Nací y me críe en Sierra Grande, un pequeño pueblo costero al sur de Rio Negro. Me fui apenas terminé el secundario para ser abogado y terminé escribiendo y haciendo cine. La vida es así. Está llena de pasiones que se van sedimentando y dan frutos con el tiempo. Desde que me fui pasaron veinte años y siempre fantaseé con volver a vivir al pueblo. Pensaba, ¿cómo sería volver? ¿se puede volver al lugar del que uno se fue? ¿es posible el regreso? ¿existe el lugar del que uno se fue? ¿y los amigos y familia que se quedan, son los mismos? ¿y nosotros? ¿qué somos en relación al lugar en el que “fuimos”?
En uno de mis viajes de visitas familiares, mientras miraba el árido paisaje patagónico por la ventanilla del auto, pensé: voy a hacer una película contando la historia de alguien que vuelve a su pueblo pero que no sabe si es posible volver. La idea no era nada original. A esta altura, las películas de personajes que vuelven a su pago son casi un género. Sobre todo, en el cine argentino de los últimos veinte años. Pero me dije: voy a hacer una película de alguien que vuelve sabiendo que ese ya no es su lugar, sabiendo que lo que pasó ya está perdido en el mundo de los recuerdos. Y voy a hacer una película, pensaba, donde el protagonista necesite destruir todo ese mundo simbólico para poder reencontrarse con lo que lo define. Y lo primero que se me vino a la cabeza fue que el personaje principal tenía que ser una mujer. Y enseguida se me apareció el nombre: Emilia. Muchas veces traté de pensar un título mejor, porque hay muchas películas con el nombre de su protagonista. Y nunca me cerró otro, porque en el nombre estaba la personalidad del personaje y de toda la película. En la rugosidad sonora del nombre estaban todas sus inquietudes. Y después pensé que estaba bueno no saber el motivo exacto del regreso de Emilia, y que el personaje tampoco lo tenga tan claro. Porque Emilia vuelve casi sin pensarlo, dejándose llevar por sus impulsos, por sus emociones, sabiendo que en el pueblo va a encontrarse con “la vida normal” que ella siempre rechazó. Por eso apenas llega no tarda en romper códigos y creencias que atentan contra la afirmación de su propio espíritu. En relación a esto último, hace poco leí una crítica de Emilia que salió durante el Festival de Cine de Lima, donde decía que “la idea de romper con identidades de género en su búsqueda, es la confirmación del rechazo a una sociedad que ofrece pocas puertas a aquellos que se atreven a ir en pos de su autonomía.” Esa es Emilia.
También pienso que Emilia es la historia de alguien que busca ser querida, que quiere sentirse querida. Y también es una historia de aprendizaje, aunque siempre se le suele dar a este tipo de historia una connotación adolescente. Pero no siempre es así. También hay historias de aprendizaje a cualquier edad. Y la historia de aprendizaje de Emilia es básicamente la del pasaje de la juventud a la edad adulta. Creo que lo original no es tanto el tema sino como se da, claramente el intento de volver a poner las cosas en orden, de empezar de nuevo, de ir a buscar en los orígenes, de volver al nido-casa, todo eso, porque hay un poco de cada cosa, es arrasado por una fuerza que se impone y hace que las cosas estallen pero a la vez vayan hacia donde tienen que ir, esa especie de tensión entre expansión del desorden y entropía es el nudo del guion.
¿Y qué es lo que aprende Emilia en el pueblo? Que no hay vuelta atrás, que solo se puede vivir hacia adelante, que los motivos por los que se fue siguen ahí, no cambiaron, o al menos no cambiaron lo suficiente, y por eso frente a ellos mantiene una actitud de rebeldía. Pero a pesar de eso, también aprende que una vida se arma apostando a lo que hay, a lo que pasa, a las cosas cotidianas que nos rodean. Y eso lo ve de forma clara en el pueblo.
Emilia es un animal herido.
Herida y enjaulada.
La película trata de ayudarla a salir.
*Director de Emilia (disponible en Cine.Ar Estrenos)