“Si yo fuera Luis Almagro, lo primero que hubiera hecho es tomarme un avión e ir a Venezuela: ver qué sucede allí con los presos políticos e intentar reflotar el rol de la Organización de los Estados Americanos en materia de derechos humanos”. Quien habla es Santiago Cantón, quien fue secretario de la Comisión de Derechos Humanos del organismo continental. Luis Almagro, uruguayo, ex canciller, miembro del Frente Amplio de su país, de ideas de centroizquierda, tiene un enorme desafío por delante: que la organización continental vuelva a ocupar un lugar de preponderancia, dejando de lado las asimetrías de poderío entre sus miembros y compatibilizando intereses tan diversos como debilitadores: los tironeos vienen desde el eje bolivariano (Venezuela y Ecuador, esencialmente) y llegan a la derecha norteamericana, que considera que el financiamiento al organismo es un gasto superfluo. “José Insulza era socialista y chileno. E igualmente hizo desastres, cajoneando las denuncias sobre el tema de los derechos humanos”, afirma Cantón.
Luis Schenoni, del Instituto de Ciencias Políticas y Relaciones Internacionales de la Universidad Católica, afirma: “Es difícil decir si hoy la OEA vive sus horas más bajas, porque también sus competidores sudamericanos viven horas difíciles. Sería más acertado decir que todas las instituciones hemisféricas pasan por un período de crisis. En el caso de la OEA, es una crisis de muchos años, que aparentemente Washington quiere comenzar a revertir. En el caso de Unasur y ALBA, su crisis es consecuencia de la difícil situación política y económica que viven sus promotores, Brasil y Venezuela, respectivamente”.
Asimetrías. Para Federico Merke, director de las licenciaturas de Ciencia Política y Relaciones Internacionales de la Universidad de San Andrés, “la OEA nace en un momento de desequilibrios y esos desequilibrios y diferencias hoy se hacen más fuertes. Es una cuestión que tiene que ver con las políticas activas que se asumen y que se sostiene en cuestiones estructurales y coyunturales. La coyuntura habla de un severo problema de desfinanciamiento. Muchos países no pueden pagar la cuota. Y otros directamente han marcado sus diferencias, como es el caso de Brasil”.
La cuestión de los derechos humanos es la que vuelve a tener un peso específico particular. Merke dice: “Seguridad, democracia y derechos humanos son los tres temas, y aquí hay una agenda pendiente en la que la Unasur o el Mercosur tampoco terminan de ponerse de acuerdo”.
Schenoni va más allá: las críticas desde el eje bolivariano “la debilitaron frente a los ojos de un sector de la opinión pública latinoamericana. El chavismo ofreció fuentes de financiamiento alternativas a las hemisféricas (BID) y promovió un alejamiento de los Estados Unidos. En este sentido, debilitó a la OEA, pero no la vació de significado. La Unasur sí la ha vaciado de significado, reproduciendo muchas de las medidas de construcción de confianza y otros mecanismos institucionales típicos de la OEA, pero esto es cierto sólo para América del Sur”.
Para Cantón, el tema del desfinanciamiento no es menor: “Mientras el Europe Council invierte el 60% de su presupuesto en el tema, la OEA sólo utiliza el 7%. Y esto produce otro desequilibrio”.
Si bien Merke dice que la postura de Argentina es sostener la labor de la Comisión de Derechos Humanos de la OEA (“Verbitsky está vivo gracias a ella”,), Cantón sostiene que “lo más doloroso es el cambio de postura de Argentina, que paralizó muchas denuncias”.
La CIDH, de Videla a los K
“Los argentinos somos derechos y humanos”. La frase quedó como un estigma de la dictadura militar y nació ante la visita, en septiembre de 1979, de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos. Su informe fue, quizá, la primera crítica severa al gobierno de Jorge Rafael Videla (y a la última etapa de Isabel Perón): “La Comisión ha llegado a la conclusión de que, por acción de las autoridades públicas y sus agentes, en la República Argentina se cometieron durante el período a que se contrae este informe –1975 a 1979– numerosas y graves violaciones a los derechos humanos”.
Según Santiago Cantón, “desde el ’83, Raúl Alfonsín honró esa acción, dándole un lugar de preponderancia a la Comisión. Desde hace tres años, lamentablemente Argentina arrió lo que era una de sus políticas más estratégicas: sostener a la Comisión a toda costa, para defender a gobiernos como el de Venezuela. Y esto también puede ser un golpe a toda la OEA para el futuro”.