinistas, los iluminadores, los músicos en el foso. Cuando se aplaude un espectáculo, se los aplaude a todos en forma indirecta a través de los que estamos parados ahí, frente al público”.

La soprano Mónica Ferracani se reconoce nostálgica: “Para la gente mayor, todo tiempo pasado fue mejor. Antes había muchos más títulos y cantaban mucho más los argentinos. Lo económico incide un poco. La ópera es un espectáculo muy caro. Si no tuviera la subvención del Estado, sería prácticamente imposible”.

El director musical Carlos Vieu también sabe que la economía incide directamente sobre los resultados de un teatro como el Colón, que, como dice, “ha sido siempre un teatro de gran tradición lírica, y evidentemente sigue siéndolo a pesar de las múltiples crisis de nuestro país. [De aquellos comienzos a la actualidad], mejoró en todos los aspectos tecnológicos. [Sin embargo, aunque] entiendo las crisis económicas –continúa en la línea de Ferracani–, me duele que un teatro que ha tenido entre 12 y 18 títulos en sus temporadas gloriosas, en los últimos años tenga un promedio de 6 u 8 óperas solamente, por trabas no solo artísticas, sino también presupuestarias, organizativas. A los cuerpos artísticos estables hay que cuidarlos, hacerlos rendir al máximo, darles las mejores condiciones de trabajo…”.

Popularidad. “Desde 1908, el Colón se ha popularizado –analiza Aníbal Lápiz y pone el acento en su métier–. Que puedas ir al teatro vestido como quieras ya da una impronta diferente. Antes estaba la función de gala: mujeres de largo, y hombres de smoking. Ahora, en un gran abono tenés a alguien sentado que está de suéter. Eso lo democratizó, pero le quitó ese glamour que había en épocas anteriores. Nos vamos a tener que ir acostumbrando a los cambios: el que no cambia se muere”.

Sin dudas, los cambios son necesarios, aunque los criterios para ellos no sean unánimes. Por eso, al respecto de cómo se ha intentado o se intenta acercar a nuevos públicos a este teatro centenario, continúa Lápiz: “Que el Colón llegó al pueblo porque van a cantar artistas populares, eso es una mentira. El Colón también tiene entradas baratas para ir a ver una ópera”.

Por su parte, Folger desarrolla el tema específico sobre la programación de músicos y cantantes ajenos a la tradición lírica: “Lali Espósito y otros cantantes populares no tienen necesidad del Teatro Colón. Y si están en el Teatro Colón, que acepten las condiciones del teatro, que utilicen esa acústica maravillosa sin la amplificación, que afecta estructuralmente al edificio. Una política cultural más fuerte haría hincapié en que la gente viniera al Teatro Colón más allá de quiénes estén en el escenario, sin forzar la situación al llevar a figuras del espectáculo. El Colón no fue pensado para ser amplificado en 1908, ni aun después de todas las reformas. Algunas cosas que se han hecho, lamentablemente, no lo han mejorado, sino que lo han perjudicado un poco. Canté en Boris Godunov, la última obra antes de que cerrara en 2006, y canté en la reinauguración en 2010: realmente la acústica cambió, y no para bien”.

Para imaginar los próximos años, décadas o centenarios, Folger expresa un deseo: “Hablo con taxistas y la mayoría me dice que nunca entró al Colón. Eso a uno le pega en el corazón. Mi anhelo sería que el Colón reflejara a todos mis conciudadanos, para que todos sintamos que es nuestro orgullo, para que una ópera, un concierto o un ballet no resultaran algo ajeno o aburrido. Ojalá”.

 

Más allá del edificio

Las actividades que nuclea el actual edificio del Teatro Colón se expanden en el tiempo y en el espacio. Recuerda Aníbal Lápiz: “En sus comienzos, toda la utilería del Teatro venía de Europa; era italiana o alemana. El personaje de Amneris en Aída tenía un tocado hecho todo de metal, que hoy resultaría muy pesado. Está guardado, al igual que el de Maria Callas en Turandot. Ahora hay otras telas y cortes diferentes, se borda en general a máquina. Pero como a mí me gusta mucho la artesanía, se están haciendo cuellos y tocados a mano. Quizás el público no los vea directamente, pero si no lo ves, lo sentís. Lo ordinario se presiente y lo fino, lo distinguido, se ve. Todo eso se hace en los talleres de sastrería, peluquería y zapatería, que están entre el primer y tercer subsuelo, que pasan por debajo de la 9 de Julio. En La Nube se hacen la escenografía, las esculturas, la pintura. Esto era más fácil cuando estaba adentro del teatro”.

Lápiz se refiere a los galpones ubicados en Maure 3670 y Maure 3641, donde están los talleres escenográficos. Sobre esto, Vieu considera que “una parte de ese movimiento de fábrica que era el Teatro Colón se fue diluyendo. Me gustaría que el Teatro Colón tuviera siempre producciones propias, como es este caso, de la reposición de la puesta de Oswald, y no que alquile o coproduzca una gran proporción de las obras. El Colón siempre fue una gran ciudad en sí misma. Más allá de la formación académica, también hay una tradición interna de aprendizaje de oficio. A lo largo de 110 años, muchas generaciones de artistas han contribuido a que el Colón sea un teatro de ópera de primer nivel”.

Respecto de la parte educativa, del Teatro Colón, Ferracani señala la situación del Instituto Superior de Arte: “Antes estaba dentro del teatro, y era una cosa maravillosa porque se podía acceder a los ensayos y ver a las figuras que venían del exterior. Ahora, lástima, ha cambiado: el Instituto ha salido del Teatro. Es una pena para los cantantes, para los bailarines, para conocer cómo es la cocina del teatro”.