Desde París
Desde que Nicolas Sarkozy decidió volver a la política para cobrarse la revancha de la elección presidencial de 2012, la presencia de su rival socialista en el Palacio del Elíseo se transformó en una obsesión para el ex presidente.
En los últimos meses, esa psicosis llegó a niveles patológicos. Sarkozy parece haber adoptado la táctica de François Mitterrand, que antes de llegar al poder aconsejaba: “En la oposición, hay que oponerse a todo”.
Sarkozy llevó esa doctrina hasta sus últimas consecuencias: “Oponerse a todo, para él, significa criticar desde la política exterior a la cultura, y de la economía a los resultados deportivos, pasando por la meteorología y los rendimientos de las cosechas”, ironizó el analista Thierry Arnaud.
En el caso del reciente acuerdo nuclear con Irán, por ejemplo, en tono escandalizado comentó: “No acepto la forma en que fue negociado este acuerdo”, pero no formuló ninguna propuesta concreta.
El aspecto más controvertido es que, de visita en un país extranjero, su obsesión lo induce a veces a criticar la política exterior del gobierno.
Desde mayo inició una maratón de viajes (España, Marruecos, Israel y Túnez) y prepara otros a Argelia, China, India y Rusia. Cada una de esas visitas le da un nuevo motivo para atacar a su sucesor sin tener en cuenta que, en algunos casos, contradice sus propias declaraciones anteriores o políticas que impulsó durante su presidencia.
En junio, en un viaje a Jerusalén, apoyó al gobierno de Benjamin Netanyahu y descalificó un proyecto de resolución francés ante la ONU destinado a reactivar las negociaciones entre israelíes y palestinos, parte de la doctrina tradicional de Francia en Oriente Medio, invariable desde hace treinta años.
Asesores. “Indigno de una gran democracia”, se escandalizó el diario Le Monde. “Lo que dice procede de un maniqueísmo y de una simpleza entristecedora”, agregó.
Esa puerilidad quedó en evidencia en Túnez, donde acusó a los países occidentales de no dar buenas respuestas al avance de los yihadistas de Estado Islámico. “No alcanza con enviar aviones. Es necesario que sean eficaces”, comentó sin ruborizarse.
Esas fluctuaciones obedecen a los cambios en su equipo de asesores. Su ex consejero diplomático, Jean-David Levitte, dejó de enviarle papers con ideas. Su lugar fue ocupado por Pierre Régent y Fabien Raynaud, ex asesores de asuntos europeos con poca experiencia.
La otra razón es que Sarkozy empieza a inquietarse por la caída de su popularidad a nivel nacional y sobre todo en su partido, donde se consolida la figura del ex primer ministro Alain Juppé como mejor candidato de la derecha para las elecciones de 2017.