El nuevo single de Vicentico, Cuando salga podría leerse como una alusión a las expectativas que despierta la posibilidad de circular e interactuar libremente cuando la pandemia lo permita. Sin embargo, el tema fue compuesto antes del trastocamiento del mundo a comienzos de este año. Forma parte de lo que será su próximo álbum, del cual ya había lanzado otros dos temas: Freak en 2019, y No tengo, este año. Nacido como Gabriel Fernández Capello, Vicentico podría ser una persona más, pero sus canciones, sus letras, melodías, se han colado en la cultura popular de la Argentina, y a veces se vuelven casi visionarias. La referencia a los versos “Caminar bajo el sol / es lo único que quiero/ y salir de prisión / escaparme de este encierro” dio inicio a esta entrevista con Perfil.
—¿El arte puede ser profético a veces?
—En mi caso, no creo que tenga mucho de profético o de visionario, aunque probablemente otros artistas, seguro que sí. La canción está escrita pensando, no en un encierro dentro de algún lugar físico, sino más bien en un encierro más extraño, el encierro propio. El que canta la canción espera encontrarse con alguna clase de sabiduría o luminosidad. En la compañía, Sony, pensaron que era un momento para sacarla. Pero con pandemia o no pandemia, siempre hay un deseo o necesidad de encontrar otro lugar que sea fuera de uno.
—El 3 de octubre diste un recital a través de los ciclos de Movistar Arena, para que la gente lo viera en sus hogares. También, has subido a las redes temas que cantás desde tu casa. Ahora volvés a un vivo virtual. ¿Cómo te sentís con este formato de vida y modo de hacer música?
—Supongo que, si esto se convierte en una cosa para siempre, no me va a gustar tanto, pero por el momento me gusta. Es otra cosa: no hay que tratar de emular nada que sea en vivo. Claramente estás solo con vos, es algo como nuestro, como cuando nos juntamos a tocar en la casa de un amigo, a ensayar. No tenés idea de lo que puede pasar del otro lado: me gusta y lo disfruto. Como no hay que sostener ninguna situación de que la gente esté enfervorizada (los músicos a veces armamos listas para que la gente esté al palo todo el tiempo), no está esa obligación; se trata de pasar un momento musical. Y de este tiempo me empezó a gustar el no hacer nada. Me da un poco de estrés cada vez que tengo que hacer algo, me pongo nervioso; me da fiaca encarar todo de vuelta.
—Hacés música como solista con tu banda y tenés toda la trayectoria con Los Fabulosos Cadillacs. ¿Cómo ves a esta banda en perspectiva, en la escena del rock argentino?
—Siempre fuimos muy eclécticos. A todos nos gustó siempre la música, somos muy melómanos desde chicos. Siempre nos identificó la música popular, el género amplio de la música popular, que, para mí, es todo lo que no es música culta, la música clásica, la de los tipos que estudiaron toda su vida para tocar un instrumento. Eso es re-culto. El resto, para mí, es música popular, y toda la música es linda. Si hay algo que Los Cadillacs aportamos, es que nos gusta tocar todas las músicas, las tocamos sin problemas y nos acercamos a la música desde un lado más intuitivo. Venimos de una escuela que es pura intuición. Empezamos a tocar sin saber tocar nada de nada, solo porque nos divertía y nos hacía pasar un re-buen momento juntos. En el camino, fuimos aprendiendo algunas cosas y ganando experiencia. Seguimos haciendo cosas y buscando música, las que son difíciles de digerir para algunos. Hemos aportado eso y también, con Flavio que es un gran autor, tenemos unas cuantas canciones que están ahí entre la gente.
—Frente a esa capacidad de abrazar distintos géneros de la música popular, ¿qué te pasa cuando hay gente que rechaza de manera virulenta nuevos estilos, como el trap, por ejemplo?
—Con todo respeto, un poco de debilidad. Es raro el pensamiento sobre los géneros, que son géneros nada más; lo que importa son las canciones, o sea, hay canciones de reggaetón que son trascendentes y otras, de cualquier género, que pasan por al lado y nada. Es algo medio eterno: hay gente a la que la música le llega de una manera y otra, a la que no llega, entonces está fijándose en otro tipo de cosas. Bueno, pobres, se la pierden, básicamente como se pierden tantas cosas, como que se pierden tantas cosas no solo por no escuchar música.
—Aludías a la trascendencia… Y entre tantas canciones de tu repertorio a las que le cabe eso, está “Quinto centenario”…, la vigencia de cuyo grito se ve diariamente, por ejemplo, en la represión policial que quedó filmada en la comunidad Qom del barrio Banderas Argentinas, de Fontana, Chaco…
—Es impresionante, más que la vigencia de Quinto centenario, la vigencia del racismo, de la violencia que vivimos: pasan los siglos y todo sigue siendo así. Lo del Chaco es tremendo y acá [en Buenos Aires] también, en todos lados. Es súper angustiante y desesperante no solo la violencia que nombramos en el Chaco, sino también en las palabras, en lo que se dice sobre los barrios populares. Por ejemplo, nombramos a la gente como si la gente no fuera gente. Uno nunca piensa qué siente la persona que es nombrada de ese modo como si fuera… Pasa en todo el mundo, pero en la Argentina la situación está en un punto álgido. No sé cómo evoluciona; supongo que hay que seguir trabajando con amor en lo que uno hace y transmitirlo…
—Vicentico es tu nombre artístico. Gabriel es el nombre con el que circulás incluso en esta entrevista, es decir, apenas saliendo de los escenarios. ¿Quién es Vicentico, quién es Gabriel, cómo se llevan?
—Es una pregunta re-difícil porque –parece medio chiflado decirlo– somos dos cosas diferentes. Fuera del ámbito de la música, una vez me hicieron esta pregunta sobre quién es Vicentico, y me obligó de verdad a repensarlo. Con el tiempo, ya solo es un nombre que quedó ahí, medio difícil de sacar. Es uno que se sube al escenario, es como un actor, vacío de contenido, al que yo le pongo algunas ideas. No es nada que tenga peso, sino que más bien es un fantasma.
—Y vos, Gabriel. ¿cómo te llevás con la fama?
—De chico, quería ser músico de rock y estar en el escenario y todo eso. Es un malentendido muy grande la fama, el éxito. Yo no sé bien qué es, si me gusta o no. Por momentos lo padezco; no sé bien qué hacer. No creo que sea algo disfrutable para mí. Sí, siento la necesidad de que mi música haga algo, que conmueva. Admito que, claramente, me gusta que mi música conmueva, como a mí me gusta la música de otros tipos, entonces también intento que mi música conmueva de algún modo: del modo que sea.
La hazaña de la felicidad
—Tu pareja con Valeria Bertuccelli, pese al bajo perfil mediático de ambos es reconocida por la amorosidad del vínculo. ¿Qué reflexiones podés hacer acerca del amor, a partir de esta experiencia personal?
—Sí, es un amor re-generoso y re-largo y eterno. Pero no hay una definición de amor ni de felicidad, ni de dolor ni de nada. No hay modo de decirlo. Hay poetas famosos que se aventuran a definirlo. Yo no sé cómo definirlo... No sé si está bien buscar una perla; en realidad todos la encontramos de casualidad, la encontramos porque no la buscamos. A mí se me asemeja a lo que más me gusta de la vida. A mí me gustan mucho el mar, la naturaleza, las mañanas. Me gustan esas cosas, y se asemeja a eso. Todo es una analogía de vivir bien, o sea, vivir bien en el sentido de pasarla bien, pero no pasarla bien como una tontería, sino transcurrir la vida de un modo lo más feliz que se pueda y tomar la construcción de la felicidad como una hazaña, como un trabajo de llevar hacia adelante. Creo que está súper dicho: es de esas cosas que se trabajan. Escucho a amigos o a parejas que se separan rápido y es súper natural y normal: no estoy hablando sobre eso, “¡uy!, se separaron rápido”. Pero sí creo que a veces, uno deja de pelear por las cosas muy rápido, porque se queda prendado o agarrado de algo personal, trabado, y no lo puede solucionar, y deja antes sin pelear. También están otros amores: por los hijos, por el perro… un modo de vivir. No sentir nada es re-duro, re-difícil, no solo no sentir por las personas, sino, no sentir nada en general.