Todo tiene su tiempo, y todo lo que se quiere debajo del cielo tiene su hora (Eclesiastés 3:1).
Las singularidades de los países han tenido que abrir paso a una serie de problemáticas que desafían los límites convencionales estipulados por la clásica noción de Estado-Nación.
Los riesgos globales han despertado el foco de mayor atención en estos últimos tiempos. Se trata de un acontecimiento o condición incierta que, de gestarse, traería aparejado un impacto negativo de manera tal que provocaría serios daños para los próximos 10 años.
La reciente Encuesta de Percepción de Riesgos Globales (The Global Risks Report 2016) publicada por World Economic Forum que contempla 29 riesgos globales clasificados en sociales, tecnológicos, económicos, ambientales y geopolíticos para un horizonte de 10 años, ha colocado en primer lugar a la falta de mitigación y adaptación al cambio climático. Durante los últimos tres años el cambio climático ocupaba el quinto lugar. Hoy escala al primero. Resulta ponderado como el riesgo de mayor impacto por encima de las armas de destrucción masiva (segundo lugar) y la crisis de agua (tercer puesto). Le siguen las migraciones involuntarias a gran escala y el impacto generado por cambios en el precio de la energía (sea por aumento o disminución). Un análisis aparte requieren los riesgos económicos que incluyen crisis fiscales en economías clave y un alto desempleo estructural o subempleo.
Entre las probabilidades de riesgos en cadena se resalta un escenario donde el cambio climático potencie la crisis del agua con impactos sociales y conflictos detonando en aumento de migración forzosa.
Trazada como una especie de imperativo, la resiliencia, capacidad de superar la adversidad, se ha enarbolado en una construcción necesaria para hacer frente a las amenazas hacia la seguridad a través de una cooperación de tipo mixta que encierra tanto lo público como lo privado.
Bajo este contexto, la resiliencia es vital para desarrollar una capacidad especial tendiente a detectar, analizar y dar respuesta a los desafíos inherentes en los riesgos globales desde el punto de vista de la observación de cada actor específico.
El Objetivo 13 de Naciones Unidas estipula: “Adoptar medidas urgentes para combatir el cambio climático y sus efectos”. Entre sus metas se destacan fortalecer la resiliencia y la capacidad de adaptación a los riesgos relacionados con el clima y los desastres naturales en todos los países así como la incorporación de medidas relativas al cambio climático en las políticas, estrategias y planes nacionales.
El próximo 22 de abril en Nueva York en ocasión de la conmemoración del Día Internacional de la Tierra, el Presidente de la Nación, Mauricio Macri firmará el Acuerdo de París.
Cuatro fueron los años de intensas negociaciones para arribar a la adopción de la Decisión 1/CP.21 que posibilitó el acuerdo macro en pos de combatir al cambio climático en el marco de la 21ª Conferencia de las Partes (COP 21) de la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre Cambio Climático (CMNUCC) reunida en París el pasado 12 de diciembre.
El depositario del acuerdo es el Secretario General de las Naciones Unidas y estará abierto a la firma en Nueva York desde el 22 de abril de 2016 hasta el 21 de abril de 2017. Puede que aún no seamos conscientes como país sobre la relevancia histórica. Argentina está marcando la diferencia. De manera antedatada se suscribirá un compromiso único que da cuenta de la relevancia y las responsabilidades que estamos dispuestos a asumir a nivel global.
Este acuerdo universal ha alcanzado un consenso magnánimo: 196 Partes de la CMNUCC (195 Estados -incluido Argentina- y la Unión Europea) en pos de llevar a cabo acciones para mitigar emisiones antropógenas de gases de efecto invernadero que generan el calentamiento global. No sólo incluye mitigación, sino además adaptación a los efectos del cambio climático así como también los medios de implementación que van desde financiamiento, capacitación hasta transferencia de tecnología. Todos ellos necesarios para llevar adelante acciones climáticas.
Cambio Climático en cifras. Según Naciones Unidas, entre 1880 y 2012, la temperatura media mundial aumentó 0,85 grados centígrados. Por cada grado que aumenta la temperatura, la producción de cereales se reduce un 5% aproximadamente. Entre 1981 y 2002 se redujo la producción de maíz, trigo y otros cultivos importantes debido a un clima más cálido. Sumado a ello se han calentado los océanos. Disminuyó la cantidad de nieve y ha subido el nivel del mar. Cada decenio se pierden 1,07 millones de km2 de hielo. Desde 1979 viene reduciéndose la extensión del hielo marino del Ártico. De continuar el calentamiento de océanos junto a los deshielos, se prevé una elevación media del nivel del mar de 24 a 30 cm (2065) y de 40 a 63 cm (2100).
Las emisiones de dióxido de carbono (CO2) están perforando la capa de ozono y vienen aumentando prácticamente un 50% desde 1990.
El Acuerdo de París fijó como objetivo limitar el aumento de la temperatura de la superficie de la Tierra por debajo de los 2°C con respecto a los niveles preindustriales. Cada una de las Partes presentó su Plan de Acción Climática junto a compromisos específicos a través de las Contribuciones Nacionales Determinadas (INDC, por sus siglas en inglés) para reducir los gases de efecto invernadero (GEI) de acuerdo a sus realidades.
Las problemáticas mundiales de esta gran aldea global, la Tierra, exigen respuestas globales.
El día es HOY. El tiempo es AHORA. Este Planeta, nuestra Casa pide a gritos sostenibilidad como valor moral.
(*) Analista Internacional. Magister en Relaciones Internacionales Europa – América Latina (Università di Bologna). Abogada, Politóloga y Socióloga (UBA). Twitter: @GretelLedo.