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Francisco y un Vía Crucis con un fuerte mensaje social

“El mal no tendrá la última palabra, sino la misericordia y el perdón”, dijo el papa, que presidió en silencio las ceremonias del Viernes Santo en Roma, en las que se condenó la corrupción del poder y el culto al “dios dinero”.

Silencio. Encabezó la celebración, pero no pronunció homilía.
| AFP

Desde Ciudad del Vaticano
Fue bajo un hermoso atardecer violeta y rosa de plena primavera romana que el Coliseo se vació ayer de turistas para recibir el Vía Crucis encabezado por el papa Francisco. Miles de personas, llegadas de todo el mundo, participaron del Camino de la Cruz en el tradicional escenario de los Foros romanos.

Francisco llegó al Coliseo alrededor de las nueve de la noche, después de haber celebrado una solemne misa en San Pedro junto con el predicador pontificio, padre Raniero Cantalamessa, que en su homilía se refirió explícitamente a quienes “roban dinero público”. Judas comenzó su traición, dijo el sacerdote, “robando dinero de la caja común, ¿nos recuerda esto a algunos administradores de la cosa pública?”. El ataque a la corrupción en la política no podía ser más claro. “Es escandaloso –agregó el predicador pontificio haciendo referencia al debate existente en Italia sobre los sueldos altísimos de los gerentes de empresas públicas– que haya directivos que ganen cien veces el salario de quienes trabajan para ellos”.

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También muy ligados a la actualidad fueron los textos leídos en cada una de las catorce paradas del Vía Crucis. Los escribió, por encargo del Papa, el arzobispo Giancarlo Bregantini. El drama de los inmigrantes, la violencia contra las mujeres, la locura de la guerra, el dolor de los niños abusados (y quien quiere tener oídos en la Curia, pues, que escuche…) han sido los temas de las meditaciones. Unas palabras han sido reservadas a los presos y a todos los que padecen torturas. Sus sufrimientos fueron simbolizados con el “dolor de Cristo” (ver recuadro).
La atención del Papa a los presos volvió en el Vía Crucis después que, en el Miércoles Santo, el limosnero del Vaticano, el arzobispo polaco Konrad Krajewski, fue enviado a la cárcel Regina Coeli, en el barrio céntrico de Trastevere, a repartir 1.200 evangelios entre los presos. Sólo Dios sabe cómo habrán agradecido el gesto los muchos musulmanes que están en la cárcel, ocupado el 65% por extranjeros, casi siempre por delitos de drogas o de violencia contra el patrimonio. Sin embargo, la opinión publica volvió, como de costumbre en el último año, a entusiasmarse por la ternura mostrada por el papa argentino hacia los más humildes.

En la mañana del Jueves Santo, durante la tradicional Misa Crismal en la Basílica de San Pedro, el Pontífice recomendó alegría a todos los sacerdotes como trato esencial para tratar a la Iglesia como “su escogida y única amada, y serle siempre fiel”.

Muchos vaticanistas notaron el llamado a los curas a “una renovada fidelidad a su única novia, la Iglesia”, que pareció una forma para subrayar el valor del celibato para la Iglesia Católica, a pesar de algunas especulaciones que dan vueltas en los pasillos vaticanos sobre el tema.

La Semana Santa del Papa fue abierta el domingo pasado con una concurridísima Procesión de las Palmas, seguida por la misa solemne de la jornada del Domingo de Ramos.

“Nunca vimos tantos turistas en la Semana Santa, a pesar de la crisis y del valor del dólar. Este papa es un milagro”, fue el terrenal comentario de Sandro Augusto, dueño de una famosa taberna romana pegada a la Ciudad del Vaticano, en pleno circuito turístico.

Hoy a las 20.30 empieza para el Papa el silencio de vigilia pascual hasta que, a las 10.15 del domingo, celebre la misa pascual en plaza San Pedro. Inmediatamente después, al mediodía, el papa Francisco leerá su mensaje del Domingo de Resurrección e impartirá la bendición urbi et orbi, a la ciudad y al mundo, desde el balcón central de la basílica vaticana