IDEAS
Papel de los asesores

Acerca del poder (y los poderosos)

La incapacidad de aceptar críticas hace que los gobernantes carezcan de humor

Barack Obama y su imitador20200428
Barack Obama y su imitador | Cedoc

Sobre el poder ha escrito páginas memorables Hannah Arendt en su obra Sobre la violencia. A su juicio, el poder “es la capacidad de actuar conjuntamente” en la esfera pública. Así, tener poder es siempre tenerlo con otros, generalmente aquellos con los que compartimos un destino común.

Por desgracia, no es ésa la concepción más frecuente del poder en nuestras sociedades contemporáneas. Más bien frecuentamos una idea del poder asociada a la más absoluta discrecionalidad, al ver sin ser vistos, como el Panóptico de Bentham tan profusamente analizado por Foucault.

 Todos conocemos el cuento de Andersen que termina con un niño ingenuo y desprevenido exclamando que el rey está desnudo. Es un relato común a muchas culturas, por lo que quizás tenga algo de revelador sobre la naturaleza del poder. El reconocimiento de la “vestimenta” del rey depende de una innumerable corte de aduladores, incapaces de decir al rey lo que no quiere oír.

Así ocurre también actualmente con el ejercicio del poder, solo que a los aduladores de antaño suceden los asesores de hoy. En efecto, es bastante frecuente que los asesores adulen procurando antes su interés particular (no perder el puesto) que el interés del gobernante de turno y sus gobernados.

Esta adulación sistemática tiene, como primer efecto, que el gobernante pierda el principio de realidad en una secuencia según la cual lo peor del poder no es perderlo sino perder todo lo demás

Esta adulación sistemática tiene, como primer efecto, que el gobernante pierda el principio de realidad en una secuencia según la cual lo peor del poder no es perderlo sino perder todo lo demás. El poder no puede constituirse sobre la obsecuencia, que impide ver a quién precisamente más lo necesita: el poderoso.

 Pero esta obsecuencia, conviene decirlo, es promovida en no pocos casos por quien posee el poder, por completo desinteresado de escuchar cualquier cosa que contradiga sus ideas o puntos de vista. Y aunque, felizmente, ya no existe el poder absoluto al estilo del Antiguo Régimen, siguen existiendo gobernantes absolutistas en cuanto que prefieren mantenerse inmunes a toda crítica.

 Esta inmunidad auspiciada por el poderoso sitúa a quienes lo rodean no solo en la condición de aquiescentes cortesanos, sino también en la de esclavos, pues muy bien decía Eurípides que “es destino del esclavo no poder decir lo que piensa”. Esta forma de censura tiene el efecto progresivo de dejar al poderoso cada vez más en una peligrosa situación de soledad, una situación en la que no cabe esperar que reciba consejo para sus acciones sino solo aplauso.

Es bastante frecuente que, por su incapacidad para aceptar las críticas, los poderosos carezcan de sentido del humor. Y quienes carecen del sentido del humor en no pocos casos carecen también del imprescindible sentido común para llevar las tareas de gobierno a buen puerto.

No se trata, de que los asesores se conviertan en patéticos bufones, cuyo fin principal es divertir al rey y solo secundariamente decir la verdad

Solo con un sólido sentido del humor, y un no menos sólido sentido común, es posible aceptar los comentarios adversos sin que al comentarista quepa esperar daño por ello. En las cortes antiguas existían los bufones, los únicos autorizados a decir al monarca lo que éste no estaría dispuesto a escuchar en otras circunstancias y proveniente de otras personas.

No se trata, desde luego, de que los asesores se conviertan en patéticos bufones, cuyo fin principal es divertir al rey y solo secundariamente decir la verdad. Se trata, por el contrario, de ayudar a que el poderoso no pierda pie en la realidad, de que no deje de verla tal cual es aunque para eso resulte necesario decirle con coraje que está completamente desnudo.

*Profesor de Ética de la comunicación, Escuela de Posgrados en Comunicación, Universidad Austral.