La guerra de Osetia fue "una guerra por el petróleo", afirmaron varias veces en los últimos días pregones de "la gran conspiración petrolera". El análisis simplista utilizado en tantas ocasiones para explicar conflictos internacionales sin incurrir en análisis demasiado profundos dijo presente en medios de distintos tamaños y latitudes, desde el Wall Street Journal hasta Perfil.com, a través del académico Adriano Bosoni.
El petróleo y la energía son, innegablemente, factores en el conflicto porque por Georgia pasa el oleoducto BTC, el único que une Asia y Europa sin atravesar Rusia. Pero para entender el conflicto de forma cabal, importa más la historia política y étnica del Cáucaso y Rusia.
La paz aceptada por Rusia en los últimos días lo demuestra, por más de que se esté tomando su buen tiempo en retirar sus tropas. Si la intención del Kremlin hubiera sido derrocar al gobierno de Mikheil Saakashvili, los soldados rusos hubieran llegado hasta Tbilisi y el primer ministro ruso, Vladimir Putin, estaría paseándose en mangas de camisa por la ciudad.
Historia. Esta no fue la primera vez que el ejército ruso entró marchando a Georgia. De hecho, el asunto se trató en una asamblea de la Liga de las Naciones (predecesora de la ONU) en 1924, cuando Georgia llevó adelante un intento independentista con el "Alzamiento de agosto".
En esta ocasión no está tan claro qué buscaba Tblisi con el enfrentamiento. Sin embargo, ambos sucesos demuestran el hilo conductor de los dos conflictos: hay ciertas regiones, como el Cáucaso, de las que Rusia se considera amo y señor desde tiempos inmemoriales por una especie de " Doctrina Monroe" de los confines orientales de Europa (y que alguna vez se llamó Doctrina Brezhnev).
Los ejemplos de los derechos auto-otorgados por Rusia sobre la región pueden encontrarse incluso más atrás en el tiempo. ¿Qué fue, sino, el Gran Juego del siglo XVII del que hablan los libros de historia británicos, Guerra de Crimea incluida?
La farsa de la nueva Guerra Fría. Los esfuerzos por dominar la región se han renovado en los últimos meses con la pelea semi-silenciosa entre Rusia y Estados Unidos por mostrar quien es el más fuerte de los dos. El intento de Washington por acelerar el ingreso de Georgia a la OTAN y los acuerdos misilísticos con República Checa y Polonia dan fe de ello.
La carrera es una de las últimas jugadas políticas fuertes del gobierno de George W. Bush y parece sacada de un manual de comportamiento neo-con, esos "teóricos" de los cuales está plagada tanto la administración Bush como el séquito de consejeros del candidato presidencial republicano John McCain, con su militarista visión de la política exterior y su obsesión con Rusia y la "nueva Guerra Fría".
A principios de mayo, Randy Scheunemann, principal asesor en política internacional del candidato, dejó en claro en una entrevista con Radio Free Europe que el mccainismo mira a Moscú con indisimulada desconfianza porque Moscú debe "entender que no puede imponerse a la fuerza sobre otros países". Scheunemann alabó "la democracia y las grandes reformas" creadas y llevadas adelante por Saakashvili pero no mencionó el contrato por 200.000 dólares que tenía una firma de su propiedad con el gobierno georgiano para actuar de lobbista del país en Washington.
Demostración. Para McCain, Scheunemann y compañía, es necesario chocar con Rusia, porque Rusia es el malo. Desde el Kremlin y la Duma responden con un discurso similar. Putin desea devolverle su lugar como potencia internacional a Rusia, el lugar que cree que le corresponde dada la historia imperial del país y que necesita que ni Estados Unidos ni nadie intervenga en lo que ellos consideran su región de influencia.
La guerra de Osetia fue una guerra demostrativa, ideada por Putin y los suyos para mostrarle al mundo la seriedad de su postura. En esa demostración de fortaleza está la clave del conflicto, no en el petróleo y los gasoductos, añadidos anecdóticos a la historia.
*Editor de Perfil.com.