"El terremoto me pilla en Bangkok. Son, aquí, las 16:30 de la tarde. Escribo sobre la marcha. Mi mujer está en Kioto, permanentemente conectada conmigo por skype. Tengo ante mí la ventana del ordenador en la que van apareciendo las noticias que, minuto a minuto, me envía. David Jiménez se ha ido al aeropuerto para ver si consigue pasaje hacia algún punto de Japón. Osaka, probablemente, si la fortuna le echa una mano. Tokio, seguro que no, porque Narita y Haneda están cerrados", cuenta este amante de la cultura japonesa.
"El tren bala no funciona y tampoco lo hacen las líneas ferroviarias y metropolitanas de la capital y de otras partes del país, situadas todas ellas en la zona de Tohoku, al norte de Tokio. Dos centrales nucleares han tenido que suspender su actividad. Eso obliga a poner en marcha el proceso de enfriamiento, pero parece ser que los mecanismos idóneos para ello no responden. Están recurriendo a medidas complementarias de emergencia", dice.
Termina el relato contando sobre una amiga "Nobuko, dentista, que vive en la capital y que estaba en Kobe cuando se desencadenó allí, en el 95, la furia telúrica de los elementos, dice que lo de ahora ha sido —está siendo— mucho peor. Para entrar en su casa, hace menos de una hora, ha tenido que hacerlo calzada, algo impensable en Japón, porque el suelo estaba lleno de fragmentos de vajilla rotos. Las casas, me dice Naoko, se han venido abajo "como si hubiese caído", asegura, "la bomba atómica". Acaba de producirse, a las 10 y 43 minutos, hora española, otro seísmo. No sé aún dónde ni de cuánta fuerza". Y remata "el mar se lo está tragando todo".