La invasión de Rusia a Ucrania puede ser considerada un momento bisagra en materia de las reglas de juego de la política internacional considerando el impacto que las mismas tienen en tanto: a) establecen referencias para todos los actores y b) definen las condiciones de estabilidad en las relaciones entre los Estados. La presente guerra es –en el mediano plazo– acerca de las reglas que van a referenciar las interacciones de los Estados en los próximos años. ¿Seguirán siendo los postulados universalistas liberales aquellos que orienten el accionar o iremos a postulados nacionalistas de competencia agresiva?
Desde el fin de la Guerra Fría existen dos tensiones veniales que proveen cierto sentido de equilibrio inestable a las relaciones internacionales. Por un lado se encuentra aquello que podríamos llamar la “herencia de Versalles”, esto es la incesante e incasable búsqueda de una sociedad internacional sobre la base de un sistema de seguridad colectiva basado en el derecho internacional público, los tratados y acuerdos que trasuntan toda la arquitectura de seguridad liberal para lograr una paz duradera.
Esta visión colisiona con el concepto tradicional de seguridad ligado a la soberanía estatal y basado en la lógica de preservar el Estado-nación junto con aquellos elementos considerados parte de la “realpolitik” –equilibrio de poder, zonas de influencia de las grandes potencias, destrucción mutua asegurada, soberanía limitada, etc.– La paz no es el resultado de una arquitectura de ideas y valores, sino de los equilibrios que se logren y la administración de las tensiones en el sistema internacional. Como se suele señalar para esta mirada, el poder da derechos.
El orden de post Segunda Guerra Mundial había dejado en claro una regla –tácita– al menos para el ámbito europeo: una guerra convencional de ocupación y conquista no sería permitida. El shock posterior al primer día de la invasión a Ucrania y la incredulidad generalizada de los avisos de EE.UU. sobre su concreción inminente son una prueba de ello. Esa referencia de interacción se terminó el 24 de febrero de 2022. Si bien en 2014, cuando esta situación comenzó, se optó por el apaciguamiento y se aceptó a regañadientes un statu quo nuevo que alteraba levemente al anterior.
Eso pudo haber tenido alguna influencia en la decisión última de encarar la campaña militar actual por parte de Rusia. Pero la respuesta occidental también mutó, pasando con mayor decisión a ejercer una acción de balance que se tradujo en un compromiso a incrementar los costos de dicha acción a Rusia, a Putin, al núcleo económico del país y a los ciudadanos de Rusia. Insuficiente o no, Occidente se involucró activamente en la guerra y tendrá detrás de sí una responsabilidad importante en el resultado del conflicto.
Tensiones históricas. En términos prácticos, la tragedia actual tiene un componente –ahora lejano– que se gestó con aquello que Putin llamó “la peor tragedia geopolítica de la historia”: la caída de la URSS y la consecuente victoria de Occidente con su agenda de transformación: la democracia, libre mercado y DD.HH. que avalaban la expansión económica con la (CEE) UE y una expansión política militar mediante la OTAN. Todo en el marco de la arquitectura liberal, mientras Rusia entraba en un largo período de violencia e inestabilidad política y por lo tanto de resentimiento y rivalidad.
La expansión inevitable del liberalismo como elemento de orden en el núcleo de la política internacional provocó en Occidente la sensación de estar, parafraseando a Pink Floyd, “confortablemente adormecidos”. Mientras tanto, la periferia iba estallando en pedazos, de ahí los recurrentes llamados a despertar que comenzaron en las postrimerías del 11S, al igual que ahora se pide que despierte la OTAN. Si algo quedó claro de cara al futuro es que la “siesta” estratégica se acabó para todos.
Expansiones. Vale la pena señalar que fue el propio EE.UU. el que demostró que el orden liberal era contingente. La administración de George Bush (h) decidió debilitarlo mediante el accionar de los neoconservadores sintetizado en la Guerra de Irak de 2003 y, más tarde, de la OTAN en Libia en 2011, apoyando a los rebeldes en su tercera operación del cambio de régimen exitosa en menos de ocho años. A pesar de los llamados de la administración Obama de “regreso de EE.UU. al mundo” y “liderazgo responsable” –entre otras frases–, aquello que John Ikemberry llamó “multilateralismo a la carta” se transformó en una nueva regla y una ventana de oportunidad para las autocracias que comenzaban a emerger con fuerza en el contexto internacional.
Donald Trump decidió terminar de quebrar el orden liberal y aceptar que la regla que se impondría sería la del fuerte, principio rechazado por los liberales europeos pero aceptado por los rivales estratégicos de ese país, y lo manifestó en su Estrategia de Seguridad Nacional, donde reconoció el regreso de la competencia entre los grandes poderes, palabras dirigidas a Rusia y a China. El ciclo de expansión norteamericano iniciado en los 90 llegaría a su fin con la salida de Afganistán.
Rusia, por su parte, también estuvo muy activa en sus inmediaciones geográficas. Georgia en 2008, Crimea en 2014, Siria en 2015, su accionar en la guerra entre Armenia y Azerbaiján en 2020 y recientemente la intervención de Rusia en Kazajstán en 2021. En algunos casos para sostener regímenes, en otros para deponerlos. Sus herramientas fueron la agresión militar y la subversión política, como lo señalan Jill Kastner y William Wohlforth en su artículo “A Measure Short of War: the Return of Great Power Subversion” (2021). De ahí la pregunta recurrente acerca de dónde se detendrá Putin o si seguirá avanzando sobre otros Estados menores del entorno europeo.
La realidad que nos impone el conflicto actual nos pone ante un orden más realista, en un contexto de interdependencia compleja donde los agentes transnacionales importan y afectan casi tanto como lo hacen las bombas. Esto explica por qué se ha decidido dar rienda suelta al uso de la interdependencia como arma, usando la capacidad coercitiva de ciertas economías sobre sus homólogos de menor estatura. En esta ocasión, cuando se mire el resultado de la ecuación bombas contra sanciones, no estará tan clara la victoria de las primeras sobre las segundas.
Si en 2001 se inició una nueva “crisis de los veinte años” –parafraseando el tradicional libro de Edward Carr–, esta etapa se cierra con la actual guerra, dando origen a una nueva que se irá construyendo con reglas que emergerán bajo la égida de la competencia entre EE.UU. y China, actores medios relevantes como Japón, Alemania o el Reino Unido, y que englobará la dinámica entre democracias liberales y autocracias, en un contexto de densidad informacional y transformación tecnológica que abarcará en muchos aspectos el propio ethos de la humanidad.
*Profesor de Relaciones Internacionales de UBA y UADE. **Profesor de Relaciones Internacionales de UBA y UnLA.