ESPECTACULOS
Carolina Fal

Una visita al mundo del masoquismo

Decidida a encarar la actuación desde un lugar lejano al naturalismo y, tal vez, próximo a la locura, la actriz debutó este viernes encarnando a Wanda de Dunajew, la protagonista femenina de La Venus de las pieles, la famosa obra que ilustra el concepto de masoquismo. Dice que no le molesta desnudarse arriba de un escenario, y que en su profesión lo importante es sacar el monstruo que llevamos dentro. Defiende la televisión y jura que le gusta vivir sola.

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"Es complicado para un actor mostrar el sexo", asegura. | Santiago Cichero

Este viernes debutó en la conflictuada piel de Wanda de Dunajew, protagonista de La Venus de las pieles , versión teatral que dirige Claudio Quinteros, basándose en la novela homónima de Leopold von Sacher-Masoch, quien dio origen al término masoquismo, injustamente menos célebre que el de sadismo, inspirado en la vida y los escritos del Marqués de Sade.
Carolina Fal deberá compartir sus tiempos entre esta obra y la nueva propuesta de Griselda Gambaro, que dirigirá Cristina Banegas en el San Martín.
La cita es en un bar, en la avenida Corrientes. Carolina sonríe y se queda muda con idéntica facilidad. Tiene algo lejano, como si estuviera a la expectativa, a la defensiva más precisamente. Tal vez cansada de guardias fotográficas acepta dialogar sólo de su gran pasión: el teatro. Llega a la cita quince minutos antes. Es un mediodía lluvioso en Buenos Aires. No tiene casi maquillaje, apenas un poco de rimel en sus pestañas.

—¿Cómo fue ser dirigida por Alberto Ure y Roberto Villanueva?
—Nadie va ocupar el lugar de ellos. Es una falta muy grande la que tenemos. Ambos fueron muy inteligentes. Ure me dirigió en Las mujeres de Juan, una obra que no me convenció pero quise hacerla por él. Siento que fui chica como actriz y persona, no lo aproveché lo suficiente, pero nos queda su libro (Sacate la careta) Igual me fascinó. Con Villanueva, quien me había dirigido en Amanda y Eduardo, para el San Martín, tuve otro tipo de relación. Nos juntábamos para armar proyectos, aunque no se concretaran. Lo entendía, teníamos un código semejante.

—¿Qué la lleva a aceptar un proyecto?
— No siempre lo hago por el director. Tengo una relación muy instintiva con mi trabajo. Quise trabajar con Claudio Quinteros, y cuando me acercó el texto sentí que quería hacerlo, antes de leerlo, aunque sólo le contesté después. Intuí que íbamos a tener un espacio de trabajo interesante diferente, fuera de lo económico e institucional. Al costado del camino y era algo que necesitaba.

—¿Temió trabajar con un director debutante?
—Para nada. Creo que me hubiera dado miedo si él no me gustara como actor. Pero me encanta como intérprete y no tuve contradicción. El texto y su universo me atraparon. También con mi compañero de elenco, Horacio Acosta, compartimos el mismo código: la entrega total y un mismo compromiso sobre el escenario. Hay una gran intensidad actoral. Espero que estemos a la altura del proyecto. Es complicado para un actor mostrar el sexo. Es cierto que hay actrices que dicen el texto y no les pasa nada…

—¿Cuál es el universo de Leopold von Sacher-Mascoch?
—Es complejo, aparece la sexualidad, el placer y el dolor. Una se involucra profundamente, porque hay mucha exposición…

—¿Desnudos?
—No me importa. Es un momento en que una piensa en lo estético. En la actuación hay un desnudo más grande, que no es el físico. Lo otro sería sólo sacarse la ropa y eso no tiene valor. Lo difícil es ponerse a disposición del director y del proyecto.

—¿Cuáles son los fantasmas? ¿Miedo, ridículo?
—Si el público se aburre, algo salió mal. Prefiero provocar desagrado y que diga: “son todos locos”; antes que ver que se duerman en la platea. Me molesta generar indiferencia. Mi personaje no quiere jugar el sexo de esa manera, pero lo va a hacer porque ama a esa persona. Es complicado, hay que dejar salir un poco el monstruo que tenemos dentro. Esto lo dice muy bien y lo hace igual Alejandro Urdapilleta. Una puede elegir no vivir en esa zona, pero hay que hacer una fisura y sacarlo sobre el escenario. No me gusta la palabra representar, porque la vivo como contar, hay que actuar y eso es hacer. Hay un momento en que salgo a escena con un látigo e imagino que van a pensar: “ahí está la rara, la loca”. Alguno dirá: “le gusta, ella es así”. El límite es hacerlo, aún con ese riesgo. Me limitaría como actriz, sino lo hiciera.

—¿La sociedad pone etiquetas?
—Sí. Urdapilleta habla del excederse, y a mí me gusta ese teatro. Hay gente que quiere ver naturalismo, gente igual a ella. A mí no me pasa. Soy actriz, no soy normal. Aunque tenga una vida muy normal, lamento desilusionar….Estoy actuando, el que lo entiende, bien.

—Pasaron varios años desde aquel Mercedes natal…
—Sí, tenía 15 años cuando llegué a Buenos Aires…Siempre pienso qué hubiera pasado conmigo, si mi madre no me hubiera recomendado estudiar con Cristina Banegas. Después me formé con Carlos Gandolfo (otra pérdida más…) Aunque siento que ellos están cada día más presentes en mi trabajo.

—¿Se arrepiente de haber interpretado algún papel?
—No. Siempre lo pienso. Sé que hay actores y directores con los que no volvería a trabajar. Esto es lo único que me hace arrepentirme de un proyecto: haberla pasado mal en el escenario. Encontré colegas que durante la función estaban esperando irse a sus casas…No está mal, pero a mí me gusta jugar de otra manera. También tiene su lado positivo, como experiencia. El teatro hay que hacerlo bien, sino es un sacrilegio.

—¿Va a ver teatro?
—Muy poco, me cuesta. Me gusta estar en mi casa. No soy de salir, menos en estos momentos que estoy ensayando mucho. Vivo en un departamento, tampoco voy al cine, prefiero alquilarme las películas. Nunca tuve problemas con la soledad.

—¿Vive sola?
—Sí.

—¿Perro, gato…?
—No, nada, ni siquiera plantas.

—¿Cómo es su vida hoy?
—Un poco agotadora, porque estas dos últimas semanas comparto los ensayos de dos obras, La Venus de las pieles y La persistencia de Griselda Gambaro, con dirección de Cristina Banegas. Es la primera vez que hago esta aventura de estar creando personajes tan diferentes, casi simultáneamente.

—¿Se puede anticipar cuál es el planteo de Gambaro?
—Sí, aunque hace poco que empezamos a ensayar, todavía me cuesta hablar. Siempre me pasa, me es difícil explicar las obras, las sé hacer. Siento que cuando las cuento con palabras, las achico. La obra es muy fuerte y dolorosa, está basada o inspirada, en el atentado a la escuela en Beslan, Chechenia, en esa matanza de niños que ocurrió en el 2004.

—¿No se desencantó del teatro oficial?
—Conozco a muchos actores a los que les ha pasado, pero no es mi caso. Para mí es como un muy buen espacio de trabajo. El teatro me contiene, aunque sea el veneno y la pasión.

—¿Y la televisión?
—Lo último que hice con continuidad, fue Resistiré. El año pasado grabé un telefilm con dirección de José María Muscari, que emitirá Canal 7. A mí me gusta la televisión, pero es cierto que no la siento tanto mi ámbito, como me pasa con el teatro. Me cuesta más darle un cierre y convivir con tanta gente. Es una gran decisión para mí hacerla. Hay comentarios como irónicos hacia la televisión, por parte de actores serios. Me duele que se hable mal de ella. Tengo mucho respeto y me encanta. Creo que los que menos la respetan, son los que la hacen. No entiendo por qué se defienden, si la hacen.

—¿Casamiento?
—No.