El último jueves, al conocerse las nominaciones a los Oscar, se corroboró lo que se anunciaba: 12 años de esclavitud y El mayordomo no podían competir a la vez por el premio mayor porque, se decía, trataban el mismo (y oscarizable) tema: la opresión del segmento afroamericano de la sociedad estadounidense por parte del estrato blanco. Como corolario de esa división estratégica de la Academia de Artes y Ciencias Cinematográficas de Hollywood, al final El mayordomo no obtuvo nada: se olvidaron hasta del gran e inusualmente contenido trabajo de Forest Whitaker como protagonista.
Para algunos especialistas, la temática políticamente correcta de 12 años de esclavitud la convierte en la favorita de cara a la gala de premiación, pese a tener una nominación menos que La gran estafa americana y Gravedad, pero lo cierto es que, si uno compara la primera con El mayordomo, esta resulta más corrosiva en relación con el racismo en los Estados Unidos. Y, por tal motivo, hubiese sido más interesante –o, si se prefiere, curioso– que fuese la favorita al premio mayor.
12 años de esclavitud (producida por Brad Pitt, con chances así de subir por primera vez al escenario del Kodak Theatre) parte de una premisa interesante: hubo un espacio temporal en Estados Unidos en el que convivían un norte con afroamericanos que habían obtenido su libertad y un sur que mantenía su sistema de producción basado en el esclavismo; el protagonista, libre, visita Washington por un trabajo, donde lo secuestran y lo venden al mejor postor porque, como es lógico, no posee documentación que lo acredite como hombre libre. Sin embargo, a partir de que ingresa en la servidumbre la película de Steve McQueen se reduce a mostrar el trato brutal que padecían los esclavos, incluyendo la ambivalencia de que uno de los dueños pudiera enamorarse de su esclava, despertar los celos de su mujer y darle latigazos a su amante para bajar la tensión. Todo esto, por cierto, no resulta novedoso ya entrados en el siglo XXI. El mayordomo (producida por Oprah Winfrey, es decir una afroamericana que consiguió con su trabajo transformarse en uno de los pilares de poder más importantes en el mundo del espectáculo norteamericano) se vio perjudicada por los prejuicios que despierta el melodrama –que, a fin de cuentas, es un género como cualquier otro–, ya que resulta mucho más subversivo ver cómo esa población oprimida iba explotando al máximo los resquicios de poder vacíos que dejaba el dominio de los blancos. En su invisibilidad de mayordomo, Forest Whitaker podía modificar la opinión de un presidente (bienintencionado, no olvidemos que es una película) que por otro lado desconoce por completo lo que implica vivir en la opresión.
En ese sentido, puede afirmarse que la desdeñada película de Lee Daniels es un estudio antropológico, una puesta en escena de la dialéctica del amo y el esclavo hegeliana que continúa –con otras máscaras– aún hoy, mientras que la de Steve McQueen resulta un alegato obvio contra un modelo de producción perimido (en ese territorio, aunque no en otras partes del mundo que aún no accedieron del todo al capitalismo, como por ejemplo la Argentina, plagada de talleres textiles con mano de obra esclava para ropas exclusivas y recoletas).
La historia de la opresión racista en Estados Unidos es la sumatoria de esas dos películas. A lo cual podría agregarse una tercera, que sí obtuvo la nominación en la categoría principal: Capitán Phillips. En el excelente film de Paul Greengrass, un carguero norteamericano comandado por Tom Hanks navega frente a las costas somalíes, donde es abordado por piratas nativos. En ese enfrentamiento entre blancos del Primer Mundo y negros raquíticos del tercero se plasma con maestría el verdadero temor inconsciente en que ha derivado el racismo originario: que los oprimidos, relegados tras la obtención de derechos formales, hayan llegado a un punto tal de pobreza y desesperación en el que se jueguen el todo por el todo, con armamento precario, por enfrentar a los dominantes.
En la película terminan por perder.
La realidad aún no ha emitido veredicto definitivo sobre este enfrentamiento anclado en las miserias de la condición humana. Que está lejos de solucionarse.