El próximo jueves 11 de abril en la sala Luisa Vehil, la más pequeña del Teatro Nacional Cervantes, se conocerá una adaptación del texto Tadeys, de Osvaldo Lamborghini. La versión teatral y la dirección fueron compartidas por Albertina Carri y Analía Couceyro. Contará con Diego Capusotto encabezando un elenco que se completa con Javier Lorenzo, Iván Moschner, Canela Escala Usategui, Felipe Saade, Florencia Sgandurra, Bianca Vilouta Rando y la misma Couceyro.
“Empecé en Medio Mundo Varieté actuando textos de García Alonso –recuerda hoy–. En 1989 interpreté Hoy se comen al Flaco, de Osvaldo Dragún, con dirección de Mirta Maidana. Luego con Gabriel Szulewicz presentamos Decir sí de Gambaro. Fue en 1990, primero en la EMAD (Escuela Metropolitana de Arte Dramático) y luego la llevamos a la sala Alberdi, en el Centro Cultural San Martín. Mucho después hice teatro con la gente con la que creamos Todo x 2 pesos. Fueron dos espectáculos durante cuatro años consecutivos. Trasladamos lo que hacíamos en televisión al escenario”.
- ¿Cómo llegó esta propuesta?
—Hace varios años me llamó Analía (Couceyro) para un proyecto, que no pude hacer porque estaba grabando el programa de televisión. Me lleva prácticamente todo el año, tal vez son temporadas cortas con pocos programas, pero tienen mucha preparación previa. A Analía la conozco desde que trabajó en El corte de Ricardo Bartís, y la sigo como cuando estrenó Constanza muere. La admiro mucho como actriz y siempre tuvimos la idea de trabajar juntos, en este caso además de codirigir actúa en el espectáculo. Me llamó diciendo que Albertina Carri y ella me convocaban. Haré del científico que proyecta transformar en mujeres a los violentos. Sabía de Lamborghini, pero no había leído mucho de él. Para completar no estamos haciendo televisión, por lo cual pude aceptarlo.
- ¿Qué sentiste al saber que era para el Cervantes?
—Vamos a la sala Luisa Vehil, con ochenta espectadores. No tengo a priori algo que se relacione con la importancia de este teatro. Soy espectador teatral y quería volver a subirme al escenario. No tenía apuro, justo me llegó esta propuesta y de la mano de quien me vino. Para mí, cualquier espacio teatral era posible. No tiene la lógica del comercial.
- ¿Cómo nació tu vocación por actuar?
—Actuar actuamos siempre, pero a nivel profesional… fue por descarte. Tuve la injerencia de un amigo, que me veía condiciones porque siempre hice personajes y provocaba la risa. Empecé a estudiar con Germán Aquis y Raúl Baroni, en el Teatro Arlequines. Me conecté con la actuación pero no lo tenía tan claro. Quería jugar al fútbol y tocar la batería. No quería estar en una oficina. Mi generación tuvo padres que no te dejaban jugar si no estudiabas. No terminé primer año del secundario y me puse a trabajar. Tuve distintos trabajos. Intenté ser gráfico y descubrí que no era lo mío. Empecé a los 25 años a actuar y sentí la pertenencia en el escenario.
No hay muchos actores con tu actitud crítica militante…
—En mi caso no tengo tanta militancia activa, pero sí me interesa desde siempre lo social y lo político. Soy de una generación de hijos de la dictadura. Si nos gustaba el rock nos encerrábamos en la casa de los amigos para escuchar, porque afuera pasaban muchos patrulleros. Teníamos 15 o 16 años y jugábamos a la pelota, pero a su vez veíamos lo que pasaba. Después somos los que fuimos a las Malvinas. Hay algo que te conmueve de lo social y que se repite. Cuanto más pasan los años más te preocupa, ya ni siquiera porque tenés hijos, ya que aunque no los tengas, te perturba el entorno social. Nunca sentí que solo debía dedicarme al oficio y no decir nada.
- ¿El humor tiene que ver con una ideología?
—De alguna manera se desprende de lo que ves, y en algún punto es un ataque a lo que te molesta o te duele, poniéndole un calificativo. Pone de manera burlona lo que te pasa. También es una manera de correrse de la angustia. Cuando ves un discurso de Macri observás una actuación sobrecargada, hay un sector que lo mira y siente una estafa. Tiene algo perverso que se estructura como una obra de teatro, pero los hechos son sociales, pulverizan vidas y proyectos.
- Hay actores que entrenan a los políticos: ¿lo harías?
—No, no. De ninguna manera (se ríe). Ni siquiera con alguien con quien tuviera afinidad. Tampoco. No me interesa. Hay microclimas en la política, no es solo el deseo y el proyecto de llevarlo a cabo, sobre todo en Argentina, que en el colectivo entran todos. Después algunos se bajan, otros pinchan las gomas y el vehículo se cae. Este es un país muy complejo.
- ¿Los artistas deben opinar?
—Hay una generación de actores que piensan que hablar les haría perder público; para mí eso es perverso. Viene de esa vieja idea de que el intérprete no debe opinar como estrategia comercial, que marcaría la dependencia. Nunca me pareció apropiado no decir la opinión política y social sobre diversos temas. No opinamos hasta 2001, pero cuando llega la tragedia todos hablan. Que opine el que quiera. No se lo exijo a nadie. Pero sería interesante que se den opiniones con sensibilidad, no pueriles ni provocativas, eso me da pena al escucharlas o leerlas. Tiene que ver con la megalomanía más que con la opinión política.
- ¿Qué te duele de nuestra sociedad?
—Me duele la situación por la que está siendo atravesada la Argentina. Los que nos están gobernando son los dueños de un país que desprecian. Esta es la definición más exacta que puedo tener. Está en nuestras manos revertirlo. Uno no puede ser feliz con un gobierno que deja la economía en manos del Fondo Monetario Internacional, cuando el actual ministro hasta hace poco tenía un cartel que decía “no volvamos al Fondo”. Son súbditos del Departamento de Estado y no les importa. Hay una ficción de que este sacrificio es necesario; la pregunta que pocos se hacen es por qué y para quién. El que está en la lona no tiene tiempo de pensar. Es la sociedad de los más aptos, que son algunos y los otros deben rebuscárselas.
Volver al escenario
“Este proyecto y esta obra –confesará Diego Capusotto frente al estreno en el Cervantes– me pone en un lugar de más vértigo. Porque vengo desde hace muchos años haciendo televisión o cine paralelamente y esto me coloca en otro lugar, ni más intenso ni más prestigioso. Lo vivo como un desafío que me corre del lugar de confort que tengo con Pedro (Saborido). Trabajamos siempre juntos y lo llevamos a un medio –como es la televisión– donde la edición ayuda mucho. No es solo la actuación sino también la técnica que tiene que ver con el concepto”.
Cuando se le pregunta por sus referentes humorísticos, no vacila y afirma: “Mucho nacional y de afuera. Todo el cine mudo me gusta, como Buster Keaton o los hermanos Marx; de aquí, desde Marrone hasta Olmedo. Gente que veía en el Parakultural, como Alejandro Urdapilleta, Humberto Tortonese, el Negro Fontova o Gambas al Ajillo, actrices con las que después trabajé. Tengo afinidad, cariño y respeto por todos ellos”.
Su programa de televisión Peter Capusotto y sus videos, que se inició en el año 2006, tiene quizás la mayor cantidad de premios Martín Fierro en su categoría de humorístico. “Me marea más levantarme de una silla de golpe –contesta ante tantas distinciones–. Los premios son efímeros”.
“Si bien nos llamaron de Canal 7 para continuar, cuando cambiaron las autoridades decidimos quedarnos solo con Turner. No sabíamos en qué iba a derivar"
“Si bien nos llamaron de Canal 7 para continuar, cuando cambiaron las autoridades decidimos quedarnos solo con Turner. No sabíamos en qué iba a derivar. Nos pareció más interesante hacer más programas, de menos tiempo, para TNT y TBS. Por lo que me dicen, Canal 7 no está muy bien. Ahora nuestros programas los están pasando por canal 9 y eso hace que todos cobren las repeticiones por Sagai. Pero vamos a continuar porque tenemos ganas”.
“Proyecto filmar una película dirigida por Marcelo Schapces, que es una adaptación del libro El conserje y la eternidad, de Ricardo Romero –anticipa–. Ahora en la calle me dicen más ‘Peter’ que ‘Diego’. Quedó el sello del programa, pero en realidad Peter es Saborido, él es Pedro…”.