Desde Brasilia
Acosada por sus adversarios políticos y las denuncias, para Rousseff el escenario es desolador: caída de 3,8% del PBI en 2015, previsión de otro retroceso de 4% en 2016, pérdida del “grado de inversión” brasileño, aumento explosivo del desempleo, inflación elevada, tasa de interés en las nubes, popularidad por el piso, conflictos en la base aliada.
¿Qué es lo que aún sostiene un gobierno tan frágil? Ciertamente, la ausencia de una perspectiva de sucesión potable. La línea sucesoria pone como primer heredero del sillón presidencial al vicepresidente Michel Temer, líder del Partido del Movimiento Democrático Brasileño (PMDB). Pero muchas de las acusaciones contra Rousseff (pedaleo fiscal, financiamiento ilegal de campaña) pueden hacerse extensivas a Temer. Siguen en la línea sucesoria los presidentes de la Cámara y el Senado, también del PMDB e igualmente desacreditados. El último recurso sería la asunción temporaria del presidente de la Corte Suprema, Ricardo Lewandowski, quien debería convocar a elecciones.
Los propios impulsores del impeachment admitían meses atrás que al complejo proceso de éste podría suceder una agonía política, por lo que veían que la salida de Rousseff era improbable.
Los cañones comenzaron a apuntar a las elecciones municipales de octubre próximo, donde esperan imponer una derrota histórica al PT.
Pero la acción del Ministerio Público y la caja de sorpresas de las delaciones premiadas impiden todo cálculo político. La única certeza que une a oficialistas y opositores es que las próximas dos semanas deben alumbrar algún tipo de desenlace. Los brasileños lo piden a
gritos, y pronto lo harán literalmente en las calles.