Iván Márquez es el líder con más experiencia política de las FARC. El viernes pasado fue a la Chinita, en Antioquía, donde se abrazó y pidió perdón a familiares de víctimas de la masacre ocurrida en 1994, cuando la guerrilla ejecutó a 35 civiles. “Los muertos de la Chinita son también nuestros muertos”, dijo, emocionado. Ese gesto, a 48 horas del crucial plebiscito de la paz, no fue suficiente para cerrar las heridas de más de cinco décadas de conflicto armado en Colombia. Más de un millón de antioqueños –el 62%- se pronunciaron por un rotundo “No” al Acuerdo, superando por once puntos la media nacional.
La mayoría de los colombianos entendieron que la paz que proponía el presidente Juan Manuel Santos entrañaba impunidad. Pero eso no significa que deseen la continuidad de la guerra, que dejó ocho millones de víctimas.
Es imposible saber a qué parte del Acuerdo Final de 297 páginas le cerraron la puerta. Algunas de las cuestiones que despertaron más escozor en partidarios del “No” fueron las diez bancas que las FARC tenían aseguradas en el Congreso por dos períodos constitucionales consecutivos –aunque sólo los votaran sus familiares-; la constitución de la Sala de Amnistía e Indulto y del Tribunal Especial para la Paz que juzgaría los crímenes cometidos en el conflicto y podrían imponer penas más leves que la justicia ordinaria; y la campaña del miedo agitada por el ex presidente Alvaro Uribe, quien sostenía que no entregarían todas las armas ni desmovilizarían a sus milicianos.
Pero la salida del conflicto sigue siendo política y la política es dinámica. La alternativa al “No” de la ciudadanía es más diálogo, pactos y compromisos que incluyan a todo el arco político, como ya adelantó Santos. Ni él ni el gran ganador del plebiscito, Uribe, pueden aspirar a un nuevo mandato presidencial, a menos que reformen la Constitución colombiana. Ese debe ser necesariamente un incentivo para deponer viejas rencillas personales, negociar los términos de la paz sin mezquindades y entender que el bienestar de los colombianos es más importante que sus egos. Uribe y el Centro Democrático propusieron renegociar el pacto, seguramente con condiciones más duras para los guerrilleros. Resta saber si fue una declaración sincera, o sólo se trató de esquivar el costo político de torpedear el Acuerdo.
Las FARC también están ante un gran desafío. Deberán demostrar que entienden el mensaje de las urnas, que aceptan que el acuerdo debe ser reformulado, y que ya no hay más espacio para la vía armada. Timochenko adelantó que seguirán apostando a la paz. Ahora deberán convencer a los que no creen en ellos. De eso se trata la política, en definitiva.
Los próximos días serán claves para saber si los actores más duros del conflicto, la derecha colombiana y los comandantes de las FARC, prefieren una paz sin impunidad o, por el contrario, apuestan por proseguir una guerra que refuerce sus posiciones personales, pero lleve a Colombia a un nuevo –y quizás interminable- baño de sangre.