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opinión

El "Efecto Howard Stern" en las elecciones en EE.UU.

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Stern. Es amigo de Trump pero crítico de su presidencia. | shutterstock

—El promedio de tiempo que una persona escucha la radio es de 18 minutos. El tiempo que la gente escucha a Stern es…. ¿estás listo para escucharlo? Una hora y veinte minutos.

—¿Cómo puede ser eso?

—La respuesta más común: “quiero escuchar qué va a decir después”.

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—¡Qué bien! ¡Perfecto! ¿Y qué hay de la gente que odia a Stern?

—Buen punto. Los que lo odian lo escuchan dos horas y media al día.

—Si lo odian, ¿por qué lo escuchan?

—La respuesta más común: “quiero escuchar qué dirá después”.

El diálogo entre el directivo de la WNBC y uno de sus empleados, narrado en la película Partes Privadas, desnuda una de las claves del Fenómeno Howard Stern, el conductor que conquistó la radio y la televisión en los Estados Unidos en la década de 1980. Stern saltó al estrellato con una mezcla de insolencia, incorrección política y desparpajo. La misma receta que utilizó su amigo Donald Trump para ganar las elecciones presidenciales en 2016 y que ahora puede llevarlo a la reelección. 

Con la pandemia trastocando la dinámica proselitista, la más pronunciada recesión económica desde la década de 1930, y una profunda polarización política, los comicios del próximo 3 de noviembre serán atípicos. Si bien habrá campaña en los estados en disputa, la campaña puerta por puerta no tendrá la centralidad de antaño. La suerte de los candidatos se decidirá en gran medida en los medios de comunicación y en el áspero universo de las redes sociales, donde Trump se siente más cómodo que su rival Joe Biden. 

El “Efecto Howard Stern”, la capacidad de captar la atención de los votantes, incluso de aquellos que lo odian, puede ser decisivo en la campaña. Así quedó en evidencia en las Convenciones Nacionales, donde demócratas y republicanos batallaron por conquistar la mayor audiencia televisiva y virtual posible, para transmitir su visión de país y energizar a sus electorados. La oposición ganó la primera noche, cuando 19,7 millones de estadounidense observaron el discurso de Michelle Obama, la más popular demócrata de los últimos 12 años; mientras que 17 millones prendieron el televisor para oír a la ex embajadora ante Naciones Unidas, Nikki Haley.

Los republicanos remontaron en la segunda jornada. Según la empresa de medición Nielsen, 19,4 millones prendieron el televisor atraídos por un combo mediático infalible: Melania, Eric y Tiffany Trump. Los demócratas quedaron a 200 mil espectadores de esa marca, pese a poner en el escenario a Jill Biden, Bill Clinton y Alexandria Ocasio-Cortez. Decididos a ganar el minuto a minuto, la oposición tiró toda la carne al asador en el tercer día, cuando el ex presidente Barack Obama y Kamala Harris le sacaron una ventaja de 5,5 millones de televidentes al vicepresidente Mike Pence.

La empresa de medición Nielsen combinó la audiencia de todas las cadenas de noticias que transmitieron las Convenciones. Recién hoy publicará las cifras del jueves, por lo que aún no se sabe si Trump logró más espectadores que Biden o si, en cambio, sufrió una afrenta intolerable para su ego. El dato desvela al presidente, que construyó su carrera mediática y política obsesionado con las planillas de rating. 

¿Pueden esas cifras marcar una tendencia sobre lo que sucederá en las elecciones? Parece difícil extrapolarlas linealmente a las urnas. No todos los que encendieron la televisión votarán en noviembre; no todos los que vieron a Trump votaron por él, como tampoco los que vieron a Biden; y el sistema electoral en Estados Unidos es indirecto, por lo que habría ver las mediciones estado por estado para extraer conclusiones.

Más allá de la puja mediática, hay tres datos que dejan las Convenciones: los Trump son una marca muy popular y podrían convertirse en una influyente dinastía política si vencen en noviembre; Barack y Michelle Obama aún son el corazón y el alma de los demócratas; y Biden no despierta el entusiasmo de su rival, pero tampoco tanto rechazo. 

Con el presidente se aplica la máxima que convirtió a Stern en el líder indiscutido de la radiofonía estadounidense. Carismático, insolente y locuaz, sabe cómo captar la atención del electorado, escandalizar a los medios de comunicación, y descolocar a sus rivales. 

Pese a su amistad, construida tras decenas de entrevistas sin filtro, Stern no apoyó la candidatura de Trump en 2016, ni tampoco lo hará este año. Pero entiende como pocos cómo el republicano construyó su base electoral. “Conozco a estas personas. Ellos me han escuchado durante toda mi carrera. Simplemente no sentían a Hillary y realmente abrazaban la candidatura de Donald”, escribió en su último libro. Hastiado, en los últimos meses desafió a su audiencia: “No lo odio a Donald. Los odio a ustedes por haberlo votado, por no tener inteligencia”. 

Las elecciones presidenciales serán un referéndum sobre Trump, que no deja indiferente a nadie. Stern lo sabe. ¿Será la audiencia trumpista, que cree que “lo mejor está por venir”, la que acuda masivamente a las urnas? ¿O se impondrá el espanto de los demás votantes? Si Trump estuviera al aire de The Howard Stern Show, se mofaría de su rival y cantaría impúdicamente victoria. Biden, en cambio, es un hombre de silencios. En ellos, tiene que descubrir cómo utilizar con inteligencia el as de espadas: aterrorizar tanto al electorado que el 3 de noviembre sea intolerable no votar.