Hace más de 100 años, la lucha por el control de Afganistán dio lugar al Gran Juego de la confrontación entre el Imperio Británico y el Imperio Ruso. La retirada de los Estados Unidos de Afganistán parece reactivarlo con otras características, en función de un nuevo juego de intereses regionales e internacionales. Pero para muchos actores regionales la celebración de la salida de los Estados Unidos del espacio euroasiático deviene en creciente preocupación.
EE.UU. Los atentados de la organización terrorista Estado Islámico K el jueves pasado en el aeropuerto de Kabul han agudizado las fricciones políticas en los Estados Unidos y han provocado un nuevo giro en la situación geopolítica en torno a la región.
La decisión del presidente Biden de atenerse a los acuerdos de Doha en torno a una salida de las tropas estadounidenses de Afganistán ya había dado lugar a una serie de críticas de distintos sectores en su país. Biden se mantuvo firme y se atuvo al 31 de agosto como fecha tope de salida pese a la evidente dificultad logística de evacuar a las tropas y a sus aliados afganos a tiempo. Después de una ocupación estadunidense de 20 años, un argumento crucial para mantener esta decisión era reducir la posibilidad de que una prolongación produjera bajas norteamericanas durante la retirada.
Los atentados -con 13 víctimas militares estadounidenses y un alto número de civiles afganos– cambian la ecuación: las bajas ya se produjeron, con una pérdida significativa del capital político de Biden en Estados Unidos y entre sus aliados de la OTAN y del G7, afectados por la caótica retirada norteamericana y por las apreciaciones erróneas sobre la velocidad con que los talibanes podrían avanzar sobre Kabul. Los atentados incrementan los costos para Biden en su frente doméstico y agudizan las tensiones –ya evidentes en la reciente reunión del G7– con sus aliados europeos y asiáticos.
Pero los atentados en Kabul fuerzan también a un replanteamiento de una política exterior que con la retirada de Afganistán daba por cerrado un capítulo en que, desde el 11 de septiembre del 2001, la principal amenaza a la seguridad de los Estados Unidos estaba asociada al terrorismo islámico encabezado por Al-Qaeda, para ser desplazada por las amenazas – de mayor capacidad estratégica - que representa la rivalidad con China y Rusia.
China, Rusia e Irán. Por otra parte, los atentados de Kabul replantean los alcances de las aspiraciones de estas dos potencias euroasiáticas de utilizar el vacío dejado por Estados Unidos en Afganistán para promover sus propios intereses a nivel regional. En negociaciones previas, los talibanes habían asegurado tanto a Beijing como a Moscú que garantizarían la estabilidad del país e impedirían que se convirtiera en el semillero de diversos grupos terroristas. En medio de la retirada estadounidense, China y Rusia mantuvieron sus embajadas en Kabul y sus canales de negociación con los talibanes a la expectativa de poder contener un desbordamiento de los grupos terroristas y extremistas que pudieran afectar sus propios territorios y áreas de influencia.
Simultáneamente promovieron en Dushanbe una primera reunión de la Organización de Cooperación de Shanghai (OCS) formada bajo la égida de ambas naciones en 2001 y que incluye como miembros permanentes a los estados de Asia Central, a India y a Pakistán, a los que se suman cuatro países observadores que aspiran a la membrecía plena, entre ellos Afganistán e Irán, y convocaron para septiembre una nueva reunión de alto nivel para abordar específicamente la situación de Afganistán. Desde su creación, la OCS ha sostenido que la principal amenaza para sus países miembros estaba encarnada en los llamados “tres males”: el separatismo, el terrorismo y el extremismo religioso. Para China, la organización uigur que busca la creación del estado autónomo de Turquestán Oriental en la provincia de Sinkiang, de mayoría musulmana, entra en esta categoría. Pero Beijing también tiene intereses económicos en juego en Afganistán: abundantes recursos minerales que incluyen tierras raras, cobre y litio; inversiones y la posibilidad de extender un corredor de la iniciativa de la Franja y de la Ruta que le permita acceder a los mercados europeos y a mayores reservas de hidrocarburos.
Para Rusia, las ramificaciones del Estado Islámico amenazan no sólo su territorio, sino también a las ex repúblicas soviéticas de Asia Central bajo su influencia, en particular Uzbekistán, Tayikistán y Turquestán que tienen fronteras con Afganistán.
Irán, pese a estar gobernada por chiitas, mantiene desde hace años vínculos con los talibanes sunnitas e incrementa su presencia en territorio afgano a través de un frontera extensa y porosa. Y ante este cuadro regional, Pakistán aparece como el estado que más gana con la salida de Estados Unidos, en tanto amplía su influencia y sus relaciones con los talibanes, mientras que India es el estado más afectado, como aliado de Washington en el marco del Quad Indo-Pacífico -, por la posibilidad de que los grupos terroristas islámicos utilicen Afganistán para ampliar sus operaciones en territorio indio, con la eventual asistencia de Pakistán, su enemigo declarado.
Estabilidad. Frente a este complejo y cambiante cuadro, la preocupación de la mayoría de estos actores euroasiáticos es garantizar la estabilidad regional y preservar sus intereses de las amenazas terroristas. Los atentados de Kabul en el marco de un enfrentamiento entre los talibanes –con sus propias pugnas y tensiones internas– y la filial afgana del Estado Islámico, ponen en cuestión, sin embargo, muchas de las previsiones de un conjunto heteróclito de estados, que en su mayoría celebraron la salida de los EEUU de Afganistán pero que ahora ven cernirse nuevas amenazas terroristas que pueda engendrar la cambiante situación de Afganistán.
*Presidente de CRIES y autor de Eurasia y América Latina en un mundo multipolar.